viernes, 17 de marzo de 2023

Recogiendo tempestades

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 Roberto Haro

El sepulcro vacío // R.H.P.


  17-03-2023

En estos momentos de reflexión y preparación para la próxima Pascua del Señor, es buen momento para que saquemos tiempo para nosotros, cerremos los ojos y pensemos qué estamos haciendo, dónde estamos y qué es dónde queremos llevar a esta nuestra Semana Santa, o por lo menos en lo que queda de ella.

Cada fin de semana que pasa en este tiempo de Cuaresma es una locura de actos, conciertos, pregones, presentaciones de carteles y demás parafernalia que adorna la vida cofrade de nuestras hermandades. Actos que en algunos casos como los mencionados no lo son de las cofradías, sino que aprovechándose del nombre de ellas sirven de altavoz para elevar su autoestima como capillita pululante en el mundo cofrade y que las cofradías sin ellos no son nada ni ninguna existía antes que ellos. ¡Porque yo lo valgo!

Bien, la evolución en los planteamientos religiosos, tanto individuales como colectivos, se ha producido con lenta constancia en los siglos pasados desde que, ya en los inicios del siglo XV, comenzaran las procesiones de penitencia en Viernes Santo. Sin embargo, en las últimas décadas todo ese proceso se ha acelerado vertiginosamente a pesar de que en algunos casos la valoración histórica puede inducir a la conclusión de que los cambios han surgido escalonadamente. Ocurrió en la época de los años cuarenta tras la postguerra y posteriormente, de forma tropellada, en los años setenta y ochenta. Atendiendo a este principio, reflexionando y mirando atrás con esa perspectiva, se observa que las últimas cofradías aparecidas en la ciudad han ido experimentando importantes modificaciones provocadas por las desviaciones en los hábitos y costumbres del momento. Cambios que han afectado a sus principios, su organización, estructura y forma. Desde que nacieron y pasaron su infancia hasta llegar a la edad de madurez, no han pasado siglos, tan solo unos pocos años. De lo que se suponía que eran, no queda ni la sombra. Si es que… cuando el árbol crece torcido, termina tronchándose.

Pero no hay más necio que el que se deja engañar. No lo hagan una vez más y abran su mente y sus ojos para entender que la existencia y la fuerza de las asociaciones tiene su fundamento en las necesidades de sus miembros. Las cofradías giran en torno a ellos, ellos son la vida de las asociaciones. Si no se atienden sus necesidades e inquietudes, terminan ahogándose y muriendo. Sin miembros no hay cofradías, por mucho que lo quieran ocultar o camuflar las diferentes directivas, cada vez más cegadas por esa luz de poder. Y las luchas de egos y disputas entre los miembros llevando a instancias superiores sus rencillas personales terminan pasando factura a todo. Las directivas y sus miembros son como un matrimonio, que cuando los cónyuges discuten y no llegan a un acuerdo quieran repartirse el botín en régimen de separación de bienes cuando están casados en forma de gananciales.

Bueno, no se extrañen por estas cosas que ocurren en nuestra ciudad con las cofradías más noveles, que, atendiendo al contexto histórico, tenemos de siglos de historia. También ocurre en otras ciudades como Málaga, Jaén, Sevilla o Zamora, por poner ejemplos de otras ciudades. A mí no me consuela eso de «mal de muchos…».

Algo se estará haciendo mal para que estas situaciones sigan pasando cada vez con mayor frecuencia. Si el problema es de base, de concepto, ¿de qué sirven o han servido esos famosos cursos de formación cofrade? ¿Son meros paripés para poder llegar a ser alguien en las cofradías? ¿O es que esta sociedad ya no vale para las cofradías?

Porque cuando se siembran tormentas, se recogen tempestades.

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