La Borriquilla pasa ante el balcón de las Siervas de los Enfermos | Fotografía: Manuel López Martín |
27 de marzo de 2020
"Todo su alrededor pálido y en agonía
hablándome de ti, Crucificado,
con los pulmones encharcados
y los huesos rotos"
("Donde se quiebra la luz", Isabel Bernardo)
Trepan los nuevos edificios frente a mi ventanal, empeñado el resurgir inmobiliario en sumar plantas que, confío, no terminen por quitar de mi vista la Catedral, ese santuario sin santo que abrazar. No tengo balcón. O al menos no un balcón al uso. Lo que entendemos en Salamanca por balcón. Con su espacio al aire libre y su barandilla. No un balcón como aquel de la infancia desde el que oír los ensayos de la banda militar para la próxima jura de bandera, los únicos tambores que escuchaba entre una Semana Santa y la siguiente. Ahora solo el silencio.
Aquí en Compostela, donde por primera vez pasaré un triduo pascual completo alejado de casa, pienso en tantos balcones que este año quedarán vacíos. El frío parte de guerra de hoy habla de 4.858. Ya deben ser más a esta hora. Un paisaje de números inertes donde antes bullía la vida. Quién sabe cuántas devociones susurradas en la soledad del cuidado intensivo. Ante ese panorama, pocas palabras caben. Pero necesita hablar el hombre. Escribir el cofrade.
No habrá palmas que anudar en los balcones, supongo que tampoco reposteros. Y me asomo, por si, en el silencio de media tarde, el viento me devolviera alguna de las palabras que Paco nos tenía preparadas. Qué festín nos daremos, pregonero, mientras maduran en la barrica de tus anhelos para ser pronunciadas por estas fechas el próximo año. Esto ya está aquí, amigo.
Como aquel pregón joven con el que Tomás abría camino en 2006, "desde un balcón de la calle Libreros, un primer piso, a la derecha de las Escuelas mayores y las menores, a la izquierda de la Pontificia –escribía entonces el hoy médico–. La altura le obsequia con una perspectiva muy particular que le sobrecoge hasta encogerle cuando transita ante el moderno balcón de sus tíos un balcón del siglo XVIII, el balcón de Pilato convertido en humilladero de un hombre que dice ser Dios. Jesús sufriendo el dolor del hombre y sobreviviendo por el amor de Dios".
No se abrirá tampoco el balcón mayor, el de todos, para rezar con Sofía a la Virgen. Que ella proteja a nuestros abuelos como nosotros no sabemos hacerlo. Como sí saben las Siervas de los Enfermos y tantas religiosas que dan Esperanza, aunque ella no vaya a parar este año bajo sus balcones. Balcones como los que Manuel López Martín fotografía con frecuencia al paso de las procesiones. Balcones como el de la foto. Balcones de Pizarrales, la Rúa, el Corrillo.
Balcones donde, más que nunca, deberá lucir el Resucitado. Más y más banderolas diocesanas para anunciar que, por supuesto, la noticia es el reencuentro, aunque se interrumpa el rito y se nos desajuste el reloj de la primavera que, nadie lo dude, volverá a triunfar de nuevo.
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