lunes, 27 de abril de 2020

Un antes y un después

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Roberto Haro

José de Arimatea, una de las imágenes que componen el Santo Entierro de San Julián | Foto: Roberto Haro

27 de abril de 2020

A estas alturas de mes y ya avanzando en la cincuentena pascual, no hace falta que comente nada más sobre la situación en la que nos encontramos y que, sin duda ninguna, nos ha sobrepasado a todos con los acontecimientos vividos.

A pesar de ello, no hay que olvidar que la Iglesia, a lo largo de la Historia, ha tenido que afrontar numerosos episodios similares o incluso mucho peores que los que estamos viviendo estos días y en todos ellos ha conseguido sobrevivir a lo largo del tiempo.

En este año entramos en una nueva década a través de un periodo histórico en el que un agente vírico ha cambiado y condicionado nuestras vidas, sacándonos de nuestra zona confortable de tal forma que nos ha puesto, delante de los ojos, situaciones que por costumbre no valorábamos ni observábamos, simplemente por el hecho de pasar siempre desapercibidas, por ser naturales y estar siempre ahí. ¿Cuántas veces hemos hablado por teléfono estos días con nuestros padres, hijos, primos, amigos, cofrades etc…, en comparación con los meses pasados? ¿Cuántas veces habríamos pensado que los templos iban a cerrar y no habría procesiones y cofradías por las calles en una cuaresma y Semana Santa?

Así, igual que todos los ciudadanos, estamos encerrados en casa. También los templos están cerrados para la oración y la celebración de los sacramentos. Unos templos que guardan en su silencio casi sepulcral las oraciones, lamentos y súplicas de todos los cofrades que no han podido sacar por las calles sus benditas imágenes, ni celebrar los actos cuaresmales y posteriores procesiones de Semana Santa.

Sin embargo, y a pesar de esta situación, la Iglesia está más abierta que nunca. Los cofrades y, por extensión, las cofradías, hermandades y congregaciones como parte de esa Iglesia, no tienen ni siquiera pensar en cerrar su Iglesia particular, que es también la Iglesia de Cristo.

Sin duda alguna, las cofradías han tenido que reaccionar y hacer suyo el tópico de que "la crisis es oportunidad". En un entorno en el que la presencia física es inviable, impensable hace solamente unos días, a las cofradías les ha tocado reinventarse para que esa oportunidad que decía se aproveche para hacer más Iglesia.

Por esta necesidad, solo aquellas cofradías que han sabido conectar y transmitir (virtualmente) el espíritu de la cuaresma y Semana Santa, habrán conseguido hacer más hermandad, más comunidad. Y ello no se consigue solo con la publicación, en redes sociales, de videos a modo de recordatorio de lo que estaría pasando en el momento de la procesión que no pudo salir este año con añoranzas del pasado… "Hoy, a estas horas, la cofradía estaría en…". El pasado ya no nos pertenece. Quedarse en esos recuerdos de lo que podía haber sido y no fue posible refleja un pensamiento pobre que se queda en lo superficial, en la imagen, en la fachada.

Y como se adolece de "procesionitis" y de "postureo" cual pasarela de moda fashion week, algunos ya piensan que la supuesta procesión en septiembre será el escapare perfecto para lucirse de forma extemporánea al no poder hacerlo en primavera. Aunque los modelitos no sean los mismos.

Pocas, más bien muy pocas, cofradías, hermandades y congregaciones de esta ciudad han cuidado el aspecto cultual que se requiere en esos momentos, ofreciendo a sus hermanos en la fe la posibilidad de participar, vivir y sentir la cuaresma y Semana Santa como si estuvieran en la propia parroquia. Unos actos y cultos en la distancia que sirven de preludio a una espiritualidad personal nueva y única, que hace que reviva más que nunca. Experiencias que muchos no llegan a entender sin sus procesiones con sus Cristos y Vírgenes, sin sus medallas colgadas al cuello, paseándolas por la calle durante estos días.

Simplemente basta con echar un vistazo a las redes sociales y medios de comunicación que tienen las cofradías, para con sus hermanos y la sociedad, para ver una gran diferencia en cómo cada una ha interpretado y aprovechado esta situación y ha podido o sabido adaptarse a esta nueva realidad que va a cambiar y condicionar, con total seguridad, el mundo cofrade. Se cuentan con los dedos de una mano, y aún sobran dedos, las que han vivido la Semana Santa verdadera sin estar en la calle.

Son momentos muy interesantes. Las cofradías, más que nunca, hoy son Iglesia y tienen que aportar su grano de arena en todos los aspectos y dejar de contemplarse el ombligo para poder mirar al frente y vivir y compartir la fe en esa Iglesia de la que se forma parte, porque nada tiene sentido fuera de ella.

Dos mil años más tarde seguimos siendo cirineos y ahora el madero es más pesado, si cabe. Tengamos presente la nueva realidad social y evitemos caer en la tentación de pensar solo en la fachada del edificio que, si está vacío por dentro y no sustenta la estructura, se termina derrumbando. Aquellos que se queden en la opulencia de la fachada no habrán entendido nada de lo que está pasando.

Ahora no vale ponerse de perfil o escaquearse. Es el tiempo de los valientes, de meter el hombro cuando el paso se hunde por el peso de la cruz, a sabiendas que aún quedan muchos minutos de recorrido.

Y como decía san Ignacio de Loyola, "en tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación".

De eso se trata.


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