viernes, 6 de noviembre de 2020

Mártires

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Tomás González Blázquez


                         Reposición al culto del Cristo de la Clemencia y detalle del Cristo Mutilado | Foto de Ignacio A. Castillo (La Opinión de Málaga)

 06-11-2020

Casulla y estola rojas como «la sangre», esa sangre de los mártires que «es semilla de cristianos» (Tertuliano). Cada 6 de noviembre, desde hace unos pocos años, la Iglesia española honra en la liturgia del día, como memoria obligatoria, a los santos presbíteros Pedro Poveda e Inocencio de la Inmaculada, y a todos sus compañeros mártires. Esta compañía de ciudadanos del Cielo engloba a cuantos fueron perseguidos por odio a la fe en los convulsos años treinta, durante la Segunda República y la Guerra Civil, y dieron testimonio de fidelidad a Cristo hasta unir el sacrificio de su vida al ofrecido por Él en la Cruz. Por el momento, con muchas causas abiertas todavía, desde la primera ceremonia de 1987 han sido canonizados once y beatificados mil novecientos quince mártires, casi la mitad de ellos durante el pontificado del Papa Francisco.

Estos santos y beatos no son hoy los más políticamente correctos, e incluso reivindicarlos como lo que fueron, víctimas por motivos de fe en un contexto de fanatismo ideológico y enfrentamiento entre españoles, puede resultar molesto para quienes pretenden, desde los presupuestos políticos de ocho décadas después, eximir en cierto modo a los victimarios. Ocurrió en aquellas tristes circunstancias que muchos fueron verdugos antes que víctimas, y viceversa, y que no todo fue tan blanco ni tan negro como algunos aspiran a establecer por ley, hurtando a los historiadores la libertad en el estudio y el análisis. Seguro que muchos católicos tampoco estuvieron a la altura y se alejaron del mandato evangélico. Otros, sin embargo, dieron un testimonio de paz y perdón que es necesario recordar, en la memoria del 6 de noviembre y en tantas ocasiones, si es que el perdón y la paz nos siguen preocupando.

También las cofradías de diversas regiones de España sufrieron la ira encauzada primero hacia los templos y objetos sagrados, en aquellos sucesos de mayo de 1931 que el recién estrenado gobierno republicano no pudo o no quiso impedir, y luego, tras los golpes de estado de 1934 y de 1936, contra las personas. Ante la muerte de los mártires palidecen en importancia las profanaciones de imágenes, pero obedecen a una misma intención de ofensa y ultraje que nos hacen pensar en los tormentos de Jesús durante su Pasión. «Perdónalos porque no saben lo que hacen», supo responder (Lucas 23,34). Igual que Esteban, el primero entre los mártires cristianos: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado» (Hechos 7,60).

Con dolor recojo las palabras de Mariano Cecilia, en su Historia de la Semana Santa de Orihuela: «Citaremos como ejemplo la vuelta que se le dio al paso de La Caída por toda la ciudad sufriendo vejaciones, burlas e irreverencias, como tirones de pelo, golpes, o el fusilamiento literal de la Virgen de la Soledad que recibió una serie de disparos de escopeta». Guevara y Rivera, en la Historia de la Semana Santa de Madrid, afirman que «las pocas cofradías y hermandades que, cambiando algunas incluso su nombre, habían seguido existiendo durante los años de la II República desaparecieron completamente durante la Guerra Civil». De la intimidación a los cofrades y la prohibición de procesiones en algunos municipios a la extinción, y después, en un efecto rebote bajo el nuevo régimen dictatorial del general Franco, el resurgimiento con nuevas fundaciones de cofradías y, en algunos casos, una amalgama entre los elementos puramente religiosos y los políticos y militares.

Un caso peculiar tuvo como protagonista al Cristo Mutilado de Málaga, que desde 1939 hasta 1976 salió en procesión tal y como sus profanadores lo dejaron, sin pierna derecha y sin pie izquierdo. Marion Reder explica que, «a pesar del respeto y admiración de la población malagueña, en el año 1977, con el cambio político y el asentamiento de la Democracia, la Cofradía del Santísimo Cristo Mutilado dejó de salir en la procesión del Jueves Santo, aunque mantiene el culto a la imagen Titular en la parroquia del Sagrario. No es que los hermanos no quisieran salir el Jueves Santo en la procesión sino que fue el prelado don Ramón Buxarrais el que recomendó a la presidencia que no saliera por la inestabilidad política del momento. En 1991 se volvió a reorganizar la cofradía y solicitó al Obispado salir en la procesión de Semana Santa puesto que era una hermandad agrupada y de pleno derecho. La petición coincidió con la llegada a Málaga del administrador apostólico don Fernando Sebastián, que denegó la salida procesional de la cofradía recomendándoles que continuaran celebrando el vía crucis que se hacía en la Catedral en honor del Santísimo Cristo Mutilado».

Hace unas semanas esta imagen, tallada en el siglo XVIII y atribuida a Jerónimo Gómez de Hermosilla, ha cambiado su apariencia. Tras la restauración efectuada por Juan Manuel Miñarro, que no oculta la reposición de lo mutilado pero presenta el Crucificado en su concepción íntegra y original, volverá a salir a las calles de Málaga, cuando haya procesiones, bajo una nueva advocación: el Cristo de la Clemencia. El obispo Jesús Catalá, en la celebración del pasado 3 de octubre, consideró en la homilía que «el Espíritu Santo ha intervenido en el corazón de los responsables de la cofradía y hoy todos lo celebramos», añadiendo que «los tiempos fueron cambiando poco a poco y las sensibilidades sociopolíticas y religiosas, también. Comenzáis una nueva etapa que deseamos sea gozosa y fecunda».

Tan bella advocación, la Clemencia, habrá de servir para no olvidar las acciones del Señor, como se reza en el salmo de la fiesta de la Santa Cruz. Sus acciones se imponen a las acciones humanas, por crueles e ignorantes que estas sean, y hacen posibles esas otras acciones heroicas y fieles de los mártires, desde Esteban hasta los de Niza el otro día, pasando por tantos otros que, a lo largo de dos milenios, han vertido su sangre y la han unido a la de Jesús. Sobre sus sepulcros, en las catacumbas, las asambleas de cristianos se reunían para celebrar la Eucaristía, donde hacemos memoria del primero y definitivo mártir, que vino a dar testimonio de la verdad (cf. Juan 18,37). Esa verdad, que nunca se traduce en olvido, nos lleva hasta la auténtica reconciliación.

 

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