miércoles, 8 de marzo de 2023

Sentencias salomónicas

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 Félix Torres

Juicio de Salomón. José de Ribero, 1609 | Galería Borghese. Roma


 08-03-2023

«Traedme una espada».

Con esta simple frase, tal como lo narran las Escrituras en el Libro Primero de los Reyes, Salomón, el sabio y justo, dictaba sentencia.

Presentaron la espada al rey y este sentenció: «Cortad al niño vivo en dos partes y dad mitad a una y mitad a la otra» (IRe 3,24-25).

Una de las dos prostitutas se sintió desamparada en lo que para ella, aun aceptando la decisión salomónica, era injusto. ¿Cómo va a ser de justicia partir al hijo en dos partes y repartirlo? Miró hacia arriba, hacia el trono elevado en su pedestal, y rogó a Salomón que no hiciese tal crueldad, que ella renunciaba a lo que le correspondiese por bien del inocente niño. Renunciaba a una sentencia injusta en su justicia, en la que el rey sabio dictaba el resultado sin aparentar haberse implicado en la causa, sin haberse leído el sumario o, quizá, no otorgando valor a lo que para aquella mujer era cuestión vital.

De un tiempo acá, más del que parece si uno reflexiona, da la impresión de que hay conflictos y desavenencias en nuestras hermandades y cofradías en los que las partes no alcanzan acuerdo, creyéndose ambas en posesión de la razón. No es extraño, entonces, que para deshacer el nudo gordiano, antes de usar la espada –como hizo Gordio, en este caso–, una o ambas partes recurran a instancias de superioridad jerárquica en busca de consejo, auxilio o sentencia, confiando en recibir la atención que merecen en lo que, para ellas (enfatizo en estas dos palabras) es de tanta importancia como para llegar a dar el paso.

Quizá, intramuros, dé la sensación de que sean cuestiones que no reúnen el suficiente calado como para ser consideradas seriamente por quienes deben juzgar o que, como en el caso del Juicio de Salomón, la premura e inmediatez llevan a pedir la espada sin haber siquiera escuchado a las partes. Salomón no debió aislarse en su sabiduría, en el peso de sus propios asuntos domésticos, inconsciente del desamparo en que quedaban aquellas mujeres para las que el asunto que las llevó a él era vital. Despachó y sentenció en el momento. Sin más.

Para el juez alejado del contenido de la causa, es más cómodo inhibirse, no implicarse en la sentencia, incluso tras haber escuchado atentamente a las partes. Es más sencillo pedir la espada y cortar por el medio, pero el que juzga, al que se le está pidiendo amparo desde abajo, no debe derivar su responsabilidad, aunque el asunto tratado apenas desequilibre la balanza de los serios temas a los que hay que prestar atención. Ahora bien, ¿son justas las decisiones salomónicas? Quizá el rey sabio y justo debería haber escuchado más, reflexionado un tiempo y dictado una sentencia más comprometida, aunque en su propio fuero considerase la cuestión banal y aunque cualquiera de las dos mujeres terminase gravemente afectada por la decisión. Esa pobre prostituta que lloró desconsolada renunciando a su hijo en favor de la otra mujer, seguramente habría vuelto a su casa con lágrimas en el rostro, pero con la sensación de que se había hecho justicia y había encontrado el amparo que buscaba. Porque sería una sentencia justa, no salomónica.

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