domingo, 12 de abril de 2020

Resucitemos en nuestro hogar

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Especial Semana Santa 2020 | Domingo de Resurrección


P. José Anido Rodríguez, O. de M.

El Lignum Crucis de la Vera Cruz proclama el triunfo sobre la muerte en el Domingo de Pascua | Foto: Pablo de la Peña

12 de abril de 2020

Hoy repican las campanas, repican en el atrio de la catedral, repican en las manos puras de los niños. Hoy es domingo, día doce de abril, hoy es Domingo de Resurrección. Y, como todos los años, María Santísima se despoja del luto al encontrase con su Hijo, con el Hijo, resucitado y vencedor de la muerte. Un encuentro íntimo del que pudorosamente callan los Evangelios, y al que, sin embargo, queremos asomarnos cada primavera. Por esto, cada Domingo de Pascua, desde la iglesia de la Vera+Cruz, parte esta procesión de resurrección que culmina en el gozoso baile entre los corazones de María y Jesús, del Redentor y de su Inmaculada Madre. De la misma iglesia que había contemplado el desenclavo, desde la que, después, había salido la urna con el cuerpo del Señor yacente, sale ahora aquel que es fuente de vida y salvación. La historia no ha terminado en el Viernes Santo, sino que es la mañana dominical la que escucha la palabra definitiva del Padre.

Hoy no podemos permanecer encerrados en la tristeza, aunque esta lacere nuestros corazones. En este oscuro año de 2020, debemos seguir celebrando la resurrección del Salvador. Debemos hacerlo cada uno en nuestro hogar, manteniendo la alegría profunda de los redimidos por el amor de Dios. Parece absurdo a ojos del mundo celebrar la vida en medio de la muerte, en medio de la oscuridad y de la angustia, pero esa es nuestra esperanza. Por eso en la noche de Pascua encendemos la luz del cirio pascual con las luces de la iglesia apagadas: solo la luz de Cristo es capaz de vencer las tinieblas que nos encadenan. Y no es esta una creencia ingenua: el Resucitado lleva en manos, pies y costado las llagas del Crucificado. Nosotros también, al celebrar la vida divina que nos transforma y nos une a Dios, llevaremos sobre nosotros las heridas de esta lucha incesante, de la enfermedad, de las heridas de tantos seres queridos que, a lo largo de esta pandemia, nos han abandonado. Y por esto mismo, necesitamos más que nunca la mirada redentora, sanadora, del Señor.

Estos días nuestros hogares se han transformado en Jerusalén, ciudad santa, para celebrar la pasión y la muerte de Jesús. La contemplación del huerto de los Olivos, de la casa de Caifás, del Pretorio y la Vía Dolorosa, de la Cruz sobre el Calvario, la hemos realizado unidos en nuestra iglesia doméstica. Hoy tenemos que dar un paso más: nuestras casas tienen que convertirse en aquel huerto donde todo fue hecho de nuevo, donde se abrió la tumba, y la vida misma iluminó al mundo. Ese huerto que año tras año se recreaba en el atrio de la catedral ante la mirada atenta de tantos cofrades y fieles, hoy surge en nuestros salones, habitaciones y pasillos, en vez de en las calles de nuestra ciudad Salamanca. La familia se reúne también para celebrar la resurrección. Esa célula básica que muestra al mundo el amor de Padre e Hijo, que muestra ese amor mismo que es el Espíritu Santo, debe celebrar el amor derramado en la redención de todos nosotros. El cimiento firme sobre el que edificamos nuestra existencia es Cristo. Él nos ha prometido compartir su vida misma, la vida abundante de Dios. Hoy es la mañana clara en la que la promesa deviene realidad, que contempla con su nueva luz, cómo la muerte y la enfermedad han sido vencidas en la noche, una "noche amable más que la alborada" como cantó el poeta santo.

Para celebrar esta Pascua tenemos el ejemplo de la primera comunidad: estamos como los apóstoles confinados en el Cenáculo, con miedo, con las puertas y ventanas cerradas. El Resucitado se encuentra con nosotros y nos duele no poder salir a plazas y calles a anunciar su victoria. Debemos hacer como ellos, reunirnos alrededor de María, nuestra Madre, en oración, debemos seguir escuchando la palabra de Dios, alimentándonos con ella, debemos seguir unidos por medio del Espíritu. Y así, cuando menos lo esperemos, llegará el día de un nuevo Pentecostés, a lo mejor, sin esperar el término de la cincuentena pascual: así florecerá de nuevo la primavera, y el Espíritu Santo, al que estamos llamados a custodiar en el sagrario de nuestros corazones, nos llenará de gracia y, abiertas las puertas y las calles, podremos llenar nuestra ciudad de la vida, de la luz del Señor. Hoy toca celebrar separados, cada uno en su casa, pero que este día sea símbolo no solo de la Pascua definitiva, sino también del día gozoso en el que, en persona, podamos volver a saludarnos así: "¡Cristo ha resucitado! ¡En verdad ha resucitado!".


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