Hermanos de carga portan la imagen de Jesús Rescatado sobre sus andas doradas | Foto: Pablo de la Peña |
25 de marzo de 2020
Muchas veces se habla de que las hermandades y cofradías poseen entre su patrimonio grandes riquezas y tesoros: coronas, potencias y varas en metales preciosos, mantos, palios y enseres bordados en oro y plata, ornamentos litúrgicos y paralitúrgicos de un valor enorme. Sin embargo, creo que, pese a su valor económico, estos elementos no son las mayores riquezas de las cofradías. A mi modo de ver, los tesoros de las hermandades son dos: sus imágenes titulares y los hermanos cofrades. Puesto que, por un lado, las imágenes (independientemente de su valor artístico), son mediaciones que nos llevan a Dios y a la Virgen María. Y, por otro, los hermanos cofrades pueden ser también presencia de Dios en nuestra vida, pueden llevarnos hacia él y, en su compañía, podemos experimentar que "donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20).
Por ello, y dado que ya he tratado el tema de las imágenes en alguna otra ocasión, me gustaría dedicar esta pequeña reflexión a uno de los más grandes tesoros que tienen las hermandades: sus hermanos más comprometidos, aquellos que buscan a Dios en las cofradías y que tratan de transmitírselo al resto de hermanos y también al resto de la sociedad. Puede ser que este grupo de hermanos cofrades no sea tan numeroso como deseásemos, pero creo que no es cierto que sean tan pocos. Es verdad que a veces su entrega, su esfuerzo y su trabajo no se ven, o quedan ensordecidos por el ruido de aquellos que, en lugar de ir al centro, ponen su foco en los aspectos secundarios de las hermandades, o por el barullo de los que pretenden despojar a las cofradías de su esencia religiosa para convertirlas en algo cultural o folclórico. Pero creo que quien haya vivido de cerca y en profundidad las hermandades y cofradías, conoce a muchos hermanos que han encontrado el núcleo de su entrega a Cristo en ellas y desde ellas viven su fe.
Pienso en todos aquellos cofrades que trabajan, sin descanso y sin esperar nada a cambio, para que Jesucristo sea cada vez más conocido en nuestra sociedad y para que aquellos que sufren puedan encontrar, en las hermandades, un lugar en el que aliviar sus enfermedades. Son los hermanos que acuden a las formaciones y actos que organiza la cofradía, pese a que siempre sean los mismos. Y no lo hacen por "postureo", por quedar bien o por llenar las sillas, sino porque están convencidos de la necesidad que todos tenemos de formarnos y profundizar en nuestra fe. Son los cofrades que trabajan intensamente en las acciones sociales y caritativas de la hermandad, y animan a otros a sumarse a ellas porque saben que un día Cristo les dirá "venid hermanos, porque tuve hambre y vuestra cofradía me dio de comer" (vid. Mt 25,35). Son los que oran ante las imágenes solos o de manera comunitaria, porque han experimentado que una fe sin oración se convierte en humo, y un trabajo sin contemplación acaba quemando. Son los hermanos que acuden a la Eucaristía y a todos los cultos, con independencia de quien celebre o de si se ha montado un altar o no. Son los cofrades que trabajan por su hermandad a pesar del cansancio o de las críticas y acusaciones de los demás, ya que con ello no esperan la recompensa y el aplauso de otros, sino porque se saben "siervos inútiles que han hecho lo que tenían que hacer" (Lc 17,10).
El testimonio de entrega de todas estas personas es un verdadero tesoro para las cofradías. Su vida merece todo nuestro respeto y admiración. Y, por esta razón debemos, en primer lugar, agradecerle a Dios haberlas puesto en nuestra hermandad. En segundo lugar, orar por ellas, para que su entrega sea cada vez más como la levadura que hace que la masa fermente (Mt 13,33). Y, en tercer lugar, debemos tomar ejemplo de ellos y así ofrecer nuestra persona a nuestra hermandad para que cada vez sean más los que vivan cristianamente en ella. Así viviremos con mayor intensidad las palabras en las que san Pablo dice: "Pues, cuando venga el Señor nuestro, Jesús, ¿quién sino vosotros será nuestra esperanza y gozo y la corona de la que estemos orgullosos ante él? Vosotros sois mi gloria y mi gozo" (1 Tes 2,19-20).
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