25-04-2022
La Semana Santa del regreso a la calle evidencia la necesidad de una reflexión profunda sobre la distribución de esfuerzos en la mayoría de las procesiones
Volvimos a la calle. Volvimos a emocionarnos.
Volvimos a contarlo. Volvimos, también, a entristecernos ante algunas de las
imágenes que no por esperadas dejaron de inquietar. La Semana Santa recién
concluida, la de la esperada vuelta a las procesiones, la del regreso a los
recorridos y adoquines, deja tras de sí algunos asuntos pendientes que conviene
abordar desde la franqueza y, desde luego, la valentía.
En las muchas entrevistas previas que gracias a
la generosidad de mis compañeros en los medios de comunicación realicé los
primeros días de abril explicando, en líneas generales, mi planteamiento del
pregón y mis impresiones en general sobre las cofradías salmantinas ya lo
avancé: a la Semana Santa de Salamanca le falta gente en la fila.
Nazarenos. Velas, cirios, velones, cruces.
Llámenlo como quieran y según sea el caso. Pero faltan. Es indiscutible. Por
supuesto, a unas procesiones más que a otras. Pero ninguna vive un momento, por
el motivo que sea, en el que pueda mirarse al espejo y reconocer que un puñado
de hermanos de fila más no le vendría mal en absoluto.
Así que lo dije antes y lo repito después: la
Semana Santa de Salamanca cobraría una dimensión completamente distinta, mucho
más solemne y sorprendente, aunque fuera con el añadido de diez parejas de
nazarenos en cada una de las procesiones. Ni las más pobladas andan sobradas de
ellos. Baste pensar que algunas tuvieron más, quizá no hace tanto tiempo, y
otras siempre planearon poder contar con cortejos mayores para sus imágenes.
Lo decía a menudo el llorado Fructuoso Mangas
desde los micrófonos de La 8 y yo lo repito siempre que tengo ocasión. «Sin
imágenes puede haber procesión, pero nunca sin hermanos de fila». Este año ese
ha sido el esfuerzo generalizado y no es censurable en absoluto. Por distintos
canales, oficiales y oficiosos, por mensajes abiertos o desde la discreción más
cerrada, se han pedido refuerzos para evitar tener que dejar en la iglesia
alguno de los pasos.
Mejor o peor, se logró. Con la única excepción
de Jesús ante Pilato, al que no vimos salir por la puerta de la Purísima. En
alguna otra procesión supimos que si veíamos las sagradas imágenes en la calle
era en gran parte por la colaboración entre cofradías. El Cristo de la Luz y
Nuestra Señora de la Sabiduría, Nuestra Señora del Silencio o el Santo
Sepulcro, por citar solo algunos de los casos más comentados, se beneficiaron
de ese llamamiento general a otros hermanos de «arrimar el hombro» en beneficio
de todos.
Algo que está bien, insisto, y que quizá
pudiera institucionalizarse de cara a otros años. Me pareció especialmente bien
vista la idea que lanzó Raúl Alejo el Domingo de Resurrección para que el Santo
Sepulcro siempre tenga un turno de carga compuesto por representantes de todas
las cofradías, cada uno con su hábito y sus colores, como símbolo de unión ante
uno de los pasos centrales. Pero esa es solo una parte del problema que quizá
ni siquiera sea la más grave.
Lo peor, me parece, es cómo atraer a hermanos
otra vez a la fila. Entender que es, efectivamente, el elemento primordial de
toda procesión y desenterrar la dinámica de reducción a un papel totalmente
secundario en el que se han ido arrinconando, hablando siempre en general,
desde hace años. Esperas interminables, cortes. Recorridos injustificadamente
largos.
Hemos visto procesiones en las que el paso y la
banda caminan prácticamente solos tras la cruz de guía y eso es un problema de
alta trascendencia. Cabría plantearse si en alguna procesión no sería
recomendable priorizar, por encima de todo, la manera de ver más túnicas,
aunque hubiera que ver más ruedas. Espinosa cuestión sobre la que, no obstante,
urge ya abrir un debate.
0 comments: