miércoles, 21 de febrero de 2018

Con ocho basta

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Pedro Martín

El autor junto a su padre, Tomás Martín, una figura imprescindible en la Semana Santa de Salamanca del último medio siglo

21 de febrero de 2018

No, no se ha equivocado el lector habitual de este medio. No vamos a hablar de la mítica serie de televisión de finales de los años setenta. La  reflexión de este mes nace de mi propia situación personal, pues este año viviré mi octava y última Semana Santa, al menos de momento, al frente de mi congregación. Sí, ocho años ya desde aquel febrero de 2011 cuando mis hermanos decidieron que asumiera la responsabilidad de ser su hermano mayor. Bonita palabra, me gusta más que la de presidente, no se me enfaden los aludidos, pues siempre entendí que yo era uno más de ellos, otro hermano, con el apellido de mayor, pero eso no es importante.

Seguramente a unos les parecerá que ha pasado mucho tiempo, quizá a otros les parezca poco en la vida de una hermandad, opiniones hay para todos los gustos. El caso es que nuestros estatutos limitan a dos mandatos consecutivos el tiempo máximo de un hermano mayor ostentando tal distinción, y bajo mi punto de vista es totalmente acertado. En este sentido van también las futuras normas diocesanas, marcando una limitación de mandatos al frente de nuestras cofradías.

Bajo mi humilde opinión, ocho años son suficientes para desarrollar un proyecto, un trabajo, un servicio, en definitiva, para dejar tu granito de arena trabajando por el Reino. No pretendo ni pretendí nunca eternizarme en un cargo que nunca busqué, pero que asumí con alegría y responsabilidad; es más, tampoco buscar subterfugios para aferrarme a un cargo en la junta directiva cual político de turno. Esto no va de eso. Quizá en tiempos pretéritos, y con otras realidades en nuestra Semana Santa, se entendía y hasta se hacía necesaria la permanencia en el cargo por más tiempo e incluso la rotación en los mismos (bien lo sé de primera mano en la persona de mi padre), pero para mí hoy esto no tiene ningún sentido. Corremos el riesgo de pensar que somos imprescindibles, y no es cierto. O incluso de aventurarnos a vaticinar una verdadera catástrofe para la vida de nuestra hermandad tras nuestra marcha. Nada más lejos de la realidad. Las personas pasan, pero las instituciones quedan y las cofradías, como organismos vivos de la Iglesia, deben ser mucho más que aquella persona que las representa y dirige, huyendo de personalismos, que a la larga hacen más mal que bien.

Ser generoso en el servicio es importante, pero ser generoso para con los hermanos y saber dar un paso a un lado es fundamental para la buena salud de nuestras cofradías. El estilo marcado por cada uno de los dirigentes en cada momento, sin perder la esencia fundacional y primigenia, supone una riqueza en la diversidad de dones que el Espíritu pone en manos de la Iglesia y que no debemos desaprovechar para hacer cada día mejores nuestras cofradías.


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