Penitente con cadenas | Foto: Pablo de la Peña |
06-03-2023
Con la imposición de la ceniza y el recordatorio del que nada somos, tan solo el polvo de la tierra al que hemos de retornar, la actividad cofrade se dispara y los nervios afloran en la piel. Es cierto que en los últimos tiempos la liturgia del Miércoles de Ceniza se ha dulcificado. El recuerdo de la condición efímera y mortal ha dado paso a un doble imperativo, «conviértete y cree en el Evangelio». Y en ese camino de conversión, el consejo de los tres medios tradicionales se diluye con frecuencia entre símbolos de lo más variopinto. En la Biblia hay varias referencias, pero ninguna tan clara como la del libro de Tobías: «Buena es la oración con ayuno y mejor es la limosna con justicia» (Tob 12,8).
Hasta tal punto se ha perdido el sentido original de este itinerario que el obispo de Bilbao, Joseba Segura, ha concedido dispensa a una cofradía gastronómica para que sus integrantes puedan engullir sin cargo de conciencia una señora alubiada, generosa con el tocino, costilla, chorizo, morcilla y demás manjares procedentes del garrapo que, a criterio del Arguiñano de turno, tengan a bien añadir. Con lo fácil que hubiera sido inhibirse y evitar el escándalo que causa en algunos y la hilaridad en otros. Después de todo, con las procesiones siempre ha habido bulas de dispensa, ciertas o apócrifas, pero lo cierto es que los banquetes de Viernes Santo, día de ayuno y abstinencia rigurosa, han estado –y están cada vez más presentes– entre los cofrades. Sopas de ajo en Zamora y otrora la fiambrera que llevaban los familiares a los congregantes de Jesús Nazareno cuando la disciplina de la Vera Cruz obligaba a acompañarlos en el regreso…
La penitencia, es curioso, aquí solo la mantienen algunos grupos ultracatólicos, que conservan el cilicio, y los penitentes de las procesiones. La Seráfica Hermandad, con el Perdón, y la Dominicana siempre se han llevado la palma con esto de expiar culpas arrastrando cadenas y cargando cruces descomunales. Hay mucho pecado, sobre todo en San Esteban, que cualquier día acaban a cristazos ante la mirada indolente del prior, obispo y vicario perdurable. Es curioso que los jerarcas tengan cierta propensión a pisar charcos sin venir a cuento y luego, cuando de verdad hay que mojarse con el agua del chaparrón, se apartan, no sea que les salpique y las cascarrias afeen los bajos de la sotana.
La limosna sí la siguen pidiendo. Hay algún preste que la remite a las buenas obras, otros señalan el cesto. Las cofradías están llamadas a ejercer la caridad, porque forma parte de su idiosincrasia. El desprendimiento es una virtud cristiana y la limosna, como decía santa Teresa de Calcuta, debe seguir hasta que duela. Algunas cofradías lo hacen, otras lo dicen mientras gastan sin pudor cientos de miles de euros en canastillas. Los predicadores, no es novedad, generalizan desde el púlpito y se inhiben en el despacho. El polvo del camino, que es también el de la fragilidad humana, cuanto antes se sacuda, mejor. La sotana siempre lustrosa.
La intensidad de las exigencias cuaresmales tensa a los cofrades, aunque no tanto como el discurrir la fórmula para seguir destrozando procesiones. Qué manía con pensar tienen algunos. Y cuanto más indocumentados menos conscientes son de las aberraciones y mayor es su deleite ante lo aberrante. Si el sueño de la razón provocaba monstruos, da grima pensar hasta dónde puede llevar el sueño de la sinrazón. Y es que algunos llevan muy mal las penitencias y los ayunos. Mejor que se dediquen a la limosna.
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