Cuando hace ya veinte años tenía lugar el Curso de Formación Cofrade organizado por la Delegación de Apostolado Seglar y la Coordinadora de Hermandades y Cofradías de nuestra diócesis, quienes asistíamos a él lo hacíamos guiados por el espíritu de saber más sobre nuestras cofradías y su identidad desde la piedad popular, al tiempo que ampliábamos, o mejor dicho comenzábamos, nuestro conocimiento de la Iglesia, de la misión eclesial del laicado y de la liturgia propia de nuestro rito.
Nadie, ni por asomo,
pensaba que aquello fuese a servir para más que para lo mencionado en el
párrafo anterior: integrarse mejor en la Iglesia —diocesana y universal— y
ascender espiritualmente por medio del conocimiento. Ni más, ni menos. Sin
expectativas que pudieran servir de guía equivocada a los participantes.
Cincuenta lecciones en diez
temas generales, desde «El misterio de la Iglesia» hasta «Las procesiones»
pasando por el estudio en profundidad de las hermandades y cofradías como
manifestación de la piedad popular, que se fueron desarrollando durante
veinticinco lunes entre noviembre de aquel año y junio del siguiente. Extenso e
intenso a partes casi iguales.
Con el paso del tiempo, la
renovación de los estatutos de la Junta de Semana Santa y las «Normas de las
Cofradías», redactadas como marco normativo diocesano encargado por el señor
obispo en 2016 como consecuencia de la Asamblea Diocesana, hicieron resurgir
los cursos de formación cofrade, aunque ahora con un nombre y una finalidad
novedosos y diferentes: «Curso diocesano para dirigentes de cofradías» como
condición indispensable para poder acceder a cargos mayores de cualesquiera
junta directiva de cofradía, hermandad o congregación. Un fin con carga modal
que, y así lo he manifestado en otras ocasiones, podía desvirtuar los
contenidos en favor de un certificado de asistencia, aunque, no obstante, podía
también convertirse en un excelente mecanismo para esa formación cofrade y
diocesana de la que muchos adolecemos.
Hace apenas unos días he
vuelto a realizar ese que para mí es el «Curso de Formación Cofrade» dado mí,
por ahora, nulo interés en formar parte de la dirección de alguna de nuestras
cofradías. Lo he hecho por retomar todo aquello que comenzó en 2002 y que,
gracias a la inestimable labor de cofrades comprometidos, se continuó en las
«Jornadas diocesanas pro-Semana Santa» o los «Lunes cofrades», actividades en las
que he intentado participar con la asiduidad que he podido.
En este curso recién
terminado, tanto la duración como los contenidos (ambas cuestiones con una
clara relación entre sí) apenas tenían que ver con lo que se hizo entonces,
cosa que me sorprendió, acostumbrado a mayores enjundias. Pero, dejémoslo en
que no es cosa mala haber podido pasar una mañana escuchando y dialogando sobre
distintos aspectos eclesiales y cofrades. Menos habría sacado de no haberlo
hecho. Lo más interesante es que, gracias a esta asistencia, pude comprobar,
con agradable sorpresa por mi parte (y creo que por la de todos los asistentes),
cómo la Diócesis tiene presente a la Semana Santa cofrade, aunque muchos lo
duden, y que esto se ve reflejado en un cuadernillo que con el nombre de «Las
cofradías. Una gracia eclesial» nos muestra un decálogo para vivirlas.
Diez comentarios a modo de guía para el cofrade que, como aquellos diez temas
que conformaban el curso para cofrades de 2002, inciden en distintos aspectos
de la vida cofrade. Diez píldoras con las que abrir puertas y tender puentes.
¡Vaya! ¡Pero si, al final,
parece que las cofradías estamos presentes!
Ciertamente yo no esperaba
este decálogo, ni sabía de su existencia, ni que la Vicaría General de la
Diócesis nos tuviera tan presentes. Es, quizá, un paso que deberá ser sucedido
por otros muchos para que la distancia entre los unos y los otros, por el
descuido de unos y otros, se vaya acortando. Seguramente que, cuando este
cuadernillo esté en manos de cuantos más cofrades mejor, los unos y los otros
nos miraremos con mejores ojos. Aunque todos sepamos que queda mucho polvo por
barrer mientras se van dando esos pasos, que la confianza se gana con
perseverancia en ese camino en el que todos tenemos algo que aportar, aunque
siempre habrá unos que tengan mucho más que poner sobre el tapete que otros, pues
bien sabemos que no todos recibimos los mismos talentos ni los empleamos con
igual criterio.
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