Virgen de la Caridad y del Consuelo saliendo de Catedral |
Foto:Salamanca Costalera13-05-2022
Hace un mes
que vivimos la más esperada Semana Santa de los últimos tiempos y, con el
reposo del tiempo, que se hace poso en la memoria, las vivencias se hacen más
claras, o más difusas, según el filtro que utilicemos para ello. La memoria es
traicionera y suele ser selectiva, recuperando siempre aquello que nos produjo
satisfacción, emoción, sentimientos profundos, alegría o simplemente gozo por
lo vivido. Por eso escribo de lo vivido, del poso que deja en el alma y de las
consecuencias que ello tiene.
Esto de la
Semana Santa y las cofradías no es ni más ni menos que una serie devociones,
emociones y sentimientos. Y este año han estado más que nunca a flor de piel. No
podía yo imaginar, después de quince años sin meterme debajo de un paso, que
este año lo iba a hacer por partida doble, pues dos son las devociones de mi
corazón y las dos marianas. Dos caras de María, dulces. La que te da Consuelo y
te regala Caridad. La que recoge en su regazo al hijo ya muerto y lo mira como
a un recién nacido. Angustias la llaman.
Un domingo
de Ramos, sin duda diferente. Todo nuevo para mí, con la emoción y los nervios
propios del principiante, pero con la seguridad de poner todo el corazón en
llevarla a ella, con todos mis hermanos, todos a una. Sí, lo reconozco, se me
saltaron las lágrimas nada más salir por la puerta de la Purísima, y unas
cuantas veces más en el recorrido. No me sentía así, debajo de un paso desde
los veinte años. Y eso se lo debo a ella, solo a ella. Gracias Madre, nada más
puedo decirte.
El viernes, tras
quince años, de nuevo llevando sobre mis hombros la imagen de toda mi familia.
Desde los bisabuelos, la vinculación a «la Virgen» de San Pablo ha estado
presente. ¡Qué recuerdos! De todos ellos me acordé, en especial de mi padre, y
recé. Recé mucho, algo que no hacía en mi procesión desde mucho tiempo atrás.
Este año tenía motivos, muchos, y no todos agradables, la verdad. Desgraciadamente,
cuando eres el responsable de la procesión, no te da tiempo ni a rezar. Pero el
ir bajo ella, lo puede todo. A mi lado sigue la Madre, en las «angustias»
de la vida.
Y como las
comparaciones son odiosas, no las haré. Cada día tiene su afán y cada devoción
y forma de vivirla es diferente, aun en la misma persona. Ni mejor ni peor,
todas son igual de válidas en estos asuntos de la fe.
Además, no
puedo olvidar esos momentos vividos de fe compartida, de devociones, emociones,
sentimientos y pellizcos al alma. No solo del domingo, que los hubo, de martes en
la calzá (ya llegará), de Jueves Santo,
de Madrugá, de mañana en calle Feria,
de tarde de viernes, de madrugada de sábado en compañía, de cementerio el
sábado en la tarde, de Pascua de Resurrección… No tengo que nombrarlos, ellos
me entienden, yo me entiendo.
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