Las cuadrillas de hermanos de carga son uno de los grupos que componen la Semana Santa | Fotografía: Alfonso Barco |
16 de marzo de 2020
Si bien todos son toreros, incluso algunos matadores de alternativa (¡y de confirmación!), normalmente hay una distinción en sus trajes: unos son de plata (los de los subalternos) y otros son de oro (los del matador). Pero esta distinción se rompe con el picador, pues el del castoreño puede vestir de oro, según el respeto figurado (hoy en día más bien denostado por dizques aficionados que son "afliccionados").
Además, tenemos que, a más a más, la cuadrilla del albero formada por cinco subalternos (tres banderilleros y dos picadores), está la cuadrilla del callejón, formada por los hombres de traje (antiguamente con corbata, hoy sin ella), camisa desabrochada con torsos debidamente depilados, gafas de sol y pulseras varias (muy al gusto charro hispalense): mozo de espadas, ayuda, apoderado…. Con lo cual, al final, la cuadrilla es una familia extensa en la que es uno, el as de oros, el que ha de llevar el mando. No por ello, y numerosas pruebas hay de ello, implica que el matador (sea novillero o matador), sea el que más sabe (por nacencia, experiencia o temporadas acumuladas) de aquello de la lidia; pero si queremos que la cosa funcione, es éste y no otro quien debe llevar el mando en plaza, nunca mejor dicho.
Resumo las funciones de los tres toreros que participan en la lidia del morlaco: hay un primero, un segundo y un tercero. Primero y segundo alternan sus funciones en el primer y segundo toro con brega y banderillas respectivamente, mientras que el tercero ha de clavar un par de banderillas (el segundo en el orden) y apuntillar, tarea nada baladí y merecedora de todo el respeto y consideración (cuántos trofeos se han perdido por resucitar toros debidamente doblados). Si algo tienen en común todos es que arrastran al toro hacia atrás, nunca toreándolo de frente. Y cuantos menos capotazos, mejor. No hay imagen más desastrosa en la Fiesta que una mala brega y muchos capotazos. La anarquía no tiene cabida aquí (a pesar de la gran cantidad de subalternos taurómacos en nómina que la CNT tuvo en tiempos pretéritos).
Pues bien, tenemos que el término Cuadrilla puede ser invocado de diferentes formas. En mi Euskal Herria natal, se refiere a un grupo de amigos con quien compartes una segunda familia en muchas cosas. Mayoritariamente son hombres y la cocina iguala a todos. También las aficiones y aflicciones. También, desde el punto de vista geográfico, en Álava / Araba es la división tradicional, incluida la Cuadrilla de Treviño / Trebiñu del territorio histórico vasco más castellano (como los sexmeros en la Salamanca del Reino de León). En el sur esta acepción se aplicó al trabajo, de ahí que los portadores de pasos, en un origen profesionales, fueran denominados todos como cuadrilla (la terminación en "a" indica una pluralidad por el neutro plural latino). En esos y otros lugares, la acepción cuadrilla también conlleva un significado peyorativo, pues se aplica a gentes de mal vivir o en tono claramente despectivo. Famosas han sido las cuadrillas de bandoleros y malhechores de Sierra Morena.
Pues bien, hoy en día en nuestra Semana Santa son famosas las cuadrillas de hermanos de carga, costaleros, ruederos… entre ellas han logrado que las hermandades, democráticas éstas, aprueben un sinfín de estupideces, con la cosa de "hacer hermandad". Yo que fui un firme defensor de las casas de hermandad, ahora mismo las empiezo a denostar, pues han sido plazas vetadas a una gran parte de los hermanos, con el único fin de dominar una hermandad sin las juntas de gobierno (los de oro), porque los matadores de vara, estaquillador y estoque han declinado sus responsabilidades por puras conveniencias, dejándolas en manos de banderilleros y puntilleros de tres al cuarto, que cuando han podido, han jodido hermandades con encargos de pasos imposibles de asumir económicamente, de parihuelas fantasma (como el Holandés errante versión esparto, morcilla y zapatilla), han organizado paellas, guisos, calderetas y calderos con nalgadas incluidas. Y cuando las cosas se han desmandado, pues vivimos tiempos de mansos más traidores que un Judas de plástico, han realizado juicios sumarísimos (cualquier consejo de guerra parecería un mojiganga de Hello Kitty y Pocoyó) contra los pocos, escasos (como el lince, y el encaste y la bravura del toro de lidia) hermanos y toreros ya retirados, incluso contra el palco de la autoridad (sobre todo episcopal y vicarial, que saca más bufandas y sonrisas, que pañuelos), quedándose solos para reforzar onanísmicamente su buen juicio y criterio de reventar la fiesta o la Semana Santa. ¡Ojo!, que esas cuadrillas han obtenido ingentes emolumentos a puerta cerrada y sin cotizar.
Que no se pueden poner imágenes de Semana Santa de otros lugares, pero ponemos que nos hemos ido de copas por las veredas del Guadalquivir. Que el capataz, guiñapo de turno, amenaza mil quinientas veces con dimitir, pues lo dejamos para que siga el circo, que el criterio es contratar pasos de doscientos mil euros y hacemos unas huchas que no dan ni para bruñir llamadores, pues que continúe la fiesta. Que faltamos el respeto a la autoridad (el toreo y la Iglesia, siguen siendo, a Dios gracias, jerárquicas), pues allá carlistas bufandas y liberales pancartas. Que la fiesta termina en orgía rítmica de los de oro y plata compartiendo iniquidad, pues alcohol a raudales y fundamos otra hermandad. Que el costal es la única base de una penitencial, pues a dar capotazos sin sentido para distraer al público con avesales esfuerzos y jodentinas prebendas.
Hay una cosa que mucho personal desconoce. En los toreros que empiezan o que, por mor de circunstancias tienen pocas o nulas fechas, las cuadrillas se repiten (no son fijas y van al mejor postor). Y así sucede en las cofradías. En Salamanca, hay una casi desaparecida, la que vestía de perla y azabache; pero la gran pregunta es: ¿hay para dos? Pronto veremos cómo, parafraseando la Parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón, o hay cena o hay despojos; porque ambos a la vez, se me antoja difícil elección. Y sobre todo con la abundancia de tanto boato, imagen, renombre, apellidos, hierros, pelajes y cornamentas. Pues la Semana Santa (y no digamos las cuadrillas) tienen muchos doctores "Polvoris Causa" en esto último.
Feliz Semana Santa. Aunque, seamos sinceros. Hay y habrá matadores, guiñapos, incluso autoridades, que después de ver los morlacos bien armados en puntas de navajas de los corrales, deseen que el coronavirus, al igual que la lluvia antaño, haga hogaño su aparición estelar, con el fin de que no suenen clarines y timbales para no abrir la puerta de la verdad, la del esportón de chiqueros. Porque a lo mejor (y "mejor" cobra aquí todo su significado de extraordinaria y excelente nueva de inusitado alborozo) no es posible sacar la procesión a la calle. Y lo saben. Y callan (y callarán) como putas.
Un verdadero placer leer tus artículos
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