lunes, 19 de octubre de 2020

CORRIDA PROTESTANTE

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 Álex J. García Montero


                               
Procesion.Huerto de los Olivos | Fotografía: Pablo de la Peña
 19-10-2020

 Cualquiera que lea el título de este artículo, podrá imaginarse lo peor o echar una buena carcajada. Podía haber empleado la expresión habitual de “evangélica” para referirme a nuestros hermanos cismáticos, pero he preferido, por mor de la caridad evangélica usar el vocablo habitual de protestante, conocido por todos.

La palabra protestante proviene de la acción de Lutero, cuando “protestó” con el clavamiento, cual eficaz sayón romano, de sus tesis en los portones de la germana Catedral de Wittenberg. De hecho, a pesar de que en la Iglesia Católica fue empleado ese término de forma despectiva, los evangélicos en sus múltiples e infinitas variables asamblearias, nunca han denostado ese término.

Los protestantes siempre han renegado, entre otras cosas, del espíritu sacrificial de la Eucaristía. Digamos que, para ellos, nuestro sacramento por excelencia es un símbolo comunitario, pero no actualiza nada del primer Triduo Pascual de la historia. Por ello cuenta mucho más la Palabra de Dios, interpretada ad libitum (sin la Tradición), desde que Lutero tradujo el Nuevo Testamento a la lengua tudesca. De ahí que cualquier versículo bíblico pueda interpretarse de forma literal hasta el más mínimo detalle, por bárbaro que parezca.

La corrida de toros, espectáculo compartido por una visión católica de ciertas minorías regionales del espectro social de países marcadamente mediterráneos (España, Francia, Portugal…), puede ser vista (e interpretada) por una hermenéutica católica o por una hermenéutica protestante.

El católico mira hacia la holicidad, lo integral, lo universal (católico en origen significa universal). El evangélico analiza, cual forense social, cada parte de la realidad, otorgando significado a las individualidades, haciendo de éstas su sino. Es decir, para un católico la Eucaristía cobra sentido desde el “todo” (palabra, liturgia, tradición, gestualidad, rúbricas, especies, transubstanciación, bendiciones, doxologías…). Mientras que, para el luterano, calvinista, zwingliano o simplemente anglosajón, la asamblea en sí misma es comunidad en la que cada uno expresa lo que siente, sin sentir nada más allá de lo que los sentidos nos trasmiten. Una, la católica es más metafísica; la otra, la protestante, más física.

En los toros, la visión global hace de la corrida un auténtico ritual donde todo tiene su importancia (desde el inicio hasta el final; desde el paseíllo hasta el desolladero, pasando por los tercios o los ternos de diestros y subalternos). La fuerza de la muerte es un elemento más, pero no el elemento juzgable. Para el protestante, sólo la sangre vertida por el bóvido herbívoro (poco más y aparece en el ruego de lo mendaz la vaca de Milka), hace que la corrida sea visto como algo cruel y trasnochado, que deba ser superado mediante su paulatina supresión, eso sí, con las herramientas legales al respecto (y la mentira, la falacia, el engaño, los sofismas...).

Este año se ha repetido hasta la saciedad que sí que iba a haber Semana Santa pero que, aunque no hubiera procesiones ni actos penitenciales de cofradías y hermandades, había que vivirla interiormente y totalmente sentida. Pues es una mentira como el templo jerosolimitano de Herodes. Porque en nuestro ámbito cofrade, sin el culmen de lo externo, lo interno quedó marcadamente limitado incluso tocado. Si bien es verdad, que lo expresado por prelados y presbíteros es político-litúrgicamente correcto, todos los cofrades sabemos que sin la procesión no hay posibilidad de desarrollo cofrade. Tal como decía Aristóteles, nada hay en el entendimiento que no haya pasado antes por los sentidos; sin procesión (silencio, música, ropajes, pasos, imágenes, velas, hachones, penitentes, cruces, flores, túnicas, hábitos, varas, banzos, costales, sandalias, zapatos, faroles, bandas, estandartes, banderines, bacalaos, tronos, ensayos, cultos, triduos, quinarios, coronas, potencias…) no hay posibilidad de entender lo que hemos perdido y lo que nos queda por perder. Desde una mentalidad protestante, el planteamiento de los del solideo (y muchos de estola) es muy correcto. Hay Semana Santa porque está puesta en el calendario litúrgico. Poco más. El calendario litúrgico, como la sangre de la corrida de toros, marca el devenir fatal de la celebración de nuestra Pasión. Lo mismo se puede decir de las celebraciones litúrgicas virtuales; sin vivencia no hay nada.

Es evidente que poco o nada podemos decir o hacer, pues es más que comprensible en la situación actual ofrecer cultos externos que pudieran favorecer la propagación del virus (de eso no tengo duda alguna). Pero negar la evidencia de que sin procesiones no ha habido Semana Santa, es cuanto menos un pecado del cual muchos debieran arrepentirse, y preparar cilicios y flagelos para cuando podamos salir de las puertas de los templos a la calle. Seguiremos siendo minoría (cada vez más minoría), pero no por ello no dejaremos de tener razón; o al menos corazón.

Lo dicho, habrá que recuperar la catolicidad de la celebración de la Semana Santa a lo hispano. Con todos sus elementos. Con el equilibrio entre todas sus partes y sus vivencias. Con sus (nuestras) devociones profundas, externamente interiorizadas. Evitar que nos centremos en una racionalización extrema sustentada por un perfectísimo calendario litúrgico cada vez más alejado de nuestras imperfectas realidades.

La corrida protestante es una contradictio in terminis. Cualquier (vano) intento de racionalizar procesiones, cultos y actos organizados por cofradías, nos llevará al desolladero. Eso sí, siempre habrá paredes ebúrneas para sostener las testas de los bóvidos muertos en el albero de la ignorancia. O armarios de la indecencia para colgar túnicas, cíngulos, cinturones, espartos, hábitos, capirotes, capuchones, capillos o terceroles en las perchas del olvido.

Elijan: Milka o Islero. Me quedo con Islero.

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