lunes, 7 de enero de 2019

¿Formación? ¿Qué formación?

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P. José Anido Rodríguez, O. de M.

El Cristo de la Humildad enfila Libreros tras recorrer a oscuras la calle Traviesa | Fotografía: Alejandro López

07 de enero de 2019

Tema espinoso es el de la formación en nuestras hermandades: charlas vacías, conferencias que solo interesan si tratan de algo artístico o histórico, ausencia de una planificación anual, vocales de formación con proyectos ilusionantes que acaban siendo voces que claman en el desierto... Todo esto, y más, dibuja un panorama desolador que puede hacer cundir el desánimo en nuestras cofradías. Un panorama que hace arreciar las críticas en determinados ambientes eclesiales. Y, a pesar de esto, en nuestros estatutos y constituciones, normas y reglamentos, la formación tiene siempre un espacio reservado. Esto es así porque es una exigencia irrenunciable que nuestros institutos sean ámbito de maduración en la fe. El crecimiento como cristianos es un proceso que dura toda la vida, al que nunca daremos término hasta que contemplemos cara a cara a aquel que nos llamó a la existencia. Pero para ir realizando este desarrollo, en la Iglesia, existen múltiples vías y comunidades. El camino de los cofrades pasa a través de la religiosidad popular, y este constituye un ámbito legítimo para crecer en nuestra fe. Eso sí, para que esto sea efectivo es preciso tener en cuenta la especificidad del carisma cofrade. Este es el principal problema. Hay que ser realistas, salvo un reducido número, la mayor parte de los hermanos está poco dispuesta a acudir a interminables charlas. Si a esto se le añade que, en muchos casos, las reuniones de formación sobre fe ignoran esta particularidad cofrade como modo de acercamiento válido a dichas verdades, el resultado es que la aportación para el crecimiento como creyente de nuestras hermandades se ve reducida a su mínima expresión.

Ante este panorama, antes de seguir adelante, podríamos hacer una breve clasificación de contenidos, para aclarar, más aún, de qué estoy hablando. Sin ánimo de ser exhaustivo, podríamos clasificar en tres grandes grupos las opciones disponibles en un plan formativo:

  1. Unos contenidos prácticos. En las hermandades hay una multitud de funciones que pueden necesitar unas competencias determinadas y es bueno que se ofrezca la preparación necesaria: desde cursos de administración de cofradías para secretarios o juntas de gobierno, hasta sesiones para los encargados de la acción social de la hermandad, pasando por la formación litúrgica práctica de los acólitos o la técnica de portadores y costaleros.

  2. Unos contenidos culturales. Hay multiformes aspectos artísticos o históricos que suscitan gran interés en nuestras corporaciones: desde la iconografía de nuestro paso de misterio, hasta el valor de la música cofrade, pasando por los avatares históricos de nuestras hermandades.

  3. Unos contenidos creyentes. Una presentación de los contenidos de la fe, ya sea para favorecer la maduración de los hermanos, ya sea, en colaboración con una parroquia, para preparar a la recepción de un sacramento determinado (la confirmación suele ser el ejemplo clásico, pero por qué no pensar en la preparación al matrimonio o, incluso, en la catequesis de comunión).

Como es natural, estas distinciones no son radicales: en muchas charlas o reuniones se pueden dar y tocar los distintos aspectos mencionados. Pero lo interesante, desde el punto de vista eclesial, es el tercer bloque. Dado el carisma particular de las hermandades, esta formación en la fe debería ser enfocada desde esa religiosidad popular encarnada en las cofradías. Esto, ya me parece escuchar las voces airadas de los de siempre, no supone –no debe suponer– ni una merma en los contenidos, ni en las exigencias como cristianos. Lo que sí supone es la exigencia para el formador, sacerdote o laico, de conocer el pueblo que tiene delante, el camino que han recorrido para llegar, o mantenerse unidos, al Señor. En definitiva, abandonar cierto clericalismo para escuchar y caminar en medio del pueblo, como nos pide el Papa Francisco. En nuestra diócesis de Salamanca, hace unos años, se realizó una experiencia muy interesante: durante un año se ofreció una formación cofrade a partir del libro Paso a paso. Este es un camino que debe profundizarse: deben buscarse medios para ayudar a los hermanos desde su vivencia real de la fe a crecer en la misma. Nadie discute la especificidad de la formación cristiana que reciben los integrantes de otros movimientos laicales, nadie debería, tampoco, discutir la necesidad de esa misma especificidad en nuestras corporaciones.

Este artículo se titula con dos preguntas. Creo que a lo largo del mismo he ido dando las pistas que yo creo que nos deben dirigir hacia una respuesta que integre a todos. La formación es una exigencia irrenunciable: de las diócesis a las hermandades, acompañándolas y ofreciendo distintas alternativas; de las juntas de gobierno a la hora de planificar el curso cofrade; y, también, de los propios hermanos a sus juntas, como camino de vida cristiano al que se sienten llamados. Una formación cristiana que se plantee desde coordenadas cofrades como vía legítima de aproximación al conocimiento de nuestro Señor podrá llegar mucho mejor al corazón de los hermanos. Objetivo este en el que todos deberíamos estar unidos.


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