miércoles, 20 de noviembre de 2024

De dolor y belleza

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Roberto Haro

Detalle de la imagen de Ntra. Sra. del Gran Dolor | Fotografía: R.H.P.

20-11-2024 


Quizás algo tarde para dedicarle un texto al mes de noviembre, cuando ya pasamos el ecuador, pero no nos cabe duda de que es un mes señalado para nuestras cofradías y no podíamos dejarlo pasar. Durante este mes se enlutan nuestras dolorosas y se celebran eucaristías por el eterno descanso de tantos y tantos cofrades, familiares, amigos, hermanos al fin, que nos dejaron.

Dos hechos ocurren por lo tanto en este periodo litúrgico importante, que pasamos de la muerte a la vida casi sin solución de continuidad.

Aunque la Iglesia desde el principio fomentó y practicó la oración por los difuntos, no integró esa intercesión como pieza permanente en las plegarias eucarísticas de los primeros tiempos. Si existían, por supuesto, esas oraciones en las misas de difuntos.

La comunión eucarística, como sacramento de la comunidad, parece ser la razón de fondo para que los vivientes recordemos a los difuntos, que ya no pueden comulgar, justamente después de la consagración y antes de la comunión. Aunque ellos no pueden comer el pan del cielo, sin embargo, nos han precedido al otro mundo sellados por la fe.

Un duelo que suele representarse con el color negro, que simboliza precisamente eso: tristeza, separación, vigilia y soledad, Sin embargo, también el color negro es el "abrigo a la fe divina".

De ahí que el arte de los que se llaman vestidores nos hará contemplar a nuestras dolorosas llorando más que nunca (aunque no se sepa el motivo real) con coronas de calabaza, ropajes negros y sencillez en el atuendo... Todo nos hace remontarnos a épocas pasadas donde ya en la Edad Media y Renacimiento –si no antes– se vestía el color negro durante los periodos de luto. Las dolorosas vuelven a su estado puro, el dolor. Dolor de muerte que muchas veces no apreciamos porque estamos familiarizados con él. Porque convivimos diariamente en nuestras hermandades con el llanto de María y la muerte del Hijo de Dios, que nos valió el regalo de la redención. Se me ocurren dos ejemplos rápidos, sin desmerecer al resto de imágenes marianas de nuestras cofradías.

Acérquense por la plazuela de los dominicos a rendirse a los pies de la Esperanza. Está especialmente triste este mes. Y no porque le falte el cariño de sus hijos. Es que en este mes todo invita en nuestros templos al recogimiento y a la oración por los fieles difuntos. Y si pasan por la Clerecía y ven que por casualidad está abierta, no dejen de entrar. Allí encontrarán a la Virgen de las Lágrimas llorando. Una estética del dolor nos envuelve al contemplar lo que más bien nos parece una litografía de anticuario que una visión en vivo, en pleno siglo XXI.

Y el cofrade, el que lo es de verdad, disfruta con estos momentos de intimidad cuando se acerca a los templos; porque no hay nada más íntimo que el llanto de una madre. Un llanto hecho contemplación del bello dolor que se muestra en nuestras dolorosas como símbolo de respeto hacia los seres queridos que ya no están con nosotros, en lugar de ser una moda cofradiera.

Y así año tras año, siempre que llega noviembre...


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