El Cristo de San Damián es uno de los símbolos más valiosos y apreciados del franciscanismo. Y el realizado por Paloma Pájaro en 2017, para la Hermandad del Cristo de la Humildad, desde el día tres de enero ha quedado expuesto al culto en el convento de los capuchinos. El hecho, en apariencia fútil, tiene su trascendencia por todo lo que representa.
El primer aspecto a considerar,
no puede ser otro, es el devocional. El arte sacro nació con esta finalidad, la
de mover y remover el corazón de los fieles para acercarlos a Dios. O al menos
para inquietar de algún modo su conciencia, de manera que puedan plantearse que
tras la obra de arte hay algo más que pericia, técnica y belleza. Y esta aspiración
estuvo siempre muy presente en la hermandad propietaria de la imagen. Hasta la
fecha no había podido ser, pese a barajar varias opciones que, por unas u otras
circunstancias, no llegaron a cuajar. Los emplazamientos que pudieron ser, o
exigían una espera indefinida o no terminaron de considerarse idóneos. Lo
cierto es que una imagen creada para la devoción no podía estar oculta todo el
año, salvo el día de la procesión.
Enlazando con lo anterior
deberíamos abordar el segundo aspecto, el artístico. La Hermandad Franciscana en
origen tuvo claro que su patrimonio artístico debería ser escaso pero valioso.
Las tres imágenes cumplen con ese requisito y se realizan bajo la premisa de
realizar obras contemporáneas enraizadas en la tradición. Es lo que sucede con
esta pintura del Cristo de San Damián,
que es pero no es la imagen original venerada en la basílica de Santa Clara, en
Asís. Paloma Pájaro, una artista descomunal que ahora es muy conocida por su
actividad como «youtuber» y presencia en los medios para
abordar cuestiones filosóficas, partió de la tradición, la de un Cristo pintado
sobre tela pegada a tabla que se realiza durante la segunda mitad del siglo XII
bajo los criterios estilísticos del románico italiano, muy vinculado al arte
bizantino. Pero dejó una obra suya, del siglo XXI, pintando como ella sabe
hacerlo, sin renunciar a esa manera tan original de entender el arte que le
llevó, en su momento, a gozar de una considerable reputación. El buen arte debe
compartirse y eso es lo quería la hermandad, que una pintura religiosa tan
significativa pudiera verse y ser admirada en un lugar digno, como es la parte
posterior de la iglesia conventual de los capuchinos.
Para el templo, por último, también supone un beneficio, puesto que es un espacio franciscano en el que no estaba presente el Cristo de San Damián. La iglesia, que era la antigua capilla de los terciarios franciscanos, es un emplazamiento digno de ser admirado desde el punto de vista artístico. Construida en un barroco ya tardío, por Andrés García de Quiñones y Simón Gavilán Tomé, alberga en su interior meritorias obras escultóricas, entre las que sobresale el Cristo de la Agonía de Pérez de Robles. Con la pintura de Paloma Pájaro se incorpora una pieza artística más, armónica con el conjunto y oportuna por todo lo que representa.
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