miércoles, 16 de noviembre de 2022

Interés internacional: haberes y debes

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 Paco Gómez

Fotografiando la fotografía | Foto: Alfonso Barco
16-11-2022


Llegar a lo más alto era un triunfo voluptuoso para De Pas

(Clarín, La Regenta)

 

Todavía se cuelan en tertulias y artículos los ecos del enorme espacio vacío que ha dejado la muerte de Javier Marías, tan gran escritor como imprudente polemista, del que las reseñas se empeñaron en subrayar dos aspectos: era nuestra mejor baza para intentar un nuevo asalto al Nobel y, a pesar de lo anterior, era un autor caracterizado por rechazar sistemáticamente los premios.

En realidad, alguno aceptó ‒el Fray Luis de León de Traducción, por ejemplo‒, aunque su postura negativa se radicalizó a raíz de la concesión del Nacional de Narrativa por Los enamoramientos («a veces uno parece estar mejor acompañado entre los no premiados que entre los premiados», justificó).

Entre los motivos más poéticos (el homenaje a su padre, que no recibió muchos de los galardones que a él se le concedían) y los más ácidos (la corrupción de las entidades que los otorgan), Marías creó un espacio de no-quiero-premios extraño en nuestros días.

En todos, en realidad. Porque si algo gusta a un colectivo y más aún a un político es un premio, galardón, distinción o reconocimiento que justifique una foto y, a poder ser, una placa conmemorativa.

Tampoco la Semana Santa es una excepción. Entre unos (políticos) y otros (cofrades) se trabajó hace casi veinte años por el premio de los premios: la declaración de Interés Turístico Internacional para Salamanca. Su concesión en 2003 quería suponer un antes y un después en una tradición que las había pasado de todos los colores ‒no en vano el negro y el morado eran los hábitos que predominaban en el panorama‒ pero que vivía por entonces su enésimo renacer.

Salamanca llegaba en aquel momento con cierto complejo de impostora a un club muy selecto. El alcalde de entonces, Julián Lanzarote, recibió, asegura, airadas cartas de protesta de cofradías de Zamora o Valladolid (¡qué espíritu de comunidad hemos tenido siempre!) criticando la intromisión de nuestras salidas penitenciales en su pequeño círculo. Una cosa es un Segunda Federación pasando de ronda en la Copa y otra plantarse a jugar la final en el Bernabéu.

Aquí sobrevienen otras humanas actitudes ante los reconocimientos. La de: hoy ya se lo dan a cualquiera (podemos recordar las airadas reacciones al Nobel a Dylan, quien, por cierto, no fue a recogerlo pero se aseguró igual el sabroso ingreso vía discurso de agradecimiento por escrito); y la no menos habitual de: un premio es una chufla hasta que me lo dan a mí. Eso suele decir Pérez-Reverte que le pasaba mucho a Umbral con el Cervantes, hasta que le cayó a él.

Pues lo mismo con la Semana Santa. Hay quien ha despreciado las declaraciones de interés mientras no ha podido blasonarse con ellas y hay quien ahora que se ha abierto el abanico dice que ya ni lo utiliza como argumento (aunque nadie ha renunciado a la declaración, al igual que Dylan buscó la forma del no pero sí).

Mucho han cambiado las cosas en dos décadas y ahora pudiera ser hasta que Salamanca tuviera la tentación de mirar por encima del hombro a otras Semanas Santas que traspasan el umbral del interés internacional. Se cuidan más las cosas, desde luego; se difunde mejor, sin duda; se ha crecido en cofradías, indiscutiblemente.

Otras cosas, quizá, se echan en falta. Cuando la Semana Santa era más pobre y se compartían hábitos; las flores de una procesión iban para la siguiente, de otra cofradía; se intercambiaban andas en función de las necesidades...

Algo de chapuza habría, para qué negarlo, pero también una autenticidad y pasión que a veces se echa en falta. También esa pujanza juvenil ahora que las hermandades van envejeciendo y se teme por el relevo.

En fin, altibajos siempre ha habido. Ahora, con nuestra declaración de interés internacional puesta en grande en el cartel (el de esta Semana Santa 2023 con foto de Alfonso Barco será magnífico) tendremos, posiblemente, más turistas y menos cofrades y así son las cosas. Trabajar y mejorar. Todo menos subirnos a la torre de la catedral para sentir que somos más que nadie. Porque posiblemente no sea verdad.

 

 

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