Una de las primeras imágenes de Nuestro Padre Jesús de la Pasión, publicada en la revista Christus de 1945 |
29 de enero de 2020
A papá, que marchó al encuentro del Padre
con el Pasión en el bolsillo de la americana
Con Nuestro Padre Jesús de la Pasión parece que Salamanca se dio por satisfecha. Tras cerca de doscientos años sin incorporar ningún nazareno a nuestra Semana Santa, hace setenta y cinco llegó el cuarto y último de los que hoy seguimos procesionando. Con él ha culminado una devoción que ninguna hermandad ha vuelto a explorar desde entonces, ni en la recuperación ochentera ni tampoco en la nueva remesa actual.
Alguna imagen perdimos con el tiempo como aquel Nuestro Señor de los Nazarenos de la Vera Cruz que rememoramos al visitar Descargamaría. De modo que, si Jaén bautizó al suyo como el Abuelo gracias a una hermosa leyenda, nosotros deberíamos apodar a nuestro Pasión como el Bisnieto, broche para cuatro generaciones de cristos con la cruz al hombro. "Siempre en camino, los pies dispuestos", escribió el poeta Quintín García.
Cada uno con su personalidad, cada uno con su mote, el nazareno de San Esteban es inconfundible en la madrugada por su túnica blanca. Dicen que el color fue cosa de los padres dominicos, que recetaron Evangelio al decidir la vestimenta de la talla. Pero yo prefiero pensar que mis colegas de El Adelanto quisieron que el Pasión extendiera cada Viernes Santo una sábana por la ciudad donde escribir una nueva crónica. Las calles convertidas en una rotativa para que los fieles imprimamos nuestras oraciones, un gran rollo de piedad popular que el Pasión sigue arrastrando en sus bodas de brillantes.
Cumple setenta y cinco años el Jesús del pellizco al subir Palominos guiado por Meri. El del taller granadino de un Damián Villar veinteañero. Que después pegó el estirón. El Jesús fotogénico de manos nobles. El del viernes que también lo fue del lunes. El Jesús que ojalá desfilara siempre sobre las andas de Vicente.
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