viernes, 24 de diciembre de 2021

Tras la Estrella perdida

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Enrique Mora González

La canción de los ángeles | W.A. Bouguerau (1881)
24-12-2021 

Debo estar algo viejo, aunque me lisonja que me digan lo contrario. Me sonrío en mi interior al darme cuenta de la ufana ignorancia, muy propia de la juventus, que comporta pensar que, en la búsqueda y crítica de las causas y causantes de las calamidades presentes, que no son pocas, se halla la solución o, al menos, parte de ella. Pero las calamidades a las que aquí me refiero vienen de lejos y querer ahora enmendar con la severidad de la crítica, por ejemplo, a las Cortes de Cádiz, a Riego, a la Gloriosa, al golpe electoral del treintaiuno, al modernismo católico u a otro acontecer histórico de esta línea, es como si un torero bajara de la grada –por no haber formado parte del cartel– y quisiera, al terminar la corrida, sin toro y en medio de un público amigo, remediar el fiasco de la tarde con unos bellos pases de salón. No significa esto que el agua aparentemente pasada no siga moviendo molinos, pero a Dios dejo que reparta las culpabilidades (internas y externas) ya que también es rico en misericordia.

Digo esto, porque nos encontramos ante una realidad, por desgracia, incontestable, como es la desacralización y secularización de la Navidad, que no es más que el fiel reflejo de algo mayor: la desacralización de la vida y la secularización social. Lo raro sería, a estas alturas de la película, que la Navidad se hubiese salvado. No obstante, renuncio, protesto y no quiero entrar en el lugar común de los sermones de reproche tan ingenuos como vanos, a la vez que avinagrados, contra el malísimo y pernicioso consumo navideño, que proliferan en adviento por no tener otra cosa mejor que decir... La vida, las costumbres, la política, las leyes, los medios de comunicación, y hasta las misas y los eslóganes romanos (esto creo que no lo debería decir) y el mismísimo aire que respiramos están desacralizados, insisto, y secularizados, ¿cómo no lo iban a estar las fiestas románticas y sumamente emotivas navideñas, o de invierno, o para los más chips (progres y cultos) del solsticio invernal? No voy contra las luces, ni contra el consumo, es decir, no estoy contra todo aquello que conlleva la fiesta: luz, comida, reunión, ropas, regalos, festejamientos, etc. ¿Podríamos hablar de fiesta sin todo esto? O sancta simplicitas! La cuestión no es que haya fiesta, que es justa y necesaria, la cuestión es que no hay Dios, ni vida, ni pueblo que la sostenga. La cuestión está mucho más atrás y es mucho más profunda que el tique de la compra navideña... El diablo, que es listo y liberal, prefiere desfondar la fiesta a suprimirla o atacarla. ¡Cuánto hay que aprender del diablo! Perdón, ha sido un lapsus.

En fin, como es lógico, lo que vemos de modo flagrante en esto de las románticas navidades, por el liberalismo imperante y tiránico, redentor de religiones, en el que respiramos subyugados (o liberados), pasará lo mismo con las fiestas de primavera, ¡perdón!, de Semana Santa. Si no ha ocurrido de un modo tan descarado aún, es porque el imperio dominante procede del protestantismo que, a diferencia de lo católico, ha vivido la Semana Santa de modo más lejano y no ha podido secularizar y desacralizar lo que no tenía. Y así, el mundo oscurantista católico no ha podido copiar para su «redención social», desde su complejo de inferioridad (y de culpabilidad), sus «papás noeles», sus «árboles» y sus «Jingles Bells» para hacer de la Semana Santa una fiesta aconfesional (universalista) al uso del mundo moderno, europea, inclusiva, democrática y otras hierbas. Pero bueno, conservarla –la Semana Santa me refiero– como un parque temático exótico, insólito, extravagante y rentable pudiera valer para bien desfondarla. Pero esa, también, es otra cuestión. O bueno, ¿no es la misma?

No es de extrañar por lo dicho, por lo entredicho y lo contradicho que la «Santa Ilustración» mirara con mucha reticencia a las Hermandades y Cofradías de Penitencia semanasanteras... Sin embargo, en ellas, ¡ingenuo de mí! tengo la esperanza de que sean lo que los ilustrados, liberales y modernitas temieron, esto es, un bastión de resistencia, de encarnación de la fe católica con vigor social. Una vía de sustitución mínima (o minimísima) del régimen de cristiandad perdido. Unas sinagogas cristianas en la diáspora de personas arraigadas a la Tradición católica (con su ética y estética) desde la que vivir, defender y transmitir su identidad amenazada (si no ya devorada) por las fauces del hodierno hombre masa, desarraigado, segmentado, homogeneizado y condicionado (globalizado) y constituirse éstas en freno, atalaya y alternativa a la crisis de civilización que estamos viviendo. Por soñar y por rezar que no quede.

Pero yo me vuelvo a mi tinaja, como Diógenes Laercio, que allí resuenan mucho las ideas, y salgo en estos días navideños, a hurtadillas, como el loco filósofo buscando, en mi caso, la Estrella que se perdió en el palacio de Herodes de la Cuarta Avenida, que no encontró acomodo en los laicos asientos azules de la ONU, que se corrompió en las liberales letras de los Derechos Humanos y que no tiene anclaje posible en el andamiaje del Nuevo Orden Mundial...  ¡Ah, Feliz Navidad de Nuestro Señor Jesucristo!



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