Poetas y cofrades arropan al Cristo de la Agonía Redentora en el coro de la Catedral Nueva | Foto: J. Mellado |
29 de abril de 2020
Hay en el acto del Poeta ante la Cruz, de la Real Cofradía Penitencial del Cristo Yacente de la Misericordia y de la Agonía Redentora, algo que hace de él un acto especial y representativo de la cuarentena, de este periodo áspero que estamos atravesando estas semanas y, especialmente, esta Semana Santa de 2020. Pese a tratarse de un acto público, el Poeta ante la Cruz es un acto profundamente íntimo y, me atrevería a decir, que hasta solitario. Y esto es así, a pesar de lo contradictorio que pudiera parecer, ya que en torno al poeta y a su recitación, se congrega cada año mayor número de testigos de esa intimidad lírica.
Sin embargo, lo verdaderamente real es que el poeta se halla solo ante el Cristo, como igualmente le ocurre al creyente ante Dios en los momentos esenciales de la vida. También el propio Jesucristo lo estuvo en los momentos previos a su prendimiento, y posterior Pasión y Muerte, en el Huerto de los Olivos. Allí creo yo que tuvo lugar este acto por primera vez en la historia: Cristo fue el Primer Poeta ante la Cruz, el primero en dirigirse a Dios ante lo que veía venir, ante su propia inminente crucifixión, con las palabras más bellas a pesar de dolientes.
En el Poeta ante la Cruz, el poeta se pone frente al Cristo crucificado, le mira cara a cara, y ante él desnuda verbalmente su alma. Y aunque, como ya he dicho anteriormente, el acto tiene una vertiente pública a través de la lectura de los poemas ante el Cristo de la Agonía Redentora, en la Catedral de Salamanca, estamos ante un acto profundamente íntimo, en tanto que los asistentes permanecen callados y en silencio, en una puesta a punto sobria, en la que apenas interviene el presentador, el autor de los versos y el coro que canta, como contrapunto melódico a las palabras poéticas.
De este modo, por su bien, por su verdad y por su belleza, el Poeta ante la Cruz es un acto espiritual que bien puede repetir cada creyente y cofrade en su casa, en silencio, ante el Cristo, que no solo está ante, sino dentro y junto a, en y entre nosotros. Y son así las palabras de cada uno las que dan vida a esa fe callada que se mantiene viva, para alumbrar en ese momento al Cristo crucificado en cada corazón.
Dejar hablar al silencio interior es la norma primera y esencial del poeta, esté o no ante la Cruz. No otra cosa que amorosa poesía debieron de sentir los afortunados del encuentro de Emaús cuando les ardieron los corazones y todo les fue mostrado. Desde principios del Antiguo Testamento hasta finales del Nuevo, desde el Pentateuco hasta Pablo, la palabra está en la boca y también en el corazón.
Me gusta pensar que "Bienaventurados los limpios de corazón" se inspiró en algún dicho de Jesús en alabanza de los poetas e idealistas, y no responde solo a meras cuestiones de pureza moral. Estoy convencida de que dirigirse en soledad a Cristo mediante la oración sincera es el acto poético más lúcido y consciente que puede llevar a cabo el creyente. Reconocer, así, que su inspiración está en Dios y que es a Él a quien han de ir dirigidas en todo momento sus palabras.
Este año que se nos ha arrebatado la posibilidad de asistir a la lectura de los versos de una poeta, hagamos nuestra lectura particular: oremos ante nuestro Cristo crucificado. No importa qué versos, no importa qué imagen. Solo importa uno mismo y Él. Así desde aquel Getsemaní, iluminado por las antorchas de los sicarios de los sumos sacerdotes, hasta estos turbios y aciagos tiempos de la cuarentena. Solo Dios basta.
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