Debo
estar algo viejo, aunque me lisonja que me digan lo contrario. Me sonrío en mi
interior al darme cuenta de la ufana ignorancia, muy propia de la juventus,
que comporta pensar que, en la búsqueda y crítica de las causas y causantes de
las calamidades presentes, que no son pocas, se halla la solución o, al menos,
parte de ella. Pero las calamidades a las que aquí me refiero vienen de lejos y
querer ahora enmendar con la severidad de la crítica, por ejemplo, a las Cortes
de Cádiz, a Riego, a la Gloriosa, al golpe electoral del treintaiuno, al
modernismo católico u a otro acontecer histórico de esta línea, es como si un
torero bajara de la grada –por no haber formado parte del cartel– y quisiera,
al terminar la corrida, sin toro y en medio de un público amigo, remediar el fiasco
de la tarde con unos bellos pases de salón. No significa esto que el agua aparentemente
pasada no siga moviendo molinos, pero a Dios dejo que reparta las
culpabilidades (internas y externas) ya que también es rico en misericordia.
Digo
esto, porque nos encontramos ante una realidad, por desgracia, incontestable,
como es la desacralización y secularización de la Navidad, que no es más que el
fiel reflejo de algo mayor: la desacralización de la vida y la secularización
social. Lo raro sería, a estas alturas de la película, que la Navidad se
hubiese salvado. No obstante, renuncio, protesto y no quiero entrar en el lugar
común de los sermones de reproche tan ingenuos como vanos, a la vez que
avinagrados, contra el malísimo y pernicioso consumo navideño, que proliferan
en adviento por no tener otra cosa mejor que decir... La vida, las costumbres,
la política, las leyes, los medios de comunicación, y hasta las misas y los
eslóganes romanos (esto creo que no lo debería decir) y el mismísimo aire que
respiramos están desacralizados, insisto, y secularizados, ¿cómo no lo iban a
estar las fiestas románticas y sumamente emotivas navideñas, o de invierno, o
para los más chips (progres y cultos) del solsticio invernal? No voy contra las
luces, ni contra el consumo, es decir, no estoy contra todo aquello que
conlleva la fiesta: luz, comida, reunión, ropas, regalos, festejamientos, etc.
¿Podríamos hablar de fiesta sin todo esto? O sancta simplicitas! La
cuestión no es que haya fiesta, que es justa y necesaria, la cuestión es que no
hay Dios, ni vida, ni pueblo que la sostenga. La cuestión está mucho más atrás
y es mucho más profunda que el tique de la compra navideña... El diablo, que es
listo y liberal, prefiere desfondar la fiesta a suprimirla o atacarla. ¡Cuánto
hay que aprender del diablo! Perdón, ha sido un lapsus.
En
fin, como es lógico, lo que vemos de modo flagrante en esto de las románticas
navidades, por el liberalismo imperante y tiránico, redentor de religiones, en
el que respiramos subyugados (o liberados), pasará lo mismo con las fiestas de
primavera, ¡perdón!, de Semana Santa. Si no ha ocurrido de un modo tan
descarado aún, es porque el imperio dominante procede del protestantismo que, a
diferencia de lo católico, ha vivido la Semana Santa de modo más lejano y no ha
podido secularizar y desacralizar lo que no tenía. Y así, el mundo oscurantista
católico no ha podido copiar para su «redención social», desde su complejo de
inferioridad (y de culpabilidad), sus «papás noeles», sus «árboles» y sus «Jingles
Bells» para hacer de la Semana Santa una fiesta aconfesional (universalista) al
uso del mundo moderno, europea, inclusiva, democrática y otras hierbas. Pero
bueno, conservarla –la Semana Santa me refiero– como un parque temático exótico,
insólito, extravagante y rentable pudiera valer para bien desfondarla. Pero
esa, también, es otra cuestión. O bueno, ¿no es la misma?
No
es de extrañar por lo dicho, por lo entredicho y lo contradicho que la «Santa
Ilustración» mirara con mucha reticencia a las Hermandades y Cofradías de
Penitencia semanasanteras... Sin embargo, en ellas, ¡ingenuo de mí! tengo la
esperanza de que sean lo que los ilustrados, liberales y modernitas temieron, esto
es, un bastión de resistencia, de encarnación de la fe católica con vigor
social. Una vía de sustitución mínima (o minimísima) del régimen de cristiandad
perdido. Unas sinagogas cristianas en la diáspora de personas arraigadas a la
Tradición católica (con su ética y estética) desde la que vivir, defender y
transmitir su identidad amenazada (si no ya devorada) por las fauces del
hodierno hombre masa, desarraigado, segmentado, homogeneizado y condicionado (globalizado)
y constituirse éstas en freno, atalaya y alternativa a la crisis de
civilización que estamos viviendo. Por soñar y por rezar que no quede.
Pero
yo me vuelvo a mi tinaja, como Diógenes Laercio, que allí resuenan mucho las
ideas, y salgo en estos días navideños, a hurtadillas, como el loco filósofo buscando,
en mi caso, la Estrella que se perdió en el palacio de Herodes de la Cuarta
Avenida, que no encontró acomodo en los laicos asientos azules de la ONU, que
se corrompió en las liberales letras de los Derechos Humanos y que no tiene
anclaje posible en el andamiaje del Nuevo Orden Mundial... ¡Ah, Feliz Navidad de Nuestro Señor
Jesucristo!
0 comments: