miércoles, 7 de marzo de 2018

Robustecer la vida espiritual del cristiano: la Eucaristía y las hermandades (III)

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P. José Anido Rodríguez, O. de M.

El Nazareno Chico, durante su traslado para el vía crucis de la Junta de Semana Santa | Fotografía: Alejandro López

07 de marzo de 2018

La Eucaristía es el centro de la vida cristiana, individual y comunitaria. Por esto, las hermandades deben estar dispuestas a hacer de ella el núcleo de su devenir, fuente de una vida que se manifiesta en la caridad, en la formación, en los cultos externos. Una vida eucarística que se debe plasmar, como he comentado en el artículo anterior, en la vida de nuestras comunidades. Las cofradías tienen la capacidad de ser luz que abra nuevos caminos de evangelización. Este trabajo apostólico se fundamenta en gran parte en el cuidado de actos devocionales y de piedad popular tradicionales. En ocasiones se observa que entre estos y la celebración eucarística hay un desequilibrio. No solo por la mayor asistencia a aquellos, sino también por el cuidado con el que se preparan o la importancia que se les da en la planificación.

Esta contraposición llevó a mirar de modo sospechoso a las hermandades y sus modos de vivir la fe. Esta dicotomía es fruto de la evolución secular: si estudiamos las celebraciones de Semana Santa hasta las reformas litúrgicas de Pío XII en los años 1951 – 1955, encontramos que los oficios litúrgicos se celebraban a primera hora de la mañana, y el resto del día se combinaban procesiones y sermones mediante los cuales se hacía presente la pasión del Señor al pueblo. Los distintos actos devocionales o formativos se desarrollaban en paralelo a la liturgia. A partir de ahí, con las distintas reformas litúrgicas del s. XX, se acentúa la centralidad de la liturgia y de la participación de los fieles en ella. Esto supone un desafío para repensar e integrar las distintas formas de devoción.

El rumbo lo marca el mismo Concilio Vaticano II al afirmar que "la participación en la sagrada liturgia no abarca toda la vida espiritual" (SC 12). La Eucaristía es cumbre y fuente, pero esto no excluye el resto de celebraciones y oraciones que nos preparan y disponen para participar en ella de modo fructífero. Por esto, no son admisibles dos extremos: por un lado, la planificación de actos devocionales tradicionales al margen o de modo independiente de la liturgia; por otro, un desprecio de esos actos conducente a su eliminación. La importancia central de la liturgia se confunde, a veces, con su presencia exclusiva. Un absolutismo promocionado so capa de una purificación mal entendida, que pretende, si no en la teoría, sí en la práctica, extirpar las raíces populares presentes en el culto y la oración cristianas. En el año 1987, la Comisión episcopal de liturgia afirmaba que "la armonía entre celebraciones litúrgicas y actos piadosos es el alimento completo que sostiene y robustece la vida en el espíritu de los cristianos". Con esta visión en mente es como se debe proceder a elaborar el plan de cultos y oraciones de la hermandad.

Para alcanzar esa meta, se deben ir dando pasos progresivos: en primer lugar, es necesaria una formación litúrgica. Una formación que vaya creando en los responsables de las hermandades una sensibilidad que se plasme en la planificación de oraciones y cultos, y que pueda ser transmitida al resto de los hermanos. Si en el artículo anterior abogaba porque el apostolado litúrgico debe ser consubstancial a las cofradías, esto tiene que notarse en el planteamiento de las diferentes actividades. Unida a esta formación litúrgica, no estaría de más que las cofradías fuesen también escuelas de oración, donde se enseñe a orar tanto a través de los actos devocionales tradicionales (vía crucis, rosario,...), como a través de la meditación en la Sagrada Escritura o en presencia del Señor sacramentado. Ambas formas deben ayudar al crecimiento como cristianos de los hermanos, y a preprararlos para participar de modo fructífero en la Eucaristía. Sabemos que ante este planteamiento no responderá la totalidad de la hermandad, pero a partir de un pequeño grupo esta sensibilidad puede extenderse como una mancha de aceite.

Para ayudar en este camino de oración, sería muy interesante poder contar con un devocionario u oracional que constase de tres partes: la primera parte debería ser bíblica y estaría formada por aquellos textos del Antiguo y el Nuevo Testamento que puedan resultar más significativos desde el punto de vista de la hermandad, acompañados de algún comentario o de indicaciones para guiar la oración a partir de ellos. La segunda parte la formarían, por un lado, los textos (oraciones, Escritura, meditaciones) de novenas, quinarios, triduos en honor de los titulares, además de los indicados para hacer estación ante el Santísimo Sacramento; por otro, los de los ejercicios clásicos de piedad como el rosario, el vía crucis, vía lucis, vía matris, los siete dolores de María,... acompañados en sus misterios o estaciones de un texto bíblico y una meditación. La tercera y última parte, la constituirían las oraciones propias de todo cristiano y aquellas indicadas para los distintos momentos de la vida de la hermandad (inicio de reuniones, inicio y clausura de la estación de penitencia, al vestirse el hábito...). Esta obra sería un apoyo grande para la vida de oración de todos los hermanos.

Además, la planificación de las oraciones y cultos no litúrgicos deben tener siempre como objetivo último el preparar a los cofrades para participar en el encuentro con el Señor resucitado en la Eucaristía. La mejor forma de prepararse para celebrar es orando, y los ejercicios de piedad tradicionales son un tesoro insustituible en el desempeño de esa función. En el caso de la celebración de novenas, septenarios, quinarios, triduos... tenemos un problema: la predicación, la homilía debe estar ligada a las lecturas de la misa o a los textos litúrgicos; sin embargo, en esas celebraciones suele primar la temática de esos días sobre la liturgia de la Iglesia. Teniendo en cuenta las palabras de la Comisión episcopal de liturgia "la auténtica armonía entre liturgia y devociones está en la complementariedad sucesiva, no simultánea" (n. 24), me gustaría proponer algo que puede resultar polémico: realizar celebraciones de la Palabra ligadas a la temática de la novena, quinario,... que culminen en la celebración de la Eucaristía como elemento central que corone y dé sentido a lo meditado en los días previos. Dejo esta propuesta para el debate.

En definitiva, las hermandades son cauce no solo de vida litúrgica, sino también de vida devocional. Al plantear la estructura de sus cultos y oraciones, las cofradías deben presentar un todo articulado de tal forma que los distintos aspectos estén integrados. Esto favorecerá el crecimiento espiritual de los hermanos ligados de un modo más estrecho a la presencia del Señor resucitado en medio de su pueblo.


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