Un hombre mira al cielo desde el balcón al paso de Jesús Rescatado | Fotografía: Manuel López Martín |
15 de mayo de 2020
Recuerdo que fue en unos Sanantolines de Palencia. Hace lustros. Fue la primera vez que pude ver un toro devuelto a corrales.
La imagen era la del guerrero derrotado. En la oscuridad (nada de penumbra), en una noche oscura de esas que exhala san Juan de la Cruz, el toro estaba metido en el mueco al que solo alumbraba fríamente una bombilla para tranquilizarle.
¡Qué diferencia! La que se establece entre el arrastre de un toro bravo que lo ha dado todo en el albero y la del toro devuelto a corrales por falta de bravura. Sólo los taurinos lo sabemos. Hay muchos que nos llaman crueles, cuando nadie (se lo aseguro) vamos a ver sadismo a una plaza de toros. Es más, nos repugna. Por eso, cuando sentimos la imagen de la derrota en el mueco, nos hace repensar más la vida.
Evidentemente el tono de esta aportación no es el tono de mis anteriores. La situación lo demanda e intentaré cumplir con esta mansedumbre apática con la que nos ha tocado lidiar, nunca mejor dicho.
Porque, como bien sabemos la mansedumbre es muy, pero que muy peligrosa, pero mucho más aún mayor alevosía deviene la apatía.
El mundo del toro da prácticamente perdida la temporada, y mucho me temo que, en lo que a espectáculos públicos se refiere (no incluyo el fútbol de primera división, porque quedó privatizado en streaming hace tiempo), al menos dos temporadas vamos a estar a puerta cerrada y bolsillo trancado.
Quizás haya que pensar que en el toro se da la mayor contradicción: es el espectáculo más popular con precios razonablemente altos, especialmente en cosos cuya gestión depende de pliegos (bueno, más que pliegos son presas y esclusas de corruptelas y exclusividades), cuyo acceso se hacía cada vez más distante a las finanzas hogareñas de los aficionados. ¿Cuántos aficionados preferían trocar las ferias importantes de su capital por festejos menores de la provincia por este motivo? ¿Cuántos habían (habíamos) dejado el sillar libre (de aposentos, posaderas y pecunias)?
Quizás sea la hora de plantearnos que, cuando pueda resurgir esto, habrá que restar burocracia, y aumentar eficacia y afición.
Con nuestra Semana Santa, pasará parte de lo mismo. Somos, al contrario de los toros, un único e inigualable espectáculo gratuito en la calle que se paga de devoción, sentimientos, pero también de cuotas, loterías, aportaciones, donaciones del gremio votivo de los cofrades. Evidentemente que la Semana Santa va a seguir, porque se dan dos cosas: una, que las devociones siguen ahí (veamos qué ha sucedido en Valencia cuando ha asomado la Mare de Deu dels Desamparats). Otra, que los que estamos viviendo esto sabemos que uno de los orígenes de las cofradías y hermandades fueron las estrechuras de siglos pasados, donde algunas desaparecieron, otras se fusionaron (cosa que habrá que abordar más adelante) y otras resurgieron como el Ave Fénix de sus cenizas.
Así que, con independencia de que en el 2021 pueda o no haber procesiones en la calle, cosa que por ahora dudo, vamos a seguir, con labores más centradas en cuidar la espiritualidad y la interioridad de todos, y cómo no, de las necesidades acuciantes de hermanos y hermanas (aunque sea perdonar cuotas).
Va a haber un rescate. Y no me refiero a la corporación de San Pablo de Viernes Santo. Todos saben que aludo a Europa. El otro día lo hablaba. Nos van a "uropizar" a la fuerza. De casa al trabajo y del trabajo a casa. Como mucho, paseos con bolsas de pipas o patatas fritas (ojalá sean de Fátima), alguna fiesta en casa con bluetooth (actual sustitución del tocadiscos) y alguna copichuela o digestivo en familia. ¿Les suena? Volveremos a los ochenta. Veremos más bicicletas por la calle, más peatones, solo nos faltarán los canales (y algo de paraíso fiscal calvinista) para ser Ámsterdam. Y si quieren saber cómo empezaremos a procesionar, deberemos visualizar esos vídeos de procesiones de esa maravillosa década donde los recuerdos son los más populares de la Semana Santa. Pasos más sobrios, imágenes solitarias, rúas con más devotos que turistas, menos casas de hermandad y más templos, nada de paellas y charlotadas, y una apuesta clara por la eucaristía dominical de hermandad y cofradía. Más parques y plazas, y menos locales de ocio.
Porque recuerden, aunque "la procesión va por dentro", siempre habrá un grupo de gente dispuesta a sostener esa devoción. Y va siendo hora de que no haya tanta burocracia de pliegos de prejuicios, soberbias y altanerías que han llevado a crecer múltiples hierbajos de mala poda en alberos otrora cromáticos cual bloques de Villamayor.
Por eso la Semana Santa procesional (sí, la que vivimos con autenticidad litúrgica taurina), volverá. Porque hay miles, millones de corazones esperando que se abran las puertas grandes de los templos, sean estas chicas, románicas, góticas, platerescas, barrocas o modernas y contemporáneas. Porque, volveremos a corneta, tambor y silencios de esas estaciones de penitencia del Naranjito. Porque muchos nos hemos forjado en esas semanas de barro y penitencia. Y, aunque pasen los años sin salir, quedan muchas suelas que gastar.
Respecto a los toros, quedarán ferias grandes hechas chicas, pasados unos años. Pero con las procesiones quedarán las devociones más auténticas en cada lugar. Aquellas que hayan sido impuestas por mor de modas o de costales, quedarán relegadas a la irrelevancia absoluta. Sin embargo, aquellas primitivas de siglos pasados como la Vera Cruz, Nazareno, Angustias, Rescatado, Soledad, Piedad… permanecerán siempre cual vítores de sangre en las piedras francas de nuestros corazones. Y eso, a pesar de lo que decía Ortega y Gasset de que España es el problema y Europa la solución, que en parte será así con los graves problemas acuciantes económicos que se avienen, habrá una mentalidad íntima que será difícil de trocar: la del corazón. Y ahí, vamos a converger todos.
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