Sello conmemorativo de la Pasión zamorana editado en 1987 que muestra a Unamuno en la procesión de Jesús Nazareno |
10 de enero de 2020
"como el cuerpo del Hombre en cruz, espejo
del sol de vida, del que nunca muere"
(El Cristo de Velázquez)
Miguel de Unamuno goza de una intensa popularidad derivada, al menos en parte, del impacto de la exposición en la gran pantalla de los días finales de su vida. Resurgen análisis de su obra por doquier, se lo vuelve a citar en los parlamentos, visiones antagónicas reclaman para sí sus escritos políticos. Una interesante ebullición en la que quizá haya quedado algo fuera del foco la compleja cuestión religiosa, imposible de abarcar en un artículo como este, aunque sí puede ser un buen momento para destacar la estrecha vinculación del pensador con la Semana Santa.
Jean Claude y Colette Rabaté extraen de los diarios las primeras vivencias sobre la Semana Santa de un Unamuno niño, en torno a 1870, en su Bilbao natal: "Apenas despachada la cena, Miguel se entretiene contemplando desde los balcones de las casas viejas del barrio de Siete Calles las pintorescas procesiones con los bultos o pasos sostenidos por unos muchachos con bota de vino. Le impresionan algunas tallas, con sus posturas contorsionadas, sus rostros deformados o grotescos".
Esa denominación de "bultos" hará fortuna y hasta hoy acompaña de manera algo controvertida a la denominación de los pasos bilbaínos. En todo caso, desde ese momento Unamuno irá desarrollando un sentimiento religioso lleno de vaivenes que tendrá su explosión en 1897. Es el momento de su gran crisis religiosa y se produce precisamente durante un retiro espiritual en Alcalá de Henares, en Semana Santa. Su Diario íntimo lo recoge así: "Por el infierno empecé a revelarme contra la fe; lo primero que deseché de mí fue la fe en el infierno, como un absurdo inmoral".
Hacía seis años que Unamuno era catedrático de Griego en Salamanca. Faltaban unos meses para el Desastre del 98 que tanto iba a marcar su pensamiento y proyección y poco más para que su impresionante lección inaugural del curso 1900-1901 le valga ser nombrado rector por primera vez. Unamuno vive y pasea Salamanca y desde la evolución de su religiosidad va a entablar contacto con las tradiciones de la Semana Santa. Ya debía ser una relación estrecha cuando en 1911 decide vivir la Semana Santa de Zamora. El Adelanto lo anuncia así: "Ha salido para Zamora el rector de esta Universidad, don Miguel de Unamuno".
Llega el Miércoles Santo y permanecerá hasta el Sábado. Lo recoge el Heraldo de Zamora el 15 de abril: "Hoy a mediodía han salido para Benavente el rector de la Universidad de Salamanca, don Miguel de Unamuno, y don Pascual Meneu, catedrático de Árabe de la misma Universidad". De qué vio Unamuno no ha quedado constancia, pero curiosamente sí una imposible prueba gráfica, el cuadro Procesión al amanecer que pinta Gallego Marquina en 1949. En ella coloca a Unamuno presenciando la procesión de Jesús Nazareno, aparentemente guiándose por el recuerdo de algo que vivió el mismo, y que sería en 1987 el motivo elegido por Correos para un sello conmemorativo de la Pasión zamorana.
Tres años después de ese viaje, en todo caso, se iba a producir la mayor eclosión de religiosidad de Unamuno y habría de ser, precisamente, en Semana Santa. Será esta vez en Silos, donde el pensador perfila El Cristo de Velázquez.
Conchas marinas de los siglos muertos
repercuten los claustros los cantares
que, olas murientes en la eterna costa,
desde el destierro de la tierra se alzan
bregando por su paz las almas trémulas.
"Escritos estos versos para mi poema El Cristo de Velázquez durante mi estancia, en la Semana Santa de 1914, en esta abadía de Santo Domingo de Silos a donde vine, hombre de guerra, a disfrutar unos días de paz para poder tornar con nuevo empeño a la batalla que es mi vida”.
Profecía quizá de una Gran Guerra que estaba a punto de estallar. Entre 1924 y 1930 Unamuno vive su destierro y exilio. De regreso a España y poco antes de publicar San Manuel Bueno, mártir viaja a Medina de Rioseco. Es la Semana Santa de 1932 y él mismo lo cuenta en un artículo de El Sol: "Era la misma procesión de antaño. El anciano cree ver la que vio de niño, y el niño, aún sin darse de ello cuenta, espera ver la misma cuando llegue a anciano".
Y cerrando el círculo, de vuelta a Salamanca (de la que por cierto ha dejado escrita su célebre reflexión sobre una ciudad y en particular su calle de la Compañía que "parece un escenario secular, en piedra de oro, para las representaciones anuales del Drama de la Pasión y Acción de Nuestro Señor"), vive sus últimos días en reclusión en 1936 tras el episodio del Paraninfo. Días que dedica a su último Cancionero y a escribir cartas como la remitida apenas un mes antes de su muerte: "En una fiesta universitaria que presidí, con la representación del general Franco, dije toda la verdad, que vencer no es convencer, ni conquistar es convertir, que no se oyen sino voces de odio y ninguna de compasión". Una carta que en un último lazo con la Semana Santa escribe a su amigo Quintín de Torre y Berástegui, justamente un célebre escultor e imaginero con presencia, entre otras, en la Semana Santa de Zamora.
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