miércoles, 2 de octubre de 2024

Se llenaron de alegría al ver al Señor

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Tomás González Blázquez

Fotografía: Alberto García Soto

02-10-2024
 
En memoria de
Susana Encinas y Antonio Juanes,
cofrades de la Vera Cruz

 

Al arrugarse los carteles de ferias después de haberse mojado con las primeras gotas del otoño, cuando La Merced busca y encuentra por La Glorieta el eco del último pasodoble, la diócesis de Salamanca convoca ese anual encuentro en el que se escucha, se comparte, se ora, se dialoga, se anuncian prioridades, se confraterniza y finalmente se envía, lo hace el obispo, en nombre del Señor. Este año, en la Semana de Pastoral, cuyo lema ha sido el que titula la columna (de Juan 20,20), también se ha caminado en forma de rutas que, el pasado sábado 28 de septiembre, fueron uniendo lugares en torno a diferentes ámbitos de la evangelización. Entre ellas hubo una llamada «Ruta de la Semana Santa». Podrían haber sido muchas las combinaciones, pero los organizadores propusieron una que comenzara en la Catedral, siguiera por San Martín y concluyese en la Vera Cruz. No llegaron a diez los inscritos caminantes, así que, salvando las distancias, amplío la audiencia y animo a la inscripción para futuras ediciones si acaso se repiten (o a la asistencia libre, que el trámite en este caso quizá disuadía, si así lo acogen los convocantes).

Tomar el pulso a la vida

El primer paso era abrir la reja y que el pequeño grupo se adentrara en la capilla donde, bajo la moqueta, y bajo lo que pudo ser una torre catedralicia, descansa el racionero Juan Manuel García Serrano, que la fundó en 1761 y legó el magnífico grupo escultórico de Luis Salvador Carmona que preside el retablo de la estancia. Fue el sacerdote Tomás Gil el encargado de explicar la simbiosis entre Madre e Hijo en el momento de la despedida, del duelo, de la muerte que parece vencer y la vida que parece seguir latiendo en el pulso radial del Hijo al que, con unción, se aferra la Madre. Tras La Piedad volvió a cerrarse la reja, pero quedó fijado y siempre abierto el centro del triángulo, el costado de Cristo.

No olvidéis a los cristianos de Tierra Santa

Una cuidada iluminación y una ajustada semblanza dieron paso al momento en que, el pequeño grupo, se acercó al Cristo de la Humildad desde las distintas perspectivas que permite la proximidad. Rescato la frase que fray Romualdo, poco antes de morir, dirigió al fundador de la Hermandad Franciscana. Su actual hermano mayor, Javier Blázquez, la recordó al hablar sobre la imagen del crucificado esculpido por Fernando Mayoral hace siete años. Sin Tierra Santa no se comprende la hermandad, y tampoco la imagen titular sin esa tensión muerte-vida, en la que la victoria es de la cruz.

El Cristo que va delante

La sangre apenas insinuada en el crucificado de San Martín es ya un mero cerco en el Resucitado de la Vera Cruz, que exhibe sus cinco gloriosas llagas como cicatrices en las que la herida del pecado ha sido curada, en las que la aparente victoria de la muerte ha sido desmentida para que brille la verdad de la vida. Una oración fue la meta, siempre volante, de la ruta, ya que es Cristo quien va delante, como cuando esperó a los suyos en Galilea. Estuviéramos o no en la Catedral este domingo, todos somos enviados. Caminemos aún en los días mortales o hayamos sido llamados como Susana y Antonio, se alegrará nuestro corazón y nadie nos quitará nuestra alegría (cf. Juan 16,22).

 


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