20-11-2024
Quizás algo tarde para dedicarle un
texto al mes de noviembre, cuando ya pasamos el ecuador, pero no nos cabe duda
de que es un mes señalado para nuestras cofradías y no podíamos dejarlo pasar.
Durante este mes se enlutan nuestras dolorosas y se celebran eucaristías por el
eterno descanso de tantos y tantos cofrades, familiares, amigos, hermanos al
fin, que nos dejaron.
Dos hechos ocurren por lo tanto en este
periodo litúrgico importante, que pasamos de la muerte a la vida casi sin
solución de continuidad.
Aunque la Iglesia desde el principio
fomentó y practicó la oración por los difuntos, no integró esa intercesión como
pieza permanente en las plegarias eucarísticas de los primeros tiempos. Si
existían, por supuesto, esas oraciones en las misas de difuntos.
La comunión eucarística, como sacramento
de la comunidad, parece ser la razón de fondo para que los vivientes recordemos
a los difuntos, que ya no pueden comulgar, justamente después de la
consagración y antes de la comunión. Aunque ellos no pueden comer el pan del
cielo, sin embargo, nos han precedido al otro mundo sellados por la fe.
Un duelo que suele representarse con el
color negro, que simboliza precisamente eso: tristeza, separación, vigilia y
soledad, Sin embargo, también el color negro es el "abrigo a la fe divina".
De ahí que el arte de los que se llaman
vestidores nos hará contemplar a nuestras dolorosas llorando más que nunca
(aunque no se sepa el motivo real) con coronas de calabaza, ropajes negros y sencillez
en el atuendo... Todo nos hace remontarnos a épocas pasadas donde ya en la Edad
Media y Renacimiento –si no antes– se vestía el color negro durante los
periodos de luto. Las dolorosas vuelven a su estado puro, el dolor. Dolor de
muerte que muchas veces no apreciamos porque estamos familiarizados con él.
Porque convivimos diariamente en nuestras hermandades con el llanto de María y
la muerte del Hijo de Dios, que nos valió el regalo de la redención. Se me
ocurren dos ejemplos rápidos, sin desmerecer al resto de imágenes marianas de
nuestras cofradías.
Acérquense por la plazuela de los
dominicos a rendirse a los pies de la Esperanza. Está especialmente triste este
mes. Y no porque le falte el cariño de sus hijos. Es que en este mes todo invita
en nuestros templos al recogimiento y a la oración por los fieles difuntos. Y
si pasan por la Clerecía y ven que por casualidad está abierta, no dejen de
entrar. Allí encontrarán a la Virgen de las Lágrimas llorando. Una estética del
dolor nos envuelve al contemplar lo que más bien nos parece una litografía de
anticuario que una visión en vivo, en pleno siglo XXI.
Y el cofrade, el que lo es de verdad,
disfruta con estos momentos de intimidad cuando se acerca a los templos; porque
no hay nada más íntimo que el llanto de una madre. Un llanto hecho
contemplación del bello dolor que se muestra en nuestras dolorosas como símbolo
de respeto hacia los seres queridos que ya no están con nosotros, en lugar de
ser una moda cofradiera.
Y así año tras año, siempre que llega
noviembre...
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