El evangelista san Marcos, en el paso de Jesús amigo de los Niños. Al fondo, los Dominicos | Foto: Pablo de la Peña |
27 de octubre de 2017
A finales de septiembre se celebró en Jumilla el XXX Encuentro Nacional de Cofradías en el que se abordaron sobre todo tres temas: la formación del cofrade, la dimensión social de las cofradías y la profesión de la fe. No sé si entre los 350 cofrades asistentes habría alguno de Salamanca que pudiera ampliarnos la información sobre el Encuentro. De todas formas me atrevo a subrayar los tres temas elegidos, porque los tres me parecen de especial actualidad.
La formación es hoy absolutamente necesaria para un cofrade consciente y motivado; en estos tiempos no es suficiente una pertenencia espontánea y casi instintiva; es necesaria una base de conocimientos y condiciones, sin especial complejidad por supuesto, que dé razón si hiciera falta de la condición cofrade. Y esto tanto ante sí mismo, especialmente en momentos de baja motivación o de tentación de abandono, como ante los demás que puedan poner en duda el valor humano o cristiano de la pertenencia a una cofradía en el siglo XXI.
Hace años esto no era tan importante, se actuaba con ideas más prestadas y más simples que las que ahora se necesitan, por eso es más importante la formación en contenidos, motivaciones, objetivos, compromisos y sentido. Don Florentino Gutiérrez lleva años y años, soy testigo directo de ello, en este intento, con resultados más bien escasos, muy escasos añadiría yo. Es una lástima, porque la necesidad es grande, hay oportunidades a la medida y sin embargo apenas si se aprovechan.
No pocos de los problemas que hoy padecen las cofradías salmantinas, que son las que conozco, vienen provocados o consentidos o sin solución año tras año, por falta de un perfil de cofrade más reflexivo, mejor equipado ideológicamente y más motivado desde instancias cristianas. Y creo sinceramente que esto será mucho más necesario en cuanto pasen unos años y se asienten los cambios sociales que ya están ahí y se confirmen los nuevos hábitos religiosos y las nuevas pertenencias grupales.
Y esto no es labor de cada cofradía, aunque en pequeña parte, pero importante, también lo es; es responsabilidad y labor de la Diócesis y de la Junta. No estoy al tanto de todas las circunstancias y no sé qué habría que hacer para cambiar actitudes y prioridades de cofradías y cofrades, pero está meridianamente claro que hay que cambiar y buscar los modos y medios adecuados para ello. Y mejor hoy que mañana.
La dimensión social en sus cien formas posibles ha estado siempre presente en las cofradías y de hecho fue una de las causas primeras de su nacimiento, cuando algunas necesidades elementales no estaban cubiertas, como el entierro en lugar sagrado, la supervivencia en caso de necesidad o de pobreza, la asistencia en la enfermedad, la acogida en la soledad de la vejez, etc. Grupos de cristianos se unieron, muchas veces por propia iniciativa, para responder a esos problemas comunes con soluciones aportadas por todos y a ese acuerdo de hermanos se le llamó con toda razón cofradía, es decir una cooperación fraterna para solucionar entre todos los problemas de cada uno. En este caso desde el campo de la práctica religiosa; por eso se acogieron a iglesias y ermitas y se convocaron alrededor de una imagen que les daba lugar e identidad.
Hoy día esos antiguos fines sociales están cubiertos, aunque alguna que otra vez también se den hoy en alguna cofradía; por eso las cofradías, para ser fieles a sus orígenes y mantener sus prioridades auténticas deben buscar también caminos actuales de fraternidad y de solidaridad, normalmente hacia fuera, tanto cerca como lejos.
En esto me atrevo a opinar, pidiendo mil perdones si soy injusto, que los caminos que hoy siguen las cofradías son un poco pobres y a veces hasta discutibles, por elegir unos modos de ayuda y de socorro que en buena labor social parece que deberían estar superados. Parecen, en muchos casos, más de antigua beneficiencia, que de verdadera intervención social, hasta el punto de que algunas de esas actividades producen a veces sonrojo en no pocos de los que las ven o las reciben. En esto habría que hilar fino con especial sensibilidad y con los asesoramientos adecuados, sin olvidar la extraña distancia que a veces se da entre gastos de ostentación en imágenes, mantos y carrozas y lo que luego se comparte con el mundo de la pobreza de cerca o del hambre de lejos.
Y finalmente, según el programa del Encuentro de Jumilla, la profesión de fe. Estamos todos de acuerdo que este elemento es esencial en la vida y en la razón de toda cofradía religiosa, casi más si cabe si se trata de una cofradía de Semana Santa, por estar dedicada a los Misterios más grandes y vivos de nuestra fe cristiana. En esto, como en casi todo por cierto, sólo Dios puede juzgar el interior y la vida de cada cofrade. Por supuesto, cada persona tiene una dignidad y una dimensión interior que son sagradas. Esto lo damos por supuesto y con todo el respeto del mundo en toda esta reflexión, pero más todavía en este apartado.
Y hay que decir de entrada que las cofradías, me atrevo a decir que en su totalidad, son expresión de fe, tanto individual como colectiva, con las virtudes y rebajas que caben en cada una de las dos modalidades de experiencia cristiana, la particular y la comunitaria. Basta una mirada de respeto y de objetividad para comprobarlo. Y hay que afirmar bien en alto que esa confesión pública de fe, desde la conciencia y desde la cofradía, es el mayor tesoro y la justificación real de una cofradía de Semana Santa. Sin ella debería disolverse y con ella adquiere una prestancia y una dignidad muy alta dentro de la Iglesia, con la humildad y la riqueza que cada una en cada caso lleva.
Pero también hay que decir que, a poco que se mire y se juzgue aunque sea con mucha benevolencia como debe ser, el déficit cristiano, tanto personal como eclesial, es demasiado alto; y tanto a nivel de cada cofrade –convicciones, adhesiones, modos de vida, prácticas cristianas, etc.– como de cada cofradía en sus preocupaciones y dedicaciones para acompañar, iluminar, facilitar y exigir unos niveles de experiencia cristiana y de pertenencia eclesial que justifiquen la condición de cofrade cristiano.
En estos tres campos tienen las cofradías parte del camino andado, aunque con notables diferencias entre ellas, pero en todo caso ahí, en las tres direcciones, queda mucho camino que andar. Y es responsabilidad de la diócesis, de la Junta de los presidentes y de cada cofrade.
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