No acaba de entrarnos aún
el otoño y la Semana Santa –iba a decir nuestra Semana Santa, pero me da que es
igual o parecido allende el Tormes hasta la confederación del Guadalquivir– se
remueve como si tuviéramos ya a la vista la inmediatez del Miércoles de Ceniza.
Vamos, que entre unas cosas y otras, cofradías y cofrades salmantinos entran en
el último trimestre pisando fuerte, incluso como elefante en cacharrería en
algún caso.
Se habla de programar
«salidas extraordinarias» para las que el sentido está más en la cabeza
(entiéndase la ironía) que en la espiritualidad del corazón. Teniendo como
argumento aquello de que si otros lo hacen, por qué nosotros no vamos a ser
como ellos; que si tiene su aquel lo de hacer procesiones por las márgenes del
Guadalquivir o en la Alameda malagueña, por qué va a ser menos nuestra Rúa.
Y aunque lo de Andalucía
ya haya tenido hasta la intervención seria de algún responsable criticando el
sinsentido de muchas de estas manifestaciones en las que la religiosidad es en
muchos casos lo de menos, y las quejas de ciudadanos que, ajenos o no al mundo
cofrade, ven día sí y día también cómo se les cortan calles y accesos, con
incomodidades en muchos casos agraviantes, nosotros a lo nuestro sin mirar a
los lados. Claro que, como en nuestro entorno no llegamos aún a aquel grado de
excitación fervorosa (aunque a algunos no les importaría lo más mínimo),
programamos lo que podemos… o nos vamos a las suyas para poder decir que las
hicimos nuestras.
En fin, que circulan por
ahí propuestas de algunos dirigentes cofrades (que no de cofradías) para
organizar fastos extraordinarios con lo mejor de sus pasos en las calles
(entiéndase de nuevo la ironía), como si el no hacerlo les diera sensación de
menoscabo a la vista de extraños –los de allá–, que los propios –los de aquí–
conocemos los percales mucho mejor que las sedas.
Se ha hablado también (o
así lo he oído) de coronaciones canónicas, unas ya eternas y otras de nuevo
cuño, para ornato de nuestras Vírgenes, tal que sin ello la devoción de pueblo
y cofrades fuese a verse resentida. No digo que no sean intereses loables para
quienes lo piden y para sus imágenes, pero sí llama la atención que la propia patrona
de la ciudad, Nuestra Señora de la Vega, no ostente semejante «título» sobre su
cabeza, al menos tal como se entiende en el mundo cofrade, y la diócesis y los
diocesanos, todos nosotros, no parezcan estar preocupados por ello. Quizá fuese
bueno, que no necesario, que ese empeño por coronar imágenes tuviese como
prioridad de todos la de aquella que nos debiera representar y unir mucho más
allá de nuestros círculos cofrades. Después, tras conseguir ese primer
objetivo, coronar a nuestra patrona, podríamos seguir soñando con razones más
sólidas sobre las coronaciones deseadas, añoradas y, por qué no, merecidas en
su caso. También digo, y creo que es rumor sólido y reciente, que una de esas
coronaciones que se andaban proyectando es posible que vaya a quedar «dormida»
al menos durante un tiempo, que no parece algo programado por quienes tomarán
esas riendas cofrades, a pesar de haberse ido vendiendo parte de la leche antes
del ordeño de la vaca. O quizá fuese solo un sueño, plasmado en un programa
electoral, que se ha ido contando por ahí como una realidad posible.
En fin, que el otoño viene
pisando fuerte, como decía, y habrá que esperar a resultados de distintos
procesos electorales, unos más inmediatos que otros, para ver si todas estas
expectativas imaginadas por algunos llegan a los puertos deseados, siempre,
claro, pasando por los filtros que se suponen en el proceso. A saber: cabildos
o asambleas generales y sus estatutos, Junta de Cofradías y sus reglas y
Coordinadora Diocesana de Cofradías y sus normas. Que bien estará lo que bien
se haga a la vista de todos.
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