Virgen de la Soledad de Angustias y Soledad de León en la Magna Legionensis | Foto de Antonio Marín |
26-09-2022
Traigo aquí, o rememoro, esta romántica película no por reivindicar un cine que ya no se hace, que quizás también, sino, simplemente, por la acertada belleza de su nombre (A Walk with Love and Death), que me define certeramente toda gran pasión, en particular esa que conmemoramos y paseamos cada Semana Santa.
Una gran pasión y solo ella avala cierta inmortalidad (hasta que dure, o hasta que la alcance un electroshock de desmemoria inducida), como avala la creencia en una resurrección, esta sí, imperecedera.
Con este mismo nombre, Paseo por el amor y la muerte, titulaba el Museo Thyssen-Bornemisza en 2015 la exposición dedicada al surrealista y magrittiano Paul Delvaux (1897-1994). Allí se mostraba una de sus Crucifixiones, la del 52, esas que horrorizaron al bondadoso cardenal Roncalli, Juan XXIII, hasta querer declarar a su autor hereje. Allí aparecen en su cruz Cristos mondos en esqueleto de huesos límpidos, como queriendo decir algo que no alcanzamos del todo a percibir de su personal teología descreída y desesperanzada. Quizás ni él.
Demasiados huesos había al final de una Segunda Guerra Mundial cuando los pintó. De todas sus crucifixiones hay una, la de 1957, en la que aparecen, como en un gran retablo gótico, todos los personajes del calvario que es el mundo, con la misma vestimenta de esqueleto pulcro, menos el Cristo en su cruz, encarnado y venciendo al osario. Mira que si al final venció a su propia incredulidad y acaba bien.
Estos paseos son la constante del mundo Eros y Tánatos. El pintor belga parecía más afectado por la pulsión de la muerte que por la del amor y nos dejó una colección de cuadros que, en general, infunden ánimo a la desesperación.
En otro orden, creo que veintidós pasos son también un paseo. Y cuando esto escribo estoy a horas del acontecimiento de la Magna Leonesa, «Passio Legionensis». Que viene a suceder a tantas procesiones extraordinarias a destiempo, cuya finalidad se me escapa ‒como la teología de Delvaux, seguramente por lerdo‒ más allá de los records de los cinco mil papones, que no es moco de pavo, el acompasado balanceo de sus pujas, los 1,8 Km de longitud, las catorce bandas… siempre que no llueva, que ruego que no. Penitencias sin cuaresma ni espiritual preparación. Son los tiempos extraordinarios para todas estas salidas extraordinarias, no siempre asombrosas ni tan fértiles como el paseo por un Viernes Santo entre la muerte y el amor.
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