No sé si os habéis dado cuenta, pero hoy, veintiuno de
junio, es el día con más luz del año. Por este motivo, quiero aprovechar lo que
esto significa simbólicamente para los cristianos y, por consiguiente, para los
hermanos y hermanas de las cofradías. Estamos en las celebraciones del
solsticio de verano, ha terminado la primavera y comienza una nueva estación,
la luz del sol dura más que ningún otro día del año. Los cristianos hemos
reinterpretado y convertido esta fecha, dejando de adorar al sol que nace de
oriente para pasar al sol que nace de lo alto, gracias a la entrañable
misericordia de nuestro Dios, tal y como cantaba Zacarías, el padre de Juan el
Bautista cuando este nació (cf. Lc 1,78). Ese sol que nace de lo alto es
Jesucristo, que, como él mismo dice de sí, es la luz verdadera que ha venido a alumbrar
y dar vida a toda la humanidad (cf. Jn 1,4). Jesús se revela como Hijo de Dios
al decir que es la luz de mundo (cf. Jn 8,12).
Recordamos que hace seis meses fue el día con menos luz
del año, el veintiuno de diciembre, pero, pocos días después, el veinticinco de
diciembre, celebrábamos la Navidad y, desde aquel día, poco a poco, la luz de cada
día fue ganando terreno frente a la oscuridad de la noche hasta el día de hoy. Jesús
se encarna, nace, muere y resucita como la luz que crece sin parar frente a la
oscuridad de nuestras divisiones y enfrentamientos, fruto de nuestro pecado,
que nos arrastra a las tinieblas de la muerte. Igual que sin la luz del sol no
podría haber vida en nuestro planeta, la luz de Jesús es la que da vida nueva a
la humanidad y al universo. Y tenemos la esperanza de que Jesús vendrá como luz
sin ocaso al final de los tiempos, entonces la humanidad entera entrará en su
descanso (cf. Ap 21,23-24).
Toda esta teología de la luz relativa a Cristo de este
día del solsticio de verano nos la sugieren, en cierta manera, las cofradías de
Semana Santa. Aún sin saberlo, la tenéis en cuenta a la hora de ornamentar los
pasos e imágenes con luces. E incluso las acompañáis, en gesto público de fe,
durante la procesión, con los cirios o antorchas encendidas en vuestras manos,
confesando así todo lo que he dicho antes sobre Jesús como la luz.
Sin embargo, también a partir de este día se detiene el
crecimiento de la luz; poco a poco los días se van acortando. Desde tiempos
ancestrales existe la tradición de encender la hoguera en la noche de san Juan
y saltar el fuego, con la intención de purificarnos y dar fuerza al disco solar
para que no se apague. El día veinticuatro de junio no celebramos por casualidad,
como tampoco el veinticinco de diciembre, el nacimiento de Juan el Bautista. Como
vemos, ambas fechas están condicionadas por los solsticios de verano e invierno.
Esta vez el nacimiento del Bautista no es para que crezca la luz sino para lo
contrario, para que mengüe (cf. Jn 3,28), porque, como decía san Agustín, él es
solo la lámpara de la Luz y la voz de la Palabra (cf. Sermón 288,2-4). La luz
de Cristo ha pasado a nosotros y eso nos convierte en san juanes bautistas, es
decir en servidores de ella. Para conseguirlo nos tenemos que ir apagando
nosotros para que el mundo glorifique solo a Dios (cf. Mt 5,16). El tiempo que
ahora estamos viviendo en la Iglesia lo tenemos que aceptar y vivir así; es una
posibilidad única para la evangelización. En Europa vivimos un atardecer del
cristianismo, estamos menguando para que brille al final la luz de Jesús. Ahora,
estos seis meses que siguen al nacimiento del Bautista en los que irá
disminuyendo la luz son una parábola de la situación en la que nos encontramos
en la actualidad, también esto sucede en las cofradías de Semana Santa. No
seamos ilusos conformándonos solo con acciones puntuales en las que convocamos
a mucha gente, preocupados más en hacer cosas, que solo nos muestran a
nosotros, a nuestras luces particulares, en vez de ser testigos de la luz de
Jesús que nos lleva a menguar humildemente, para vivir la comunión con los
demás hermanos en la Iglesia, el servicio a los más pobres del mundo y el
diálogo respetuoso y con amor a esta humanidad. Hoy es el día con más luz, y
también el día en el que nos damos cuenta de que nosotros no somos la luz sino
sus servidores, por eso debemos menguar. Feliz verano y hasta el próximo curso.
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