La silueta del Cristo del Perdón, en la tarde del Domingo de Ramos | Fotografía: Alfonso Barco |
26 de marzo de 2018
La tarde de Ramos había nacido en Salamanca para el Perdón, aunque ya no nos acordemos y por momentos ni siquiera lo parezca. La fascinación por el lujo y oropeles, los bullicios y esplendores trasuntados, el contrarreformismo finisecular, los mil y uno nosequés, han empequeñecido en demasía a un desfile de la Prosperidad que algún tiempo atrás ya había comenzado a menguar. Y no hay una sola causa, porque en esto como en todo, las razones se entrecruzan. A la propuesta novedosa, es verdad, hay que reconocerle muchas cosas buenas, porque tenerlas las tiene, pero no debe soslayarse lo poco que en los últimos años ha hecho la propia Hermandad del Perdón por mantener el prestigio y lugar que por historia y tradición en justicia le corresponde. Ayer domingo, debemos señalarlo, se percibió una ligera mejoría, y eso hay que agradecérselo al último de la saga de los Moneo, pero ¡sigue habiendo tanta distancia entre una y otra propuesta!
La recuperación de aquello que quizás nunca llegó a ser del todo, salvo en la feliz Arcadia de nuestro imaginario colectivo, no pasa por inventar nada, ni siquiera por ampliar el número de nazarenos, que buena falta hace dicho sea de paso. El rebrotar del protagonismo que reivindicamos para esta procesión tan nuestra y tan querida está dentro de la propia hermandad, en su ADN cofrade, porque el Cristo del Perdón solo puede ser el Cristo del Perdón. La recuperación de su añorada identidad está en la autenticidad, y en ella la clave de la significancia. Las adherencias que el tiempo fue dejando acaban restando fluidez y dificultando la inserción en la Semana Santa que todos deseamos. Por ello es necesario un análisis serio y profundo, junto al compromiso decidido y responsable de regenerar (que no de generar). Solo así conseguiremos que el desfile del Perdón recupere el espacio que por su trayectoria y en justicia le corresponde.
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