Cuando ya va rodando el año 2021 y empezamos a ser conscientes de que el paréntesis abierto el año pasado en la tradicional celebración de la Semana de Pasión, con la suspensión de los desfiles procesionales, volverá a repetirse con toda seguridad esta primavera, nos invade la zozobra a cuantos formamos parte del mundo cofrade.
A mí, por mi condición de nazarena, inmediatamente me nace la duda de si esta interrupción no afectará, dadas las circunstancias del entorno en que se mueven hoy en día las celebraciones y tradiciones de la fe católica, a la ilusión con que nos hemos enfrentado siempre los miembros de las cofradías penitenciales a esta época del año.
Todos los que participamos activamente en la vida de nuestras hermandades, cofradías y congregaciones, sabemos de ilusiones y esfuerzos en los preparativos de actos litúrgicos, así como de reuniones y citas propias de estos días de la vida cofrade, y sobre todo de la preparación y montaje del desfile procesional como acto culmen de nuestra manifestación pública de fe. Y me da miedo.
Me asusta, pero en seguida intento contrarrestar estor temores, echando la vista atrás, a un pasado no tan lejano, y rememoro esos momentos en los que «las procesiones de Semana Santa» tampoco pudieron celebrarse adecuadamente y no precisamente por las inclemencias meteorológicas propias de la estación, sino por desgraciados acontecimientos bélicos. También aquellas fueron causas de fuerza mayor.
A pesar de todo, quienes se sentían cofrades de verdad supieron mantener viva la llama. Muchos sabían que eran herederos de la tradición, familias ligadas a la Veracruz, el Nazareno o la Soledad que tenían la obligación de mantener la tradición de años y años. Apellidos, no necesariamente ilustres, que se convirtieron en dinastías cofrades y mantuvieron la Semana Santa a pesar de todo. Así, gracias aquellos salmantinos, una vez superadas las condiciones adversas, los actos cofrades volvieron a formar parte de las celebraciones, en mayor o menor medida y con más o menos celeridad.
Las altas en las nóminas de hermanos de cofradías fueron creciendo de nuevo. Las ilusiones volvieron a instalarse en las vidas de los hermanos penitentes y las tradiciones familiares se vieron reforzadas con los relatos de aquellos mayores y con múltiples anécdotas de lo que fueron, son y serán nuestras «procesiones». Todo ello para sostener fuerte el estandarte que muchos hemos heredado con el compromiso de mantenerlo levantado.
Las sagas o dinastías cofrades de nuestra Semana Santa salmantina, las de entonces y las de ahora, y muchos de cuantos viven el espíritu cofrade, vuelven a ocupar sus lugares en juntas de gobierno o al frente de los pasos de nuestros titulares, para dejar patente que esto no finaliza por un contratiempo más o menos extenso y grave; que la vida de nuestras hermandades, gracias a sus miembros, se ha sobrepuesto siempre a las circunstancias sobrevenidas. Por eso, no me cabe duda de que así será en esta época presente y que todo volverá a cobrar sentido cofrade no tardando mucho.
Así lo espero y así lo deseo.
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