Emblema de la Hermandad Franciscana del Santísimo Cristo de la Humildad |
02 de noviembre de 2016
La renovación de los carismas aparece como una constante en la Historia de la Iglesia. Los ejemplos de cómo el Espíritu suscita en cada momento, y por las vías más insospechadas, nuevas iniciativas para insuflar vitalidad cuando los ciclos se agotan o paliar necesidades sin atender son ilimitados. Uno de los ejemplos paradigmáticos fue el de san Francisco, el Poverello de Asís que ante el crucificado de la iglesia de San Damián sintió la llamada a reparar la casa de Dios, que estaba en ruinas. ¡Y qué ruinas! Las reformas del monacato habían parcheado un edificio demasiado maltratado por los avatares de la fase final del milenio, pero cuando Occidente comienza a remontar y se abre a nuevas realidades, con la vida urbana como elemento dinamizador, la Iglesia requería nuevos instrumentos, que llegaron desde las órdenes mendicantes. Y Francesco abrió el camino. Su propuesta radical del seguimiento de Cristo fue muy difícil de asimilar por la Iglesia. Por ello precisó de varios ajustes, pero al final el franciscanismo se convirtió en la corriente espiritual que purificó el ambiente sobre el que se reconstruye la casa de Dios en aquellos tiempos de la plenitud medieval.
El franciscanismo, desde entonces, ha derivado en infinidad de propuestas al servicio del ser humano, entre las que están, en origen, nuestras cofradías penitenciales, que entroncan directamente con su espiritualidad. Luego llegaron otras influencias, muchas, hasta configurar las características con las que alcanzan su edad de oro durante la etapa barroca. Sin embargo, y esto no puede olvidarse, el cristocentrismo, junto a la acción humanitaria y penitencial que dieron forma a las primeras cofradías de la Vera Cruz, son aportaciones de los franciscanos. La focalización de las devociones durante el tiempo de la Semana Santa es también muy franciscana. La presencia organizada en Tierra Santa de los frailes menores, constituidos en custodios desde el siglo XIV, fue el factor determinante para comprender la idiosincrasia de las cofradías penitenciales. El sentir tan de cerca la condición humana de Cristo, que se centra en torno a los misterios de la encarnación y el padecer que lleva a la muerte en la cruz, propició, por parte de los franciscanos, la generalización de costumbres como el nacimiento y el vía crucis, patrimonio hoy en día de las tradiciones y devociones de la cristiandad.
El ingente legado franciscano, que sigue sin agotarse, ha fructificado en la diócesis salmantina con una nueva fundación, una asociación pública de fieles que se organiza, para las cuestiones prácticas, según el formato de las cofradías de penitencia. El pasado 14 de octubre, el obispo, don Carlos López, firmaba el decreto de erección canónica de la Hermandad Franciscana del Santísimo Cristo de la Humildad, promovida por José Manuel Ferreira con el objetivo prioritario de ayudar, en la medida de sus posibles, a los cristianos de Tierra Santa. El medio de canalizar esta ayuda será la Custodia Franciscana de Tierra Santa, que desde Jerusalén, y de la mano del actual custodio, fr. Francesco Patton, ha hecho suya la iniciativa, la ha apoyado e incluido en la gran familia franciscana vinculada a los sagrados lugares. Su punto de referencia en la diócesis será el monasterio de religiosas clarisas de la Purísima Concepción, franciscas descalzas, incluido en el espacio parroquial de San Francisco y Santa Clara. Más franciscanismo no se puede respirar.
Las cofradías nacieron con una finalidad humanitaria, caritativa en la terminología cristiana, social en el lenguaje actual. Luego, las devociones piadosas se expresaban de muchas formas. La acción penitencial fue solo una más de ellas. Una cofradía, en sus orígenes, nunca se fundaba para organizar procesiones. De hecho, había bastantes que carecían de desfiles procesionales. La esencia, lo que daba sentido a su existencia, era la ayuda que se prestaban entre sí los hermanos o la caridad en comunión hacia quienes, vivos o difuntos, necesitaban algo, material o espiritual. Las cofradías vinculadas a las órdenes redentoras recababan fondos para rescatar a los cautivos en territorio infiel, las de la misericordia ayudaban a bien morir, las de beneficencia regentaban asilos u hospicios, las asociaciones seglares organizadas a modo de oratorio rezaban por la conversión de los pecadores, mientras que las de ánimas intercedían por quienes aguardaban la apertura de las puertas del Paraíso… y ninguna de ellas organizaba procesiones. Ese no era el objetivo, como tampoco era el prioritario de las penitenciales, sacramentales, marianas, patronales o gremiales, que sí solían organizarlas. La cofradía, hermandad, fraternidad, confraternidad, congregación… llámese como se quiera, en origen nacía para actualizar, de alguna manera, las obras de misericordia articuladas a partir de las enseñanzas del sermón de la montaña, que en esencia consisten en descubrir el rostro de Cristo en el hermano que sufre. Las prácticas y devociones piadosas en las que cada una después se ejercite, solo tendrán sentido en la medida que, dentro de la Iglesia, se potencie y cuide lo esencial, aquello que da lugar a su razón de existir.
La nueva hermandad franciscana de Salamanca parece tener este aspecto muy claro. Y nace con un carisma específico, perfectamente definido, que brota del más profundo sentir de san Francisco: ayudar a los cristianos de Tierra Santa. Ahora, igual que entonces con el fracaso de las cruzadas, urge más que nunca. Es necesario apoyar con la oración, recursos materiales y divulgación de la realidad que allí se vive para que en los sagrados lugares que hollaron los pies del Nazareno continúe habiendo comunidades cristianas. Los acontecimientos de los últimos años en el avispero del próximo oriente están siendo catastróficos para estos cristianos que han resistido durante siglos adversidades de todo tipo. Por eso, desde las enseñanzas del maestro galileo, manteniendo el legado del hombre que dicen más se le pareció, el Poverello, se trabajará en pos de lograr estos objetivos. Y esto es siempre una buena noticia para la Iglesia local y universal.
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