29-01-2021
Se nos viene encima la Semana Santa, está ya a tiro de piedra pero que se nos venga encima no quiere decir, ni puede ser, que se nos caiga encima. Es verdad que soplan vientos contrarios, que ni el propio Eolo puede controlar, dispuestos a soplar para apagar las llamas de la Fe, la Esperanza y la Caridad con las que hemos de vivir lo más intensamente posible ese tiempo tan especial y esos días tan profundos para todo creyente que se precie de serlo.
Este tremendo revolcón del coronavirus, entre otros, nos pone muy
difícil mantenernos en pie cada día. Aun así, desde nuestra fe hemos de dar
pasos firmes y seguros. No podemos dejar la cruz a un lado si no todo lo
contrario, estamos llamados a ser auténticos cirineos los unos para con los
otros, convirtiéndonos hoy más que nunca en una cofradía universal. Hoy más que
nunca, sobre los hombros de los costaleros se hace presente el Dios de la Vida
y su Santísima Madre como Salud de los enfermos. En esta Semana Santa, más allá
del sentir propio de cada hermandad, más allá de las emociones particulares o
más bien de la suma de todas ellas, ha de brotar un sentimiento de hermandad
global. Estamos llamados a iluminar intensamente con la luz de la fe y con
nuestro compromiso, algo tan importante como la Pasión, Muerte y Resurrección
del Señor. No hay espacio para hacer un paréntesis, la no presencia en las
calles no puede ser una ausencia en nuestras vivencias de Fe, Esperanza y
Caridad. No podemos perder ni el norte ni el rumbo de la Semana Santa como
espacio de encuentro, manifestación y vivencia de nuestra fe. Como testimonio
vivo y verdadero de Jesús el Nazareno, ese hombre de Dios y ese Dios hecho
Hombre que pasa haciendo el bien y tendiendo la mano, no solo para llevar el cirio
si no para iluminar. Consciente de que la fuerza de la vela no está en la llama
que alumbra si no en la cera que se desgasta. En ese dar y darse de Jesús es
donde hemos de dar sentido a la gran Semana Santa que es nuestra propia vida.
Dando cada día un paso humilde y sencillo pero firme y auténtico desde el
sufrimiento a la gloria. Ser cristiano y ser cofrade es una responsabilidad y
hoy, en esta sociedad y en esta Iglesia que nos toca vivir, esa responsabilidad
adquiere más fuerza si cabe. En una situación de confusión e incertidumbre, de
superficialidad, de enfriamiento celebrativo y donde el ego y la vanidad nos
despistan, es necesario volver a los orígenes.
Pero no de una Semana Santa ni
de una Iglesia ancladas en la noche de los tiempos y retroalimentadas en
añoranzas del pasado, si no que hemos de volver a los orígenes de nuestra fe. A
la esencia de nuestro ser como creyentes, como cristianos y como cofrades.
Pasando del envase al contenido, y profundizando en el contenido de tal forma y
en tal manera que logremos darle el verdadero sentido. Será entonces cuando
dejemos de apuntalar la Iglesia, la Semana Santa y hasta nuestra propia Fe.
Será entonces cuando tomemos conciencia de la necesidad de pasar del
sufrimiento a la gloria, de resucitar cada día por dentro y por fuera. No
hagamos bueno el dicho: “¿Religión o paganismo?¡Qué más da, si da lo
mismo!”.
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