miércoles, 9 de enero de 2019

Romaneando

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Álex J. García Montero

La imagen de un centurión romano acompaña a Jesús Despojado en su paso de misterio el Domingo de Ramos

09 de enero de 2019

Una de las expresiones más comunes de la terminología taurina es la de "romanear". Aunque podemos encontrarla en infinitivo, lo normal es expresarla en gerundio, como acción continuada en su desarrollo. Es decir, es habitual que hablemos de "romaneando" cuando un toro está cabeceando el estribo del picador levantándolo con violencia. Parece que la expresión viene de la balanza romana, que cuando se suelta su contrapesa, el platillo de esta deviene en una brusca levantada si carece de peso.

En la Castilla imperial y tridentina, cuando se pone realmente en valor la Semana Santa, los soldados o sayones que acompañaban a los grandes pasos de misterio (denominados en algunos lugares como "pasos grandes" para diferenciarlos de los pequeños o votivos), casi nunca aludieron a los militares romanos. Para su hechura, los insignes imagineros y los escultores salidos de sus escuelas tomaron como modelos los mílites castellanos de la época. Así sucede por ejemplo en los pasos de la Santa Veracruz de Valladolid (cabeza de esa Castilla imperial) o de Salamanca (preboste de la intelectualidad).

De un tiempo a esta parte, debido a las modas establecidas en los lares de Trajano, se están elaborando sayones que tratan de emular a los hijos de Escipión. Y tal como aludimos al comienzo, se está levantando la esencia de nuestra Semana Santa a favor de un romaneo harto peligroso que puede terminar en una mortal cornada de imprevisibles consecuencias. Se están imponiendo, con democracias capitulares y parabienes eclesiásticos, yelmos del Tíber en cabezas huecas.

Cualquier día, a alguno, con eso de "romanear" en estado puro, se le ocurrirá encargar una catapulta romana para realizar su estación de penitencia. Eso sí, bien dorada y con las rocallas propias del barroco meridional, pagada en denarios; porque los maravedíes habrán desaparecido del mercado gracias a las dádivas de saquillos de treinta monedas de las diversas juntas de gobierno de nuestras corporaciones penitenciales.

De momento son ya varias las hermandades y cofradías que han romaneado tratando de cambiar el nombre al Tormes por cauces sureños. En algunas han ganado los romanos, pero en otras parece que a estos les han sucedido los godos de Alarico. Veremos pues en que deviene este final del Imperio Romano.

Nuestra Semana Santa acude impasible al final de un antiguo imperio. Podía haber seguido los vericuetos de los Austrias y sus verdugos de jubones y alabardas por rúas viejas empedradas; pero ha elegido centuriones de sandalias, yelmos, corazas, lanzas, brazaletes de metal… que tan solo muestran el fin de este gigante con pies de barro sobre oropeles, canastos, guardabrisas y trabajaderas, que surten de fastos a unos juegos circenses en chicotás de anfiteatro de calles convertidas a la fuerza en calzadas, prolegómeno del desastre que se avecina. Siempre que veo en el albero un equino con su peto romaneado por un cornúpeta exclamo: ¡A esta es!

Lo dicho, "romaneando".


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