Vista de Ciudad Rodrigo desde el río Agueda, con el Puente Mayor en primer plano | Fotografía: Pablo de la Peña |
08 de febrero de 2019
Acostumbrados en esta tierra y en este medio a mirar a realidades semanasanteras más lejanas, con no pocas referencias al sur, en especial a la capital hispalense y en otras ocasiones al norte dentro de nuestra tierra castellana (Zamora, León, Valladolid), prestamos poca atención a lo que se cuece más cerca, mucho más cerca, en nuestra propia provincia.
Hete aquí que el pasado sábado nos visitó en nuestra sesión de la tertulia una representación de la Semana Santa mirobrigense, con su presidenta al frente.
Quizá tengamos que mirar también al oeste, a la diócesis hermana civitatense, a sus cofradías, para comparar y valorar, y por qué no, aprender de ellos.
En los últimos tiempos en el ámbito cofrade tenemos un monotema, "las normas". Pues bien, quizá el asunto más mediático de las mismas en la prensa local, y que habrán leído con asombro los mirobrigenses, es la contribución de las cofradías al fondo común diocesano, ya que allí es algo asumido, que se pide por parte del obispado a las cofradías y al que estas contribuyen en la medida de sus posibilidades. Primera lección.
Nos comentan que la rendición de cuentas es también habitual, siendo presentadas para su conocimiento y, además, se recuerda por escrito para que no se olvide. Segunda obligación y segunda lección.
El tercer aspecto que nos interesó fue la composición de los cortejos procesionales, donde no tienen problemas en las filas, aunque sí en algunos casos en las cargas, por lo que no tienen inconveniente en sacar imágenes en sus pasos a ruedas. Cuánto hemos escrito y hablado en este sentido: una procesión sin filas no es procesión; sin hermanos de carga sí que lo puede ser. Bendito problema. Tercera lección.
Pero como no todo puede ser color de rosa, echan de menos el apoyo de los sacerdotes, en la figura de los capellanes o consiliarios, que además en ocasiones no existen, no están nombrados o no ejercen su función adecuadamente. También adolecen de una clara falta de sintonía en las parroquias donde radican, sin participar de la vida de la misma de forma activa, así como de una verdadera presencia en la vida de la diócesis, aunque siempre que se lo requieren su presencia está garantizada.
Quizá esta última parte nos suena de tiempos no tan pretéritos. Aquí hemos andado camino y aún nos queda un buen trecho por delante. Por eso, como hice en la tertulia, animo a nuestros hermanos mirobrigenses a que trabajen por y para la Iglesia de esa querida diócesis, estrechando las distancias que pueda haber. Son necesarios para la nueva evangelización, las cofradías son movimientos con un potencial no siempre bien valorado, pero llevamos siglos ahí. Y por si me lee algún sacerdote o incluso el obispo de la diócesis (el administrador o el que esté por venir), no den la espalda a las cofradías y a los cofrades. Ayúdenlas con la espiritualidad de la mirada del Buen Pastor y verán como dan fruto en abundancia.
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