Al arrugarse los carteles de
ferias después de haberse mojado con las primeras gotas del otoño, cuando La
Merced busca y encuentra por La Glorieta el eco del último pasodoble, la diócesis
de Salamanca convoca ese anual encuentro en el que se escucha, se comparte, se
ora, se dialoga, se anuncian prioridades, se confraterniza y finalmente se
envía, lo hace el obispo, en nombre del Señor. Este año, en la Semana de
Pastoral, cuyo lema ha sido el que titula la columna (de Juan 20,20), también se
ha caminado en forma de rutas que, el pasado sábado 28 de septiembre, fueron
uniendo lugares en torno a diferentes ámbitos de la evangelización. Entre ellas
hubo una llamada «Ruta de la Semana Santa». Podrían haber sido muchas las
combinaciones, pero los organizadores propusieron una que comenzara en la
Catedral, siguiera por San Martín y concluyese en la Vera Cruz. No llegaron a
diez los inscritos caminantes, así que, salvando las distancias, amplío la
audiencia y animo a la inscripción para futuras ediciones si acaso se repiten
(o a la asistencia libre, que el trámite en este caso quizá disuadía, si así lo
acogen los convocantes).
Tomar el pulso a la vida
El primer paso era abrir la
reja y que el pequeño grupo se adentrara en la capilla donde, bajo la moqueta,
y bajo lo que pudo ser una torre catedralicia, descansa el racionero Juan
Manuel García Serrano, que la fundó en 1761 y legó el magnífico grupo
escultórico de Luis Salvador Carmona que preside el retablo de la estancia. Fue
el sacerdote Tomás Gil el encargado de explicar la simbiosis entre Madre e Hijo
en el momento de la despedida, del duelo, de la muerte que parece vencer y la vida
que parece seguir latiendo en el pulso radial del Hijo al que, con unción, se
aferra la Madre. Tras La Piedad volvió a cerrarse la reja, pero quedó fijado y
siempre abierto el centro del triángulo, el costado de Cristo.
No olvidéis a los cristianos
de Tierra Santa
Una cuidada iluminación y una
ajustada semblanza dieron paso al momento en que, el pequeño grupo, se acercó
al Cristo de la Humildad desde las distintas perspectivas que permite la
proximidad. Rescato la frase que fray Romualdo, poco antes de morir, dirigió al
fundador de la Hermandad Franciscana. Su actual hermano mayor, Javier Blázquez,
la recordó al hablar sobre la imagen del crucificado esculpido por Fernando
Mayoral hace siete años. Sin Tierra Santa no se comprende la hermandad, y
tampoco la imagen titular sin esa tensión muerte-vida, en la que la victoria es
de la cruz.
El Cristo que va delante
La sangre apenas insinuada en
el crucificado de San Martín es ya un mero cerco en el Resucitado de la Vera
Cruz, que exhibe sus cinco gloriosas llagas como cicatrices en las que la
herida del pecado ha sido curada, en las que la aparente victoria de la muerte
ha sido desmentida para que brille la verdad de la vida. Una oración fue la
meta, siempre volante, de la ruta, ya que es Cristo quien va delante, como
cuando esperó a los suyos en Galilea. Estuviéramos o no en la Catedral este
domingo, todos somos enviados. Caminemos aún en los días mortales o hayamos
sido llamados como Susana y Antonio, se alegrará nuestro corazón y nadie nos
quitará nuestra alegría (cf. Juan 16,22).
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