Detalle del Cristo del Amor y de la Paz | José Javier Pérez
18-03-2024
La
llegada de la Cuaresma llena los buzones de correo electrónico de innumerables
mensajes de nuestras hermandades, cofradías, congregaciones, esclavitudes… De asociaciones
públicas de fieles, reciban el nombre que reciban, en resumidas cuentas.
Los
mismos notifican cultos. Notifican asambleas o cabildos. Notifican reuniones
varias. Notifican ensayos. Notifican horarios. Notifican públicos ejercicios
piadosos. En resumidas cuentas, envían más notificaciones que un juzgado. Otra
cosa es el éxito o no entre los notificados, pero eso supone entrar en un pozo
sin fondo de dimes y diretes sobre si la responsabilidad de la (in)asistencia
responde a notificantes o notificados; cuando la realidad es que la
responsabilidad se deriva de ambas partes y en ambas partes deberíamos
trabajar.
Pero
el tema no es la notificación, sino que el tema es lo que, precisamente, no se
notifica. Cuando leemos los mensajes observamos fastuosas y pomposas orlas
de Culto, rococós documentos en los que, con la pompa propia de un teatro
barroco (an)acrónico, se anuncian triduos, quinarios, septenarios, novenarios o
fiestas principales. Se anuncian oradores, se anuncia quién ocupará las
prédicas… pero, por más que lo leo, la práctica sacramental sigue estando
incompleta.
Porque,
de todas las orlas de culto que han caído en mis manos, nunca veo que ninguna
proponga un ejercicio tan necesario como el del sacramento de la
reconciliación. Seamos serios, si la Iglesia es un «hospital de pecadores», no
podemos perder de vista que nuestras hermandades también lo son; porque son
Iglesia por naturaleza.
No
deja de resultar irónico que muchas de esas Hermandades hablen de «marchas
penitenciales» o «estaciones de penitencia», que en sus Estatutos digan
procurar la perfección de sus hermanos y que se gloríen, entre susurros o
gritos, que son el único nexo religioso para muchos de sus miembros mientras no
ofrecen, a esos mismos integrantes, ni una sola oportunidad de reconciliarse.
¿Cómo
será una marcha penitencial si no hay conciencia de esa dimensión penitencial?
¿Cómo procuramos la perfección de nuestros hermanos si no les indicamos la
oportunidad de acudir al perdón y al arrepentimiento? Son muchas las maneras
que podrían hacerse: desde solicitar al capellán unos momentos de confesión
antes de la salida, hasta la organización de una celebración comunitaria de la
penitencia dentro de aquellas fastuosas celebraciones que, de la noche a la
mañana, han empezado a surgir. Habrá quienes, no exentos de cierta razón,
señalen que nuestros presbíteros están pastoralmente sobrecargados para
satisfacer estas reclamaciones, más no es menos cierto que en todas las
parroquias y unidades pastorales hay horarios de confesiones y hay
celebraciones y momentos especiales en estos días de Cuaresma a los que la hermandad,
en un gesto de koinonía, podría invitar a sus hermanos a sumarse.
Porque, no lo olvidemos, estaríamos ayudando a cumplir el segundo mandamiento
de los de la Santa Madre Iglesia «Confesar
los pecados mortales, al menos una vez al año, y en peligro de muerte y si se
ha de comulgar». Nos preocupamos cada vez más de la «formación»
de nuestros hermanos y, sin embargo, dejamos abandonados aspectos sumamente
relevantes. Si queremos una fructífera estación de penitencia, no podemos dejar
caer en saco roto la oportunidad de acercar a aquellos que se acercan a la fe
desde la piedad popular a la experiencia del perdón y la reconciliación.
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Es algo necesario.. reconciliación y así dar pleno sentido a la Semana Santa
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