29-03-2021
Jesús, ese peso dulce, apenas pesa
nada en la noche del Lunes Santo de Salamanca cuando acaricias con tus guantes
blancos la corteza verde del dulce árbol que lo sostiene. Desde este lugar, que
imagino con la fuerza nítida de los recuerdos, la procesión del Cristo de los
Doctrinos entronca con la historia, y entonces el tronco abrupto de duro corazón y fibra inerte ya se ha ablandado,
como en un injerto de vida en muerte, de verdad en tinieblas, de amor extremo
en la nada que la noche podía parecer.
La cruz verde del pequeño Cristo
preludia la del gran Cristo elevado y rotundo, tan alto en su serenidad,
exaltación que atrae a todos hacia él, hacia su entrega definitiva. Sin
embargo, este otro se muestra cercano, a la altura de los ojos, abarcable con
las manos, y viene a señalar ese mismo sacrificio de Dios que quiso sufrirlo en
la débil carne de hombre. Portado por un cofrade con su azul capuchón y
escoltado por la Palabra de Dios enmarcada en la plata de las sacras, en medio
de un cortejo procesional, este Cristo de la cruz verde nos lleva más allá,
hasta evocarnos su antigua presencia en los entierros de los hermanos de la cofradía
y su actual utilización en la adoración de la Cruz propia de la liturgia del
Viernes Santo. Cristo que acompaña hasta el final, en la esperanza de la vida
eterna, y que es adorado, porque al nombre de Jesús toda rodilla se dobla.
Fue en 1870, a raíz de un nuevo
reglamento en la Vera Cruz, cuando los miembros de la Hermandad de Paso que
llevaban el pendón, los ciriales y el Santo Cristo fueron admitidos en la
Cofradía de los Hermanos Diputados. Por entonces, el portador del Santo Cristo
era Bartolomé Fraile. Informa el libro de hermanos que murió el 4 de diciembre
de 1895, «y se le hicieron los funerales de reglamento». A su sucesor le
tocaría llevar en el sepelio el Santo Cristo en la verde cruz: Tú, solo entre los árboles crecido, para
tender a Cristo en tu regazo. Ese día fue Cristo el que, seguimos rezando por
ello, acogería a Bartolomé en el suyo.
Desde entonces, muchos cofrades
habremos tenido el honor de abrazarnos a esa cruz verde para enarbolarla, y
muchos más se han arrodillado ante ella y la han besado con profunda adoración
cada Viernes Santo. Últimamente, mostrada por nuestro querido capellán don Pedro;
antes, por el recordado don Luciano, el capellán de las Esclavas, que iba
desvelándola y entonando la aclamación Mirad
el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la Salvación del mundo. Primero un
brazo al descubierto, con su palma de la mano atravesada. Dulces clavos. Luego, el otro. Finalmente ya se ve a Cristo, es el
que ha salido el Lunes a las calles y que el Viernes permanecerá junto al altar
desnudo mientras la cofradía anuncia la muerte del Señor antes de que llegue el
tiempo oportuno y cierto de proclamar su resurrección.
En este 2021, un Lunes Santo sin
procesión del Cristo de los Doctrinos y de la antigua Soledad que no oculta su
amargura al seguirle, todas las insignias, todos los pasos, todos los
atributos, quedarán concentrados sobre el altar de la Capilla de la Vera Cruz:
los ojos fijos en la custodia. Lo fundamental no cambia: una comunidad de
cristianos reunida en oración ante su Señor. No en la Catedral después de haber
desfilado en procesión sino en su histórico templo. No todos a la vez, sino
sucediéndose los turnos, pero siempre en adoración ante la Eucaristía. No en
las calles esta noche, pero sin haber renunciado a intentar compartir en un año
tan complejo la expresión de la fe en la plaza pública, que nos es propia, que
sigue siendo necesaria y que también forma parte de la esencia cristiana y
cofrade.
Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto, aclamamos con el himno a la Cruz fiel, árbol único en nobleza. La
verde cruz de los azules, que este año no anunciará la inminente llegada del
Cristo de los Doctrinos, sigue siendo la hoja que nos recuerda que la vida
resucita por primavera al llegar la Pascua, la flor que alegra nuestros días y
perfuma nuestras soledades, y el fruto nutritivo y sabroso de la Verdad que se
ha encarnado, ha extendido sus brazos y nos ha dado para siempre la victoria.
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