06-10-2021
Como si aún estuviéramos planeando las novedades para una Semana Santa que nunca fue; como si siguiéramos anclados en el comienzo de un curso cofrade que nunca acabó porque todo quedó a medias, retomo el espíritu de mi última colaboración en estas páginas, esa que intitulé «Nostalgia de la normalidad», y continúo donde todo quedó. ¿O quizá no?
Seguimos en pandemia vírica aunque las cifras sean cada día más esperanzadoras y, por ello, poco a poco se vayan relajando las imposiciones a las que nos vimos sometidos durante los últimos meses. Ya se puede acceder a las barras de los bares, donde volveremos a construir esa Semana Santa que tanto da que hablar y en la que todos nos vemos capaces de cualquier cosa. Se puede ir a los estadios y animar al equipo de nuestros amores, después de que también hayamos podido ejercer de entrenadores o directivos en esa misma barra que nos ha oído mezclar alineaciones con turnos de carga, porque todos llevamos un capataz y un entrenador dentro en cuanto atravesamos las puertas del bar de confianza.
Seguimos en crisis Covid-19 aunque poco a poco todo vaya siendo un mal recuerdo gracias a vacunas, cuidados, higiene y mascarillas. ¡Cuántas mascarillas! El símbolo visible, sin duda, de cuanto hemos sufrido en este año y medio de contagios, hospitalizaciones, unidades de cuidados y muertes. Y ahora, cuando comenzamos a atisbar una seguridad que añorábamos, nuestras autoridades nos lo confirman anunciando el inminente fin de las mascarillas. En un plazo más corto que largo, volveremos a vernos las caras, a respirar con normalidad, a despreocuparnos de si estamos en interiores o exteriores. Normalización esperada y deseada. Sea. ¡Fuera mascarillas!
Y volvamos, pues, a retomar lo que se nos quedó a medias. Recuperemos asambleas y juntas de hermanos. Saquemos la plata y volvamos a abrillantarla. Hagamos los turnos de carga y programemos ensayos. Sigamos siendo cofrades aunque nada vuelva a ser como antes. Porque es posible que eliminemos el símbolo, que tiremos la mascarilla a la basura, pero que no recuperemos todo aquello que hace tan solo año y medio veíamos como «normal». Haremos asambleas, juntas, eucaristías y conciertos de bandas, pero nos miraremos recelosos. Sacaremos brillo a nuestros metales preciosos, pero no sabemos si en la calle lucirán como lucían hace año y medio porque no sabemos, siquiera, si nuestras procesiones volverán a ser lo que eran. Haremos que nuestros hermanos de carga vuelvan a recuperar su sitio bajo las andas aunque aún no sepamos si no quedará como norma a cumplir esa distancia interpersonal incompatible con la vida bajo el paso.
Pues, a pesar de todo, hagamos de ese ¡fuera mascarillas! el lema que nos haga recuperar, aunque sea poco a poco, la normalidad que nunca debimos perder. Que esa celebración que ha reunido a nuestros hermanos mayores en torno a mesa y altar se convierta en hábito. Que esa asamblea general que ya ha celebrado alguna de nuestras cofradías sea el mascarón de proa de cuantas se tienen que venir a partir de ahora. Que lo que ya es una nueva comisión gestora sepa abrir un claro entre los nubarrones que se han cernido sobre mis hermanos y abra la puerta a un futuro inmediatamente luminoso. Que el presidente de la Junta que nos aglutina pueda lucir orgulloso su cargo apenas estrenado y que su preocupación quede limitada a una llamada a los servicios meteorológicos de Matacán. Que nuestras cofradías y nuestras hermandades y nuestras congregaciones puedan salir a la calle a dar testimonio de lo que somos sin necesidad de cuotas ni restricciones. Que nuestras bandas lleven su música a todos los días santos. Que todos podamos vestir nuestro hábito y sacar nuestra vara, nuestro cirio o nuestro hachón sin que la mascarilla tenga que permanecer anónima bajo los capirotes. Que los cafés que nos hermanan cada quince días, en tertulia más fraterna que cofrade, no dejen de aromatizar los bajos de nuestra casa. Que… cuando veamos que ya no tenemos la mascarilla, cuando hayamos podido olvidarla, sepamos que hemos recuperado nuestra Semana Santa. Entonces, que esa «Nostalgia de la normalidad» sea solo recuerdo y podamos retomar nuestra pasión allá donde la dejamos. Ojalá todo sea normal cuando nos quitemos las mascarillas.
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