Cristo de la Luz y Ntra. Señora de la Sabiduría | Foto: José M. Casado Lorenzo |
11-05-2022
Ha terminado una Semana Santa en la que la práctica normalidad ha sido lo habitual en cuantas procesiones, marchas penitenciales, estaciones de penitencia o como quiera que se quieran llamar, han salido a nuestras calles.
Normalidad tanto en público como en participantes, que en estas fechas y tras dos años de limitaciones sanitarias y administrativas, pasa por poder ejercer derechos a los que estábamos tan acostumbrados que apenas éramos conscientes de su disfrute. Hemos vuelto a estar en la calle, incluso en grupos más o menos numerosos, y poder participar de eventos sin que el peso de la ley cayese sobre nosotros; a mirar y admirar el patrimonio material e inmaterial de nuestras cofradías con el único impedimento de una mascarilla, ya más testimonial que efectiva por mucho que quisiéramos pensar otra cosa, y a hacer de las visitas a las iglesias algo más acorde con la tradición que con otras normas que nos fueron impuestas con criterios muchas veces discutibles cuando no claramente sesgados.
Hemos alcanzado una casi normalidad, pero eso no quiere decir que sea todo bueno. Eso simplemente significa que hemos recuperado lo que dejamos en suspenso hace un par de años. Y lo hemos recuperado tal cual, con cuantos errores y fallos arrastrábamos de tiempos atrás. Que no por haber estado parados, hemos meditado y tomado decisiones para solucionar cuanto sabemos que de malo hay en nuestra tradición más querida.
Hemos vuelto a tropezar en las mismas piedras. Encuentros indeseados (y no programados) entre cofradías que, una vez en la calle, a veces parecen olvidar que usan espacios y horarios compartidos, que necesitan una mínima coordinación, abstrayéndose en su unicidad, y olvidan que hay otras unicidades con las que compartir tiempo y espacio. O, como he llegado a escuchar, encuentros indeseados motivados únicamente por la actitud (quiero pensar que inconsciente) de algunos dirigentes que, extasiados en su procesión, olvidaron el ejercicio de la Caridad como virtud teologal por la que amar al prójimo y el de la mayoría de las llamadas cardinales.
Hemos conseguido la normalidad bajo nuestros pasos y, sobre todo, en nuestras filas penitentes. Esa que hace que los números sean cada vez menores y que no cuadren con los que figuran en las nóminas de hermanos de cualquiera de nuestras cofradías y hermandades, incluso sin «engordar» las cifras. Será que esta normalización, cual progresismo desarrollista de los años sesenta, ha vuelto a hacer que unas vacaciones en Benidorm (o una visita a la siempre deseada Semana Santa de otras ciudades) se hayan puesto por delante de las devociones, para las que siempre habrá otro momento. Ver esas filas mermadas, digan lo que digan los analistas de acera, ha sido una triste llamada de atención, por habitual durante toda la semana, a quienes tienen en sus manos las riendas de nuestras asociaciones. Ojalá sea punto de inflexión y no la continuación de una rampa en descenso que parece inclinarse hacia abajo sin remedio.
Incluso la lluvia quiso hacer acto de presencia y, por recuperar algo habitual en esa semana primaveral, cayó con suficiente insistencia como para impedir la salida del Cristo de los Doctrinos desde su capilla veracruzana. Nada fuera de lo habitual.
También es cierto que hay motivos de alegre esperanza. Nuevas procesiones y nuevas imágenes han sido rayos de esperanza que han iluminado, a pesar de todo, nuestra Semana Santa. Ver a la Cofradía Penitencial del Rosario desfilar en su primera vez con seriedad y recogimiento es seguro una buena señal o, quien sabe, el meandro hacia tiempos mejores en este recorrido ondulante de nuestra Semana Santa en el que, como hace treinta años, se recupere un esplendor siempre buscado y deseado. También nos hemos alegrado con la primera salida de la imagen de María Santísima de Gracia y Amparo con la que la Hermandad del Perdón, amén de un cambio de recorrido que parece positivo, enriquece su y nuestro patrimonio artístico y devocional.
En definitiva, hemos «conseguido» recuperar la normalidad previa a una pandemia que, también es cierto, nos ha tenido tan temerosamente atados que no ha permitido que se pusieran en práctica esas ideas y acuerdos que, estoy seguro de que existen, habrían solucionado todos esos problemas que nuestra Semana Santa arrastra desde hace tiempo. Quizá ahora, cuando la ausencia casi definitiva de mascarillas permite que respiremos adecuadamente y con ello oxigenemos nuestros cerebros para que piensen sin dificultad, sea buen momento para retomar acuerdos, reflexionar sobre su validez y comprometerse a llevarlos adelante, siempre en beneficio de este interés común que llamamos Semana Santa salmantina, para hacer de ello esa normalidad que todos deseamos.
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