Dice Kafka en sus Cuadernos en octava que cada hombre lleva una habitación dentro. Su habitación. Yo creo que cada cofrade lleva dentro una Semana Santa. Su Semana Santa, la que le gustaría, la que se compone de los momentos que le hacen vibrar por una inmensa diversidad de motivos: desde los remotos recuerdos de la infancia hasta el más próximo ayer; desde la vivencia más espiritual a una impresión estética que puede ser tan efímera como irrepetible.
Lo
bueno que tiene esa Semana Santa que cada uno lleva dentro es que no depende de
lluvias ni pandemias. No importa en nuestro recuerdo que a la hora de salida
esté vaciándose el cielo sobre nuestra cabeza, si nosotros vemos una y otra vez
aquella noche en la que todo fue perfecto, en la que todo sonó como debería, en
la que descubrimos el ángulo correcto para enfocar, para encuadrar, para sentir
lo que ocurría.
No
importa tampoco que la pandemia siga privándonos de esos instantes. No habrá,
ya lo sabemos, procesiones este 2021, pero nadie nos niega la oportunidad de
volver a reproducir todos aquellos momentos que son tan nuestros que van con
nosotros allí donde vayamos.
Así
que al margen de participar en lo que cada cofrade sienta que debe estar
presente en esos días que se avecinan de liturgias y actos a puerta cerrada,
quizá tampoco sea mala idea poner en marcha el proyector del recuerdo y volver
a sentir. Volver a vivir.
Con
todos los toques de queda, restricciones de encuentros con no convivientes,
distancias de seguridad que sean precisas, nadie nos quita de aspirar ese
intenso olor a cera que desprende la puerta de la Vera Cruz.
O
qué mejor momento para apurar la primera oscuridad en el silencio de un Patio
de Escuelas sin turistas. Silencio que evoca silencio. Granito por el que
siempre parece que van rozando las cruces de la Universitaria. O entrever al
Flagelado por las puertas de la Clerecía y volver a ser un niño, cuando en San
Isidro sonaban las saetas.
O
pensar que todas las palomas son las de Amor y Paz y con cofrades blancos que
han cambiado las calles por el arrabal del cielo. O que todos los olivos nos
hablan de la oración más desesperada por sincera. O ver la fachada de San
Esteban irse barnizando con la primera luz, que siempre parece vestida de
Esperanza.
O
pensar en la tierra humilde, de la que, sin embargo, todo puede brotar. O ese
Via Crucis pendiente por los que tienen las manos llenas de callos por tanto
trabajar desde el origen de los tiempos.
O
encontrarse con la mirada del Nazareno, o del Rescatado o del Despojado. Esa
mirada que siempre habla de Perdón, incluso clavada en una cruz.
O
recorrer las calles serenas en un entierro propio de Jesús, tras los viejos
rituales, vestido de luto como esa Soledad que siempre llora por los que ya no
están.
Volvamos
a Kafka y a esa habitación que llevamos con nosotros. Esa que oímos en especial
«de noche, cuando todo a nuestro alrededor es silencio». Ahora que es de noche
es el momento de recordar nuestra Semana Santa, que no es otra cosa que volver
a pasar lo vivido por el corazón. Cuando nuestro corazón es un tambor que vive
en una eterna procesión.
0 comments: