El asunto no es nuevo,
pero, tal y como está montando el negocio informativo, cuanto más escándalo
mejor, aunque esta vez quizá ha llegado a límites más extremos. Por lo demás,
como siempre, tras superar la barrera de la viralidad, encender de indignación
a unos pocos y sorprender a unos muchos va camino de la indiferencia en la que
suelen acabar estas cosas.
Fue en Martes Santo,
que ya fue tino. Y encima como fondo sonaba La
saeta, versión Serrat. Una actriz «disfrazada» de Virgen del Rocío
desarrollaba su número (presuntamente) humorístico en el plató de TV3. Tras el
escándalo inicial, la Asociación de Abogados (presuntamente) Cristianos puso el
grito en el cielo y en los juzgados y la titular del número 5 del de Sant Feliu
de Llobregat, sin duda en un mal día, decidió admitir a trámite la denuncia por
presunta calumnia contra la propia Virgen del Rocío.
La cosa, advirtieron
los expertos desde el primer momento, es que salvo que la mismísima Reina de
las Marismas comparezca en el juzgado, la denuncia no podrá nunca prosperar
bajo esa figura presuntamente delictiva. Lo que de toda vida viene conociéndose
como pasarse de frenada.
Como tema de barra de
bar el episodio da mucho de sí. Desde lo sociológico, si se prefiere una
formulación más fina. El forzado acento andaluz de la actriz rociera ya da una
pista de qué era lo que estaba aflorando allí. Y luego las eternas preguntas
hipotéticas: ¿qué hubiera pasado si en vez de la del Rocío apareciera la de
Montserrat haciendo bromas sobre Pujol? Y, por supuesto, ¿y si en vez de la
Virgen las risas se buscaran parodiando a Mahoma y sus cosas?
Son argumentos que se
leen y se oyen por ahí y que la propia productora televisiva respondió poco
después montando una ensalada de provocaciones donde no faltaron un musulmán
(Mahoma no, pero algo es algo), el Dalai Lama y la Moreneta.
Sabemos que el
principal problema no es religioso, pero esa es otra cuestión. Lo importante
aquí es debatir hasta dónde alcanza la libertad de expresión y hasta dónde la
necesidad de acudir al juzgado ante cualquier cosa que nos haga hiperventilar,
actualizando a los nuevos tiempos el atávico derecho al pataleo.
Yo creo en una sociedad
basada en el respeto mutuo, en la concordia y en la convivencia. Esas son mis
convicciones, que, por otra parte, no puedo imponer a los demás por un
principio básico de lógica. También creo en que la libertad de expresión es una
de las columnas más importantes para el ejercicio de la democracia y que cuando
se pone en cuestión se están dibujando acotaciones peligrosas al conjunto de
las libertades.
Así que el hecho de que
alguien haga algo que yo no haría ‒ni con las creencias de los demás ni con las
mías propias‒ no hace que se me ponga cuerpo de auto de fe. Allá cada uno con
las herramientas que considera necesarias para hacer reír o para provocar, que
suele ser el fin último confesado o no de muchas de estas acciones.
Además, el hecho de que
la confesión religiosa que seguimos no inspire ni miedo, ni temor, ni ampare
terroristas en alguna de sus formulaciones extremas, lejos de ser una
desventaja me parece a mí que es algo bastante positivo. «Se meten con los
cristianos y no se atreven con los musulmanes», se oye a menudo. Pues claro,
faltaría más que desde la fe del perdón (Padre, perdónalos…) alguien se
dedicara a enviar paquetes bomba a las redacciones por chistes de mayor o menor
fortuna.
Lo que me cuesta más,
sinceramente, es compartir barco con esos abogados (presuntamente) cristianos,
ideologizados políticamente hasta el extremo y depositarios de un modo de vivir
la religión, desde mi punto de vista, no solo caduco sino hasta enfermizo.
Nada es blanco y negro
en la vida, sin duda. Y al final cada uno interpreta la realidad desde su marco
de experiencias y sentimientos. No me cuesta ningún trabajo confesar que yo La Saeta de Serrat la escucho todo el
año, a menudo con lágrimas en los ojos y a todo volumen, compartiendo esa
visión machadiana de cantar a quien anduvo en la mar, que es lo mismo que
cantar al futuro, a la esperanza y a la paz y no vivir instalado en el más improductivo
rencor. Qué cosas. Al final nos salvará una saeta que dice casi lo contrario de
lo que parece.
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