Grupo Joly |
28 de febrero de 2018
No es algo extraño que queramos saber cómo será el día, cada día, en lo que a climatología se refiere. Que no es lo mismo un día soleado en el que quedaríamos ridículos con el paraguas por las calles, que ese otro en que la manga corta es manifiestamente insuficiente al comprobar que, equivocadamente a nuestra suposición, el sol desaparece como por ensalmo de nuestros cielos para dar paso a un día de perros. Y como no va a ser menos, desde que la Semana Santa es lo que es en las calles de nuestros pueblos y ciudades, el tiempo, bueno o malo, siempre ha sido una cuestión sobre la que han girado comentarios y expectativas desde el mismo momento en que comienzan a moverse las imágenes desde los altares a sus pasos procesionales. Más aún si nos centramos en estas adustas tierras en las que la luna de Nisán llama a las nubes como si fuese imprescindible su participación protagonista en nuestros desfiles y procesiones.
Esa incertidumbre nos ha acompañado durante siglos y se ha ido resolviendo, según los medios disponibles de la época, con soltura y más o menos acierto, hasta que la tecnología, incluso poco precisa en muchos momentos, ha pasado a ser el oráculo en el que todos hemos depositado nuestra confianza y no hay día en que no consultemos varias veces cualquiera de las aplicaciones meteorológicas instaladas en nuestros smartphones. Así, directivos y encargados de poner en marcha una procesión, aun teniendo la última palabra, han cambiado la costumbre de mirar al cielo y fiarse de su intuición para decidir la salida del templo cuando el tiempo es cambiante, por llamadas telefónicas, mensajes de texto o chats instantáneos con los que mantenerse puntualmente informados sobre la evolución de nubes y aguas.
Hoy leo en distintos medios de comunicación que la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) ha cursado comunicados a cofradías y juntas de Semana Santa de la región (qué poco me gustó siempre lo de autonomía) en los que pone en conocimiento de las autoridades cofrades que comenzará a cobrar precios públicos por la información sobre el estado climatológico durante las procesiones y horas previas (cosa que, por otra parte, había hecho de manera gratuita los últimos años) y ha faltado tiempo para que las redes cofrades se inunden con opiniones, mayoritariamente en contra, y argumentos de peso muy variable.
Yo, que por mi actividad profesional siempre he pagado religiosamente por los datos que pido a la AEMET, no me he sorprendido con este asunto. Podría pensarse que no deja de ser un servicio a la carta que hay que abonar, como se paga por muchos otros servicios públicos a pesar de impuestos directos e indirectos. Pero, en mi caso, lo solicitado es siempre lo que ya pasó, datos reales, con lo que me aseguro la fiabilidad de los mismos. Y, ¿en este caso que nos concierne? ¿Se asegura a cofrades y cofradías que la información pagada será exacta? ¿Se cumplirá lo que nos digan desde la AEMET? Seguro que no hay quien ose decir que la previsión, incluso la más cercana en el tiempo, se ajuste ciento por ciento a lo que finalmente ocurra –que ya conocemos de antecedentes–, pero, por otro lado, es un complemento informativo solicitado voluntariamente por parte de quienes lo hacen y con conocimiento de los riesgos que conlleva. Algo que ayuda a la toma de unas decisiones que, no obstante, siempre tendrán que llevar la palabra de los responsables de las procesiones como rúbrica.
Tal como lo veo, no es algo que deba llamar a rebato, más que nada porque hablamos de cantidades que son casi simbólicas, teniendo en cuenta lo que se mueve en nuestras cofradías y hermandades; y si el resultado es adecuado, estarán más que bien pagadas. Pero, también es cierto que la Administración podría “estirarse” y regalar sus previsiones a la Semana Santa, cual si de un donativo se tratase.
No obstante, al final y si optamos por no contratar este servicio, siempre nos quedarán las cabañuelas, el Zaragozano o nuestra propia intuición (que lo de “la reuma” en las rodillas es como el mejor de los aparatos meteorológicos), que han demostrado su utilidad y efectividad a lo largo del tiempo, sin necesidad de radares, ordenadores ni satélites artificiales.
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