El pasado
domingo recibía este escueto mensaje en mi móvil, reflejando la asistencia a la
solemnidad del Corpus Christi en nuestra Catedral y a la posterior procesión.
Este año por motivos laborales no pude participar en esta importante
celebración en mi diócesis, la procesión por excelencia, la más importante del
año, en la que sale Jesús, con mayúsculas, Jesús Sacramentado. Nada lo puede
superar.
A riesgo de
ser pesado, pues este tema lo he tocado en infinidad de ocasiones, me refugio
en la segunda de Timoteo para insistir una vez más, no sé si esta vez a tiempo
o fuera de él, en el exquisito cuidado que debemos tener en esta importante
celebración, que poco a poco conseguimos entre todos reverdecer y asentar, pero
que en otros aspectos seguimos descuidando en demasía.
En el
apretado resultado de 26-24, no sé qué me preocupa más, si la alarmante falta
de niños de comunión, o la aún más alarmante ausencia de sacerdotes y
religiosos. Si los niños no acuden, claro está, es porque en la mayoría de los
casos ni conocen la celebración, qué supone y qué se hace, incluida la
procesión con el Santísimo por las calles de la ciudad, a quien adoramos y
alabamos y ellos han experimentado por primera vez hace muy poco tiempo, como
novedad en su vida y como aliento y alegría en ella. Jesús está ya con ellos y
debe seguir estando. Y si no la conocen es porque no se les ha presentado,
enseñado, invitado a participar y celebrar con la comunidad diocesana el gozo
del pan eucarístico.
Me consta,
que cuando esto se hace en una parroquia, cuando se invita, cuando se acompaña,
cuando los catequistas y párrocos que han acompañado a los niños en su
formación de primera comunión se hacen presentes en la celebración, los niños
acuden, y en buen número. Investiguen que pruebas hay. Felicidades a los que
así lo hacen, es nuestra responsabilidad como trasmisores de la fe.
Por el
contrario, obsérvense las imágenes de la celebración y cuenten con los dedos de
las manos los párrocos que estaban presentes, quizá nos sobre algún dedo.
Triste representación del clero de la diócesis, que debería celebrar como
comunidad esta solemnidad.
Nunca
entendí, y sigo sin entender, que se mantengan las misas en toda la ciudad
mientras está el Santísimo en la calle, en vez de unirnos todos en torno a él,
en el día más importante, dando testimonio de nuestra fe acompañándolo en la
procesión por excelencia. Algunos entienden que «su misa» y «su parroquia» ‒cuánto
daño hacen los personalismos‒ son más importantes que «el
más importante» y, por tanto, para qué acudir. Y como consecuencia no van
«mis
niños»
ni «mis
catequistas».
Una pena que
no cuidemos una celebración tan bonita y tan importante como la solemnidad del
Corpus Christi. En nuestra mano está. Espero insistir el año que viene con un
tanteo algo más abultado. El Señor en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía
no merece menos.
¡Viva Jesús
Sacramentado!
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