La primavera, frente a
otras estaciones, invita a acercarse al campo. Y cómo no, al campo bravo, al
campo charro. A ver florecer todo entre alcornoques, encinas, quejigos y
retamas.
En nuestras dehesas, en
esta estación inicial del año cobra especial importancia la presencia de los
astados, que, en sus respectivas camadas, a punto de ser lidiados esperan
aguardando la brava lucha y digna muerte que les espera. Es como la pascua
primaveral, pero pospuesta a los meses venideros, donde se desarrollará la llamada
«temporada taurina», destacando Fallas (ya empezadas), Abril en Sevilla, San
Isidro y, después de San Juan y San Pedro, San Fermín, la Magdalena, Santiago
en julio y todas las ferias de la Virgen de Agosto (especialmente en la
cordillera cantábrica, Hegoalde en
España e Iparralde en Francia;
también importantes son las ferias de Levante o el Sur). Finalmente vendrá
septiembre con la vendimia en las dos Castillas y los coletazos del Pilar en Zaragón.
Pero volviendo a los
paseos en el campo, todos somos algo veedores, pues nos hacemos dueños de unos
campos que no son nuestros y de unas reses, bravas en nuestro caso, que las
veremos en los alberos de los ruedos y plazas. Normalmente, en los campos,
caminamos por los caminos de servidumbre, pues, aunque la concentración
parcelaria haya mejorado notablemente el campo (con ganadores y perdedores),
las servidumbres dividen y a la vez unen las diferentes parcelas haciéndonos
disfrutar de ellas sin introducirnos en la propiedad privada. Las servidumbres
también nos dan la seguridad de que ningún bóvido, especialmente los mansos
atacados por los líderes de la manada, nos aceche por pisar sus terrenos. Andar
por las servidumbres otorga amplias seguridades y siempre nos mantiene
diplomáticamente libres frente a las potenciales agresiones de nuestros
oponentes.
Recientemente, antes de la
Semana Santa, mientras las inseguridades han poblado cofradías y hermandades,
nuestro presi, ha mostrado sus
servidumbres. Por un lado, un Rosario
de cuentas ajenas ha sido su mayor aportación y exaltación de nuestra Semana
Santa. Por otro lado, y esto es más que preocupante, se ha desdoblado su
personalidad en sendas cartelerías. Una turística para el excelentísimo,
ilustrísimo, encantadísimo e hiperbólico, nunca bien exaltado y siempre
empoderado Ayuntamiento. Otra, la de siempre, la semanasantera auténtica y genuina, para anunciar la pasión, muerte
y resurrección de Cristo en las tierras charras. Como trasfondo, el Cristo de
la Humildad, oxímoron en dicho personaje.
Siempre que uno preside
algo, aunque sea la comunidad de vecinos o propietarios, corre el riesgo de
realizar servidumbres, pero ponerlas en portada no es bueno montando un Christus, pues supone mandar a viejos
amigos y a nuevos enemigos a unirse en contra de la gestión porque nadie quiere
ser condenado al ostracismo.
En el toreo, como en la
vida, suceden diversos oxímoros que no acabamos de explicarnos, pues cuando de
tratar, exponer y explotar la muerte se refiere, como sucede en los toros y en
la Semana Santa, la muerte no sólo es una metáfora, sino como decía García
Lorca, es real y por lo tanto te puede pillar.
Nuestro presidente se
estrenó en pandemia y no ha sido fácil, pues lo he reflejado varias veces en
distintos artículos, abordar un espectáculo público (que brota del más interior
de los interiores) en estos zaínos tiempos. Pero sus últimas declaraciones,
actos, y sobre todo servidumbres, han dejado de ser un error para convertirse
en una tendencia. Y cuando un toro apunta malas maneras en plaza, querencias
peligrosamente agresivas y falsas, los propios subalternos, con más conciencia
que el torero (aquí le han metido un gol debajo del fajín al director de lidia
de la A-62, monseñor Retana), son los que empiezan a hacer gestos de que es
necesaria la prontitud en trocar el estoque de mentira por el de verdad, y
donde más se refleja esta aptitud es en la cara del mozo de espadas, que parece
dispuesto a arrojar al ruedo dicho trasto mortífero.
Quiso usted a la vez
transitar por la servidumbre y traspasar las lindes (y seguirlas, aunque finalicen),
para realizar dichos vasallajes a cuadrillas desfasadas de costal, faja,
zapatilla y mortaja, mucha mortaja. Cuadrillas que siempre son fijas y que son
serviles a quien les permita seguir haciendo (más bien deshaciendo) lo que
turísticamente vende en la Semana Santa. Ni una palabra para la agónica Agonía ni para la moribunda Dominicana, de las que ya volveré a
hablar cuando nos quitemos los sayos.
Al final, con su decisión
de la cartelería anunciadora, ha puesto la feria patas arriba, aunque seguro que le invitarán a todos los saraos que organicen dichas cuadrillas
en primavera, pasada la Pascua. Seguro que más Cenas de Despojos y casquería (estamos en crisis) que comidas. Allí
podrá darse cuenta del buen hacer de esa buena gente, de cómo el hornazo es
rumiado entre mandíbulas, alcoholes y sonrisas, más propias de bucaneros de
barco pirata que de cristiana asamblea.
Hay genios en el mundo de
los toros, que han generado cabreos, muchos cabreos y broncas de almohadillas
lanzadas a velocidad de la luz desde los tendidos. Podría hablar del genio de
las broncas, el maestro de Camas Curro Romero, el mejicano El Pana, que en paz descanse, el pucelano Luguillano, el serrano José
Tomás (por el que no siento simpatía alguna) o del propio hispalense Morante de
la Puebla. Pero también hay estultos que creyéndose genios han provocado más
desazón que iras haciendo de los predecesores excelentes predicadores en sus
respectivas cátedras y púlpitos. Qué se lo digan al Coletari.
Lo bueno, es que, una vez
descubiertos, quedan en la nada. Pues siempre fueron la nada, con fotografía o
sin ella. Con traje de luces o con traje campero, siempre han estado desnudos
de avidez intelectual y de pragmática política. Les han cegado con lisonjas y
alharacas, pero han terminado en el desolladero de la desilusión entre las
risotadas de sus palmeros y lágrimas de sus auténticos compañeros de viaje, que
no de destino.
Desde luego, desde mi
punto de vista, auténticamente humilde, aunque poco o escasamente franciscano
(soy dominicano de San Esteban) y nada francisquista
(y no me refiero al ebúrneo argentino), no hay Christus que lo entienda. A veces, mis franciscanos, pasionales y
demás amigos, me preguntan de dónde saco las imaginancias y argumentarios para mis artículos. Les respondo que
con los personajes que hay en la Semana Santa y en los toros, no es difícil.
Aunque terminando este, a lo mejor, algunos pedirán mi cabeza. Mi cabeza
siempre ha estado, está y estará a disposición de quienes son los mayorales y
rectores de esta ganadería virtual.
Tengo claro que mi cabeza
terminará algún día en cualquier lugar convenientemente expuesta, con medallas
o sin medallas, con sombrero, gorra, gorro, boina, txapela o casco, que para eso soy vasco y motero. Animo siempre,
por ello, a la donación de órganos.
Pero, recuerde, la mía, alta
y sin cuernos.
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