Representación de Santa Teresa escribiendo bajo la inspiración del Espíritu Santo |
18 de octubre de 2017
El pasado domingo 15 de octubre de 2017, gracias a la concesión del Papa Francisco, comenzaba el Año Jubilar Teresiano en Ávila y Alba de Tormes, lugares del nacimiento y de la muerte (sepulcro) de Teresa de Jesús. Me parece oportuno aprender las enseñanzas de esta mujer, que siguió a Cristo por caminos nuevos en un cambio de época que ella denominaba "tiempos recios". Durante este curso voy a intentar explicar por qué y qué imágenes ayudaron a Teresa a encontrarse con Jesús. Espero, del mismo modo, en este cambio de época en el que se nos pide también la renovación, que tomemos la "determinada determinación" (CP 21, 2) de acercarnos a las imágenes de nuestras cofradías con el deseo contemplativo de "tratar de amistad con aquel que sabemos que nos ama" (Vida 8, 5).
Para comprender por qué Teresa de Jesús gustaba de las imágenes, especialmente las de las representaciones de Cristo, debemos partir de las circunstancias que envolvieron su vida y su tiempo. Estamos en pleno siglo XVI, momento en el que se produce un cambio de época. Surgen distintos y contrapuestos caminos políticos, religiosos, espirituales y culturales por los que se enfrenta la sociedad. Fue un tiempo de emprender caminos de reformas en la Iglesia, el Concilio de Trento (1563) fue la expresión de la reforma de la Iglesia Católica, donde se legisla el uso correcto de las imágenes. El rey Felipe II (1556-1598) pretende ser el garante de la ortodoxia católica, eso influye en el arte cristiano. El arte se había convertido en los tiempos de Teresa, los de la Reforma Católica, además de en un medio para adoctrinar a los fieles, también en un camino para la oración.
Teresa ya desde niña participaba de un ambiente de religiosidad popular, en el que la devoción a las imágenes sagradas es algo importante: "Como yo comencé a entender lo que había perdido, afligida fuíme a una imagen de Nuestra Señora y supliquéla fuese mi madre…" (Vida, 1,7). Con el uso de las imágenes Teresa demuestra su comunión con la fe de la Iglesia, en contra de los alumbrados y protestantes, que las rechazaban. En 1559 la Inquisición prohíbe la lectura de muchos libros de piedad, que se encontraban en los conventos, y hasta de la Biblia en castellano, lo cual llevará a Teresa y a sus monjas a las imágenes como un medio para su vida de oración: "Me dijo el Señor, no temas yo te daré libro vivo… ¿quién ve al Señor cubierto de llagas y afligido con persecuciones que no las abrace y las ame y las desee?" (Vida 26, 5).
Pero, más allá de su ambiente familiar y de los enfrentamientos religiosos, Teresa opta por las imágenes por razones más profundas. Sigue los consejos de los maestros espirituales, como Pedro de Alcántara, Francisco de Borja o Juan de Ávila, entre otros, que aconsejaban el uso de las imágenes para la oración: "Para cuando está ausente la misma persona, o quiere darnos a entender lo está con muchas sequedades, es gran regalo ver su imagen de quien con tanta razón amamos. A cada cabo que volviésemos los ojos, la querría ver" (Camino de Perfección 34, 11). El apoyo que encontró Teresa en las imágenes para mantener trato con Jesucristo fue, en cierta manera, un contraste y una novedad, en unos tiempos en los que estaba de moda el recogimiento y las "nadas" para la oración. Frente a algunos espiritualistas, que proponían como método de oración prescindir de la humanidad de Cristo, para alcanzar la divina contemplación, método en el que, como dice Teresa, estuvo perdida muchos años (cf. Vida 22, 1), ella prefiere poner sus ojos ante la imagen de Cristo, pues la ayudaba a tener presente su sagrada humanidad y expresar su amor por Él: "Puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada Humanidad y traerle siempre consigo y hablar con Él" (Vida 12, 2).
Teresa reconoce que ha visto muchas obras de arte buenas, las cuales relaciona con su visión de Cristo: "Me parecía imagen, no como los dibujos de acá, por muy perfectos que sean, que hartos los he visto buenos" (Vida 28, 7). Tanto el Concilio de Trento como la experiencia de los místicos contribuyeron al desarrollo de la creatividad artística en la pintura y escultura de su tiempo, en la que irrumpe la corriente italiana del Renacimiento. Pero, por las normativas del Concilio de Trento, los artistas se concentran en lo esencial, del mismo modo Teresa busca un estilo reformador donde prefiere lo pobre, lo austero y lo esencial. Lo que debe emocionar ya no es la belleza idealizada de la naturaleza sino la grandeza del Evangelio. El arte religioso que ahora busca la Iglesia es serio, concentrado, en el que nada es inútil, en el que nada distraiga la atención del cristiano para meditar los misterios de la salvación. Muchas de las visiones de Cristo, escritas en los libros de Teresa de Jesús, son las mismas que están realizando los artistas de su tiempo. En la España de mediados del siglo XVI los místicos, con sus experiencias y escritos, y los artistas, con su inspiración y obras de arte, expresan los mismos temas y sentimientos religiosos. Los pintores del siglo XVI nos confirman esta devoción ambiental, destacando el arte de Luis de Morales, llamado El Divino (1510-1586), cuya obra, por medio de la ternura y compasión, transmite los momentos más intensos de la vida de Cristo. También aparece El Greco, coincidiendo con la fundación de la Santa en Toledo en 1577, el cual recibe el encargo de El Expolio para la sacristía de la Catedral. Y no es menos importante la escultura religiosa de Alonso Berruguete (1489-1561), con su imaginería expresiva como la del Ecce Homo; o la imagen del Crucificado y el Entierro de Cristo de Juan de Juni (1507-1577); y los inconfundibles Cristos de Diego de Siloé (1517-1563). Todos estos artistas, que eran creyentes y piadosos, procuraron unir el interés religioso de la época con sus creaciones artísticas propias. Es fácil imaginar a Santa Teresa contemplando estas imágenes, "harto buenas", que tanto la influenciaron en su manera de mirar a Cristo.
La popularidad de Santa Teresa se debe en parte a saber utilizar pedagógicamente las imágenes, donde se utilizan los sentidos para enseñar a orar. De este modo renovó los modos de relacionarse con Dios, frente a otros modos más desnudos, sin apoyos materiales, que proponían algunos maestros iluminados de su tiempo. Aún así, ella se da cuenta del peligro y abuso de aquellos que se quedan solo con las imágenes: "Bobería me parece dejar la misma persona por mirar el dibujo" (Camino de Perfección 34, 11). La sensibilidad de Teresa por la belleza, que transmiten las obras de arte, no es un entretenimiento, ni una evasión, sino un compromiso con Cristo: "Una gran ganancia saca el alma… cuando piensa en Él o en su vida y Pasión, acordarse de su mansísimo y hermoso rostro, que es grandísimo consuelo" (Moradas VI, 9, 14).
En el próximo artículo veremos con detenimiento cada una de esas imágenes, que se conservan en las fundaciones de Teresa de Jesús, muchas de las cuales fueron adquiridas por ella.
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