27-04-2022
En diversas ocasiones se ha comentado la
particularidad de que miembros de la Hermandad de Cristo del Amor y de la Paz
sean los encargados de dirigir el rezo de la oración que se lleva a cabo en los
dos cementerios de Salamanca antes de dar sepultura a los restos mortales de
los fallecidos.
Para conocer el origen de esta presencia nos
tenemos que remontar al año 1988, cuando en el seno de la Hermandad del Cristo
del Amor y de la Paz se acababa de fundar la sección del Cristo de la
Liberación y, tras algunas vicisitudes, la imagen sobre la que trabajaba su
autor, Vicente Cid Pérez, se depositó en la Capilla del cementerio San Carlos
(el cementerio Virgen de la Salud en Tejares no se inauguraría hasta el año
2005) a la espera de poder dar a la imagen un emplazamiento definitivo.
En aquellos años el capellán del cementerio San
Carlos era el recordado D. Isidro Domínguez (q.e.p.d.) y en la capilla el culto
era continuado durante todo el año, hasta el extremo de celebrarse decenas de
misas (no exagero) en los días de la novena y conmemoración de los Fieles
Difuntos.
La Hermandad por su parte, con el afán de
fomentar la veneración de la imagen del Cristo de la Liberación, convocaba tal
y como hace ahora un besapiés en torno al día de Difuntos. Dada la afluencia
masiva de fieles al camposanto, se hacía necesaria una mínima organización para
lograr la fluidez de los fieles en el entorno de la capilla, que se veía
limitada en algunos momentos por el hecho de que los diferentes sepelios que
llegaban al cementerio se acercaban hasta puerta de la misma capilla para que
el capellán tuviera la última oración. Ante esta eventualidad, y para que se
pudiera llevar a cabo el besapies a la vez que celebrar sucesivas eucaristías
sin aglomeraciones en la capilla y su entorno, la hermandad se ofreció a ayudar
con el rezo de la última oración, previa a los sepelios, lo que fue aceptado de
buen grado por el capellán y de lo que se hicieron cargo en aquellos primeros
momentos tres hermanos, José Manuel Casado, José Ignacio Arce y el que esto
escribe, rezo al que se unirían más adelante algunos hermanos más que durante
años colaboraron en esta tarea.
Pasados unos meses, en los años 1990 y 1991,
hubo otro hecho que hizo que se ampliara la presencia de la hermandad para esta
última oración. Fue que en los apenas cinco o seis días de vacaciones del
capellán, la hermandad asumió también el rezo a los difuntos, lo que vino
motivado por la dificultad que tenían algunos párrocos de poder acompañar los
entierros hasta el cementerio para la última oración, debido a las diversas
obligaciones pastorales de los mismos párrocos. Después esta ayuda se
extendería a algún día puntual y a algunos fines de semana. De este modo se
logró también dejar la imagen definitivamente emplazada en la capilla del
cementerio.
Años después, en 1998, siendo vicario general
de la diócesis D. Joaquín Tapia, se asumió ya como una tarea confiada por parte
de la diócesis a esta hermandad, una presencia que resulta aún, si no extraña,
al menos singular, y que es en definitiva un bien para la misma hermandad, para
la diócesis y para los mismos allegados de los difuntos. También se mantiene
así el sentido religioso de un momento tan delicado como es el de la despedida
de los seres queridos.
Han sido varios los hermanos que se han ido
incorporando y sucediendo para esta piadosa tarea, privándose con una
desbordante generosidad y esfuerzo de días y momentos de descanso, haciéndose
presentes para ese momento de oración todos los fines de semana, los festivos y
en los momentos en los que son requeridos. Y así ya, hasta ahora, durante más
de treinta y cuatro años.
La riqueza de la vocación laical se expresa de
modos muy diversos y este lo es. Ojalá que las cofradías asuman misiones
propias que puedan enriquecerlas, como sucede con esta misión tan secular ya en
la historia de las cofradías, pues uno de sus fines siempre fue, y es, rezar
por los difuntos.
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