Detalle del cartel de la Hermandad del Cristo del Perdón por su 75 aniversario fundacional | Foto: Alejandro López
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06 de febrero de 2019
"Entonces se le acercó Pedro y le dijo:
-Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?
- Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete"
(San Mateo 18, 21-22)
Aunque la Cuaresma, y la propia Semana Santa, parecen los momentos más apropiados para la reflexión penitencial, no es menos cierto que el mundo nunca para y que no hay nada tan consustancial a la acción del hombre como equivocarse, pongamos el apellido moral que queramos. La misa dominical nos recuerda en todo tiempo la conveniencia de reconocer humildemente nuestros pecados, pero sobre todo nos orienta a sentirnos reconfortados en el perdón.
Perdón que, basta con mirar un informativo cualquiera, no sabemos muy bien si merecemos, pero que en todo caso –en el sentido trascendente y en el de la más cercana convivencia ("como nosotros perdonamos a los que nos ofenden")–, está instaurado en la base misma del ideario cristiano.
Necesitamos, por tanto, el perdón. El que viene, digamos, de arriba y el que viene de quien está al lado. Porque en el rencor no se puede vivir o, en todo caso, se vive de forma más ácida, angustiosa y estrecha.
Baste esta reflexión general para introducir otra necesidad más específica de la Semana Santa salmantina. También aquí necesitamos el Perdón, pero esta vez con mayúscula. La del Santísimo Cristo del Perdón, tras la que se encuentra también la hermandad que le da vida cada tarde de Domingo de Ramos.
Ciertamente, pocas cofradías salmantinas han sufrido tan severamente los impactos de las distintas crisis espirituales pero también sociales y urbanísticas que han ido modelando Salamanca desde el siglo XX.
Movida a cambiar de punto de inicio para sus procesiones en tres oportunidades. Abocada a sentirse algo desorientada con el traslado de la prisión provincial al centro penitenciario de Topas. Condenada a vivir hasta el último momento la incertidumbre de saber si llegará o no el indulto. Son luces y sombras con las que un grupo de personas ha luchado, y lucha, admirablemente por seguir manteniendo una salida penitencial que, no olvidemos, ya se vio obligada a suspenderse entre 1973 y 1986.
De aquella intensa crisis, por cierto, surgió la oportunidad magnífica de incorporar a la Semana Santa de la ciudad el crucificado de Bernardo Pérez de Robles. Una de nuestras grandes obras, que quizá no tenga, es cierto, el itinerario más bello, pero que vale por si sola una procesión. Un crucificado de más que perfecta anatomía, que pese a lo sangrante de sus heridas no tiene en la cruz un tormento, sino un trono. Un crucificado con ojos abiertos que perdonan.
Acaba de comenzar el 75 aniversario de esta hermandad. La nueva junta directiva y la anterior han trabajado con el entusiasmo que la caracteriza en un programa que llamará la atención sobre muchos aspectos necesarios. Aunque, quizá por pudor, puede que se omita el más relevante, Salamanca no puede darse el lujo de quedarse sin el Perdón. Y ese es un llamamiento que nos concita a todos.
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