Foto: José Javier Pérez |
20-11-2023
Por supuesto que estos hechos, cuando son cometidos por aquellas personas que, desde su estado de vida o desde su compromiso y vocación, deben acercar al Señor y no alejar de él, son especialmente escandalosos y dolorosos; máxime si traemos a nuestra mente el pasaje evangélico que nos recuerda que «en verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
Sin embargo, y por mucho que nos duelan y escandalicen las malas acciones de algunas personas, no podemos tolerar de ninguna manera que se extienda el injusto juicio de la generalización, la difamación y la condena contra toda la Santa Madre Iglesia por el actuar minoritario, por muy execrable que sea, de algunas personas.
Ante estas acciones inefables, claro está, los católicos hemos de mostrar nuestra más sincera repulsa por los hechos acaecidos y, por supuesto, se debe apoyar la reparación de las verdaderas víctimas por el daño y las heridas causadas por aquellos que más debieran proteger la dignidad de toda persona.
Pero el dolor no puede servirnos para que demos pábulo a torticeras interpretaciones que, alejadas de la verdad y sin intención de sanar heridas, buscan construir un relato ideológico determinado en el que la Iglesia, nuevamente, pasa a ser un enemigo declarado y, con ello, justificar cuantas anticlericales actividades y políticas se plantee implantar.
Da igual que los mismos resultados muestren cómo la Iglesia, dentro de este cruel ránking que ojalá nunca más tuviese participantes, quede al final. Da igual que la extrapolación realizada arroje unos resultados del todo inconcebibles. Ante la sociedad, la Iglesia ha quedado manchada y su mancha justificará cualquier medida que se tome contra ella.
En este sentido, y sin atender a los resultados del estudio, alguna ministra ‒que, aunque sea en funciones, sigue detentando el cargo y actúa como tal‒ ha aprovechado para pedir la desaparición de la escuela concertada, disuelta en la escuela pública. Por supuesto, las voces habituales han interesado la creación de un fondo económico al que nadie se ha negado. E, incluso, la noticia de la eliminación de la exención del pago del Impuesto de Construcciones, Instalaciones y Obras ‒motivada por un acuerdo entre la Iglesia y el Estado de hace más de medio año‒ se ha venido a publicitar justo después del famoso informe, creando la ilusión de que la misma es una suerte de castigo de él derivado.
Pero si me ha dolido, y escandalizado, el informe, más me ha dolido, y escandalizado, el actuar pasivo de las asociaciones públicas de fieles y, particularmente, de las de Salamanca, que son las que más conozco. Frente a este informe y los ataques injustificados que de él han nacido, las hermandades, o las federaciones que en ella se articulan, han guardado un silencio timorato, cuando no cobarde, que puede aumentar el escándalo en unos fieles que, en no pocas ocasiones, pueden haberse acercado de nuevo a la Iglesia desde la piedad popular.
No me vale, ni me valdrá nunca para justificar según qué acciones, aquello de que «a nosotros no nos corresponde», cuando, desde canales oficiales o en los medios extraoficiales que todos conocemos, se hacen públicamente declaraciones y valoraciones, injustas e injustificadas tantas veces, sobre decisiones activas u omisivas de la Iglesia o de la Iglesia local de Salamanca.
No costaba nada compartir y comentar la nota de prensa de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal. No costaba nada hacer llegar a los hermanos las declaraciones de miembros de la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal. No costaba nada recordar todos los esfuerzos que la Iglesia en España lleva realizando desde hace años para reparar estos dolorosos sucesos, como el compromiso derivado del informe «Para dar luz». Y, aun no costando nada, las hermandades y sus representantes han optado por guardar silencio sin saber el porqué.
La actitud del cristianismo católico es la de lucha, así lo decía el Papa León XIII
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