viernes, 24 de noviembre de 2023

El futuro siempre se juega en el presente

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 Manuel J. Grilo

Cruz rescatada de una iglesia destruida en Irak | Foto: Pablo de la peña

 24-11-2023

¿Cómo es posible que, tras tantas experiencias a nuestras espaldas, tras tantas enseñanzas recibidas –y no todas gratamente asumidas– estemos a las puertas de una nueva época y actuemos como si todo siguiera igual?

En el último año (a decir del informe del Observatorio sobre la Intolerancia y la Discriminación contra los Cristianos en Europa) en Europa se ha registrado un aumento del 44% de delitos de odio contra cristianos. Entre el 21 y el 22 aumentaron un 75% los incendios de Iglesias. ¿Motivaciones? El extremismo. No acaba aquí la cosa: también se registran formas de discriminación como pérdidas de empleo por hacer manifestaciones de fe en público o apertura de procesos penales por el mismo motivo. Repito que todo esto tiene lugar en Europa. No estamos en niveles de persecución e intolerancia como en Corea del Norte o Somalia ciertamente, pero sí son indicadores muy serios de la necesidad de tomar conciencia decididamente sobre cómo evoluciona nuestra sociedad. Tomar conciencia y, lo que es más perentorio, actuar en consecuencia.

Estamos acostumbrados en estos últimos tiempos a cierto clima social de agresión con tenida hacia lo cristiano, especialmente hacia lo católico. Cierto tratamiento permitido por parte del establishment en tanto en cuanto de un fenómeno cultural se refiere, puesto que en sus templos cuenta con auténticas joyas, puesto que en su abolengo cuenta con obras que son de las producciones más excelsas de la historia de la humanidad. Y no son cualquieras obras, claro que no. Pero lo son porque nacen de una fe concreta y en una fe, no son simplemente obras del genio humano aseptizado sino acrisolado por la fe. Yo me pregunto: ¿estamos a la altura en nuestro presente de aquellos que nos precedieron no ya en ingenio sino de fe?, ¿estamos a la altura de responsabilidad suficiente, en cuanto herederos que somos, de guardar dichos tesoros?, ¿acrisolamos también nuestra fe suficientemente, o simplemente la conservamos en la estufilla cuando se aproxima temporal?

Estos días los Evangelios nos traen episodios límite, y es así como tiene que ser, tenemos que vivir con conciencia de límite, qué duda cabe. Porque es en el límite donde nos definimos. Y comenzaba escribiendo sobre nuestros días, que ¿son límite? A mi entender sí, vivimos en un tiempo crucial porque de nuestro presente saldrá definido nuestro futuro. Si no asumimos nuestra realidad, si no asumimos responsablemente lo que significa y lo que comporta esta fe nuestra: una forma de ser hombres, un modo de estar en el mundo. No hay que estar callados para no molestar, no hay que dejar de hacer para no importunar porque no se trata de intimismo. Somos y nos manifestamos siendo, si nos refugiamos en dicotomías extrañas, no seremos.

¿Hasta qué punto estamos afectados?, ¿queda margen de maniobra? No es baladí la respuesta por lo que no hay que tomársela a la ligera. De humanismo descafeinado estamos ya al límite, no cabe más. De altruismo buenista ya estamos servidos. Hay que definirse. No es desdeñable el humanismo, el altruismo, el filantropismo, claro que no, pero no pongamos empeño en que la fe cristiana se reduzca a eso porque la apagaremos.

Es una realidad abrumadora esta. Esopo nos trasmitió esta idea ya en su fábula de la rana que quiso ser buey: se inflaba y no llegaba a ser como el buey, preguntaba a los circundantes ¿ya soy como él? No recibía respuesta satisfactoria. Explotó. Preguntemos al mundo cómo le gustamos más y arderemos para no renacer.

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