Cristo de la Fraternidad Franciscana. Ricardo Flecha | Foto: jmfc |
06-10-2023
Zamora, la mi Zamora, abría ayer
mismo de nuevo sus entrañas para mostrarse tal cual es cuando arrulla como
madre a uno de los suyos. En la iglesia de San Vicente, bajo la mirada de la
madre zamorana de la Concha y la del Cristo de la Buena Muerte, Señor del Lunes
Santo, la ciudad despedía a uno de sus más ilustres hijos.
Nuestro Ricardo Flecha, por esos
designios de la vida que se escapan a la comprensión humana, después de una
larga y dolorosa enfermedad, nos dejaba, regalándonos el ejemplar y paciente
recorrido que lo ha ido llevando hacia el eterno abrazo del Padre.
Ricardo permanecerá vivo para
siempre en cada golpe que fue tallando con mimo la infatigable trayectoria de
su obra, en cada mirada que vibre emocionalmente contemplando cualquiera de las
imágenes que brotaron de la genialidad de sus manos. Como hombre jamás se irá
de los poblados del corazón, donde nacerá y crecerá su recuerdo desde las
querencias que jamás borran de sus estructuras vitales a quienes marcan con su
personalidad los trayectos de la vida.
Mi gran fortuna fue conocer la
hombría de bien que atesoraba el artista, cuando en su estudio firmábamos con
la palabra el acuerdo para que esculpiese un Cristo que abriría el cortejo de
una procesión humilde dentro de la Semana Santa de Salamanca. Javier Blázquez,
ahora hermano mayor electo, había abierto, desde su amistad con el escultor, el
camino que fraguaría, meses después, en la entrega de una obra que sobrepasaba
con creces todas las expectativas de la incipiente Hermandad Franciscana de
Salamanca.
Cómo olvidar aquel gesto en quien
nos demostraba su amor por la Semana Santa, aunque esta fuese la de otra ciudad
ajena a la de su Zamora. Lejos del valor del dinero y de cualquier otro interés,
Ricardo Flecha quiso formar parte de un proyecto tan peculiar como el de una
hermandad que se unía a los cristianos de Tierra Santa por medio de la Custodia
Franciscana de los Santos Lugares. Luego, el boceto de nuestra marcha
penitencial atrapó al artista en las frecuencias de nuestras ilusiones,
haciendo posible que el Cristo de la Fraternidad Franciscana se convirtiese en
guía de nuestro camino por las calles de Salamanca.
Cuando le hacíamos saber que la
imagen sería expuesta en el Museo Diocesano de Salamanca, su alegría nos
conmovió, al recordar que esa importantísima talla solo pudo esculpirse desde
la generosidad del hombre bueno que moraba en el lado posterior y cercano del
artista, ya que nuestra Hermandad hace que la pobreza sea una de sus más
consistentes peculiaridades.
Solo nos faltó visitar junto a él
ese espacio museístico que, gracias al trabajo y a los conocimientos de nuestro
capellán Tomás Gil, brilla ahora como uno de los lugares más emblemáticos del
arte que podemos contemplar en nuestra ciudad.
La Hermandad Franciscana de
Salamanca, a través de esa joya escultórica que Ricardo nos talló, como decía,
con tanta generosidad, lo tendrá presente por los tiempos de los tiempos en su
corazón cofrade, renaciendo junto a nosotros en cada oración que suscite hacia
él nuestro recuerdo.
Pero ahora, tintinean en manos de
Barandales las campanas y el cielo de la esperanza con eternidad abre el alma
de suavidades y entornos nacientes como pétalos de abrazos, mientras Ricardo
Flecha -lo imagino- ansía tallar en el pedestal de la armonía el ya inacabable
pálpito del arte.
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